Capítulo 18

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Capítulo XVIII

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No entendía muy bien cómo había sucedido, mi mente estaba oscurecida por el miedo, la rabia, el deseo y su olor, el movimiento casual de su cabello, sus propias palabras la había apresado, convirtiéndola en la diana de toda mi frustración y ahora me hundía con fiereza dentro de ella, como si yo mismo me hubiera convertido en un puñal que ansiaba clavar hasta la misma empuñadura. Quizás la única respuesta estaba en la sorpresa de encontrarla en casa, me sentía tan vulnerable justo en el momento en que la vi, aún apretaba en mi mano el móvil en el que se encontraba su fotografía y al escuchar su voz mi corazón se había estremecido.

En s momento la tristeza y el dolor que había sentido durante estos dos últimos meses, me recordaron que no podía confiar, al menos no del modo que yo necesitaba para poder amar.

—¿Cómo has entrado? —le pregunté con muy poca sutileza.

Juliette levanto una mano y con ella la llave que alguna vez le entregué. No recordaba esa llave o bien había intentado olvidar ese detalle de confianza, como tantos otros que había depositado en ella. Se acercó a una mesa lateral que había pegada a la pared y la dejó ahí.

—No tenías que traerla —le dije haciendo un gesto con los dedos a Apolo, para que se acercara—, podrías haberla enviado o simplemente quedártela. Me encogí de hombros, Apolo se acercó, pero no se quedó a mi lado y paso directo a su rincón.

—Podría... — respondió, dejando la insinuación de su visita abierta para mí.

¿Cómo debía actuar? Cómo debía hablarle?

Eran preguntas que no lograba responderme, en este momento necesitaba más que nunca un trago de lo que fuera, con tal que tuviera unos cincuenta grados de alcohol. Reparé en la poca luz que había en la habitación y pensé en encender alguna más, pero no me sentí capaz de ver a Juliette con más claridad.

—¿Qué tal te va la vida? —le pregunté fingiendo cortesía, aunque sabía que en el fondo me moría por saber la verdadera razón de su inesperada visita. Hizo un gesto suave con su cabeza contra el hombro derecho.

—Bien —dijo sin más.

Bien — Qué podía concluir de eso.

¿Bien, sigo con Richard?

¿Bien, soy libre?

¿Bien, aún te quiero?

Cerré los ojos un segundo buscando calmarme, mi mente estaba jugando con mi corazón.

—¿Quieres pasar? —le pregunté, moviéndome un poco más dentro de la sala y apelando a la cortesía que solía caracterizarme, aunque ahora mismo no me sentía enfundado en mi yo habitual. Juliette avanzó un poco más hacía mí, pero se detuvo y comenzó a buscar en su bolso.

—Sólo quería dejarte esto —su voz era débil, temblorosa. Al igual que su mano extendida con un sobre.

Una carta —pensé. Qué podía querer decirme Juliette con una carta.

¿Te quiero, pero lo nuestro no puede ser?

¿No te quiero?

¿Te quise, pero ya no?

¿No eres suficientemente bueno para mí?

¿Amo a mi novio?

Ahí estaba otra vez mi mente jugando con mi corazón.

—¿Qué tal está Richard? —pregunté de pronto, sin intención de recibir la carta.

De alguna manera esperaba que esa pregunta pudiera responder todas las demás. Juliette me miró con cierto recelo y la luz cercana que la iluminaba me permitió ver su rostro, su cabello que caía en sutiles rizos, podía ver su pecho subir y bajar agitado. Sus ojos que me miraban con algo parecido al afecto. No, yo no quería lastima y mucho menos amabilidad.

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