Capítulo 25

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Capítulo XXV

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Esta parecía que iba a ser una noche muy larga, me había acostado a eso de las dos de la madrugada, pero luego de estar una hora dando vueltas en la cama sin poder dormir, me había levantado a fumarme un cigarrillo y ahora estaba aquí, con la luz de mi habitación apagada, repasando lo sucedido las últimas semanas. Expulsé el humo lentamente, fuera había comenzado a nevar y eso me daba algo de calma. Agradecía que Caroline viajara a Los Ángeles unos días, necesitaba espacio, sentirme molesto o deprimido, sin tener que dar explicaciones.

Me acerqué el cigarrillo a la boca y aspiré. Era difícil encontrar en mí algo de todo lo que había sentido por Juliette, mis recuerdos me decían que la había amado tanto que me había perdido a mí mismo en ese amor, pero en mi corazón no se reflejaba aquel sentimiento y de alguna manera eso me llenaba de tristeza.

El día que nos encontramos en la cafetería, ella me enfrentó ante la idea de ver a sus hijos y no pude entender cómo podía esperar que no hiciera algo, cómo podía creer que sabiendo que esos niños son míos, simplemente me voy a hacer a un lado, al menos me debía el espacio para saber si quiero ser su padre.

Apagué el cigarrillo molesto.

Tomé mi teléfono y marqué el número de Tom.

—¿Estás dormido? —le pregunté cuando finalmente contestó.

—Ahora ya no —me dijo con voz adormilada.

—Quiero ir a ver a los niños mañana —le conté.

—¿Qué niños? —preguntó.

—Tom...

—Estoy durmiendo ¿No me lo podías contar por la mañana? —preguntó molesto.

—No puedo dormir —me encogí de hombros.

—Genial, si tú no duermes yo tampoco —resopló.

—Somos gemelos —me burlé

—Ya, no me lo recuerdes —se quejó.

—¿Vendrás conmigo? —necesitaba apoyo moral.

—Yo no soy niñera ¿Eh? —me avisó— Ya sabes lo que opino de tener niños.

—Si quieres te quedas en el coche, sólo quiero verlos, mañana están de cumpleaños. Se quedó un momento en silencio y pensé que se habría dormido.

—Si te digo que sí ¿Puedo seguir durmiendo? —preguntó.

—Gracias Tom.

—De gracias nada, esto es coacción —me acusó.

Corté la llamada, quizás ahora sí podría dormir.

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Al día siguiente, estábamos Tom y yo fuera de la casa de Juliette.

—¿Crees que les gusten? —le pregunté una vez más.

Había comprado unos relojes que al menos a Tom y a mí nos habían parecido muy divertidos.

—¿Sabes lo que habría dado yo por un reloj así a su edad? —me preguntó— Les gustaran, son niños, ya cálmate.

—Es que no sé como son, que cosas les gustan, con que se divierte —agregué.

—Bill...

—Ya, ya, si lo sé, me calmo —respiré profundamente—. Voy.

Abrí la puerta del coche, bajé y antes de volver a cerrarla.

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