Capítulo 73

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Te amo. –susurro mirándolo a los ojos.

Sus ojos color avellana brillan cuando mis labios sueltan las palabras. Aquella sonrisa que me derrite se pega a mis labios antes de besarme. Pero la felicidad dura sólo un segundo. En un abrir y cerrar de ojos, él ya no me mira con una sonrisa, sino con dolor. El Nate de aquella tarde de sábado me mira con lágrimas en sus ojos. Else aleja de mí, como si no me reconociera en absoluto.

—Creí que lo nuestro sería eterno...

Abro los ojos de inmediato en cuanto la imagen de Nate en mis sueños se desvanece. La taquicardia golpea mi corazón hasta el punto de doler.

—Mierda...

Decido tomar fuerzas y levantarme de la cama antes de volver a caer en el pozo del que tanto me cuesta salir cuando tengo estas pesadillas. Bajo las escaleras y compruebo que son las tres de la madrugada, me envuelvo el cuerpo con una bata de lana ya que el invierno nos ha golpeado duro y abro el refrigerador en cuanto piso el suelo de la cocina. Tomo una botella de agua y me acerco a la alacena para tomar un vaso, lo lleno de agua y me lo bebo de una sentada.

Y recuerdo nuevamente la hora. Las tres de la madrugada. El partido es a las cuatro. Sólo faltan trece horas para volver a verlo...

La pesadilla vuelve a mi cabeza y vuelvo a beber agua mientras que siento como mi cuerpo vuelve a recibir la angustia.

Ya no puedo lidiar con esto. Desde el principio supe que era más fuerte que yo, y todavía sigo sabiéndolo. Ya no lo soporto. Ya no soporto el dolor, el que cada vez es más fuerte y el que ya no me deja respirar tranquilamente.

Escucho una puerta cerrarse arriba y luego pasos en las escaleras.

—¿Estás bien? –pregunta detrás de mí.

Un nudo se forma en mi garganta. Maldita sea esa pregunta y las ganas de llorar que siempre traen cuando alguien la hace.

Mis ojos comienzan a picar nuevamente y luego se cristalizan.

—No, papá. No estoy bien. –contesto y las últimas palabras se quiebran en mi voz.

Mi cuerpo se sacude cuando comienzo a sollozar. Jamás me había quebrado delante de mi padre. Ni siquiera cuando iba a la escuela y todo se puso difícil en aquel tiempo. Pero eso no fue nada comparado con lo que es esto. Nunca habrá nada peor que esto.

Siento sus brazos envolver mi cuerpo y yo me giro en ellos para llorar con el rostro escondido en su cuello. Mis lágrimas mojan su camiseta y su piel.

—Tranquila, mi niña.

No sé cómo acabamos sentados en el suelo de la cocina mientras que yo le cuento todo lo ocurrido en estos meses. Papá sabe que Nate y yo hemos roto, pero ahora sabe que yo lo he dejado por su carrera, y no está muy contento con eso.

—Has estado deprimida durante tres meses, Rue. No comes, no sales a otro lugar que no sea la universidad, no hablas con nosotros, crees que es justo que me entere de esta forma que estás de esta manera por haber dejado a Nate por una simple excusa?

Lo miro escandalizada.

—Una simple excusa? Tienes idea de lo que se siente no poder ni siquiera pensar ya que la persona que amas ocupa esos pensamientos día y noche? He pasado estos tres meses llorando allí arriba porque dejé ir lo único que logró hacerme feliz en la vida, para que su vida no se convierta en insuficiente, para que cumpla su sueño y sea feliz. No tienes idea de lo que siento noche tras noche cuando su imagen rota aparece en mis sueños. No tienes idea de lo que se siente.

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