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4 de mayo de 19…
La una de la mañana no es hora de estar escribiendo un diario. La verdad es que no podía dormir.
No puedo dormir y me cansa quedarme en la cama, despierta, imaginándome cosas, cosas desagradables, así que he encendido la vela y he buscado mi viejo diario para «desahogarme escribiendo». No he escrito este diario desde la noche en la que quemé mi novela y me caí por la escalera… y me morí.
Vuelvo a la vida y descubro que todo ha cambiado y que todo es nuevo. Desconocido y espantoso. Parece que hace un siglo. Cuando paso las hojas y leo esas palabras alegres y ligeras me pregunto si de verdad las he escrito yo, Emily Byrd Starr. La noche es hermosa cuando eres feliz, un consuelo cuando sufres, y terrible cuando te sientes solo y desgraciado. Y hoy me he sentido terriblemente sola. La angustia se ha apoderado de mí. Creo que no puedo quedarme a medias con ninguna emoción, y cuando la soledad me embarga, toma posesión de mi cuerpo y de mi alma y me sofoca con su dolor hasta que me quedo sin fuerzas ni valor. Esta noche me siento sola… sola. El amor no vendrá, la amistad la he perdido y más que nada, estoy segura de que tampoco puedo escribir. Lo he intentado varias veces y no puedo. El fuego creativo de antes parece haberse extinguido hasta volverse cenizas y no puedo volver a encenderlo. Llevo toda la noche tratando de escribir un cuento: una cosa de madera en el que se movían títeres de madera cuando yo movía los hilos. Al final, lo he roto en mil pedazos y he sentido que había hecho una buena obra.
Estas últimas semanas han sido muy amargas. Dean se fue, no sé adónde. No me ha escrito, y supongo que no
me escribirá. No recibir cartas de Dean cuando está lejos me parece algo extraño y nada natural. Sin embargo, es muy bonito volver a ser libre. Ilse me escribe que viene a casa para julio y agosto. Y que Teddy también vendrá.
Tal vez este último hecho
explique mi noche en vela. Quisiera irme corriendo antes de que él llegue. Nunca he contestado la carta que me escribió después del hundimiento del Flavian. He sido incapaz.
No puedo escribir sobre esto. Y si, cuando venga, habla del tema, no podré soportarlo. ¿Se dará cuenta de que es porque lo amo que pude hacer a un lado las limitaciones de tiempo y espacio para salvarlo? Me muero de vergüenza de solo pensarlo. Y de pensar lo que le dije a la señora Kent. Sin embargo, no sé por qué, nunca me he arrepentido de haberlo dicho. Sentí un extraño alivio por esa sinceridad tan profunda.
No temo que ella llegue a decirle nada a Teddy.
No permitirá que él se entere de lo que yo siento. Pero me gustaría saber cómo lo voy a hacer para pasar el verano. A veces odio la vida. Otras veces la amo fervientemente, con una angustiosa conciencia de lo hermosa que es,
o podría ser si… Antes de irse, Dean tapió las ventanas de la Casa Desilusionada. Nunca voy a ningún lugar desde donde pueda verla. Pero, a pesar de eso, la veo. Esperando en la colina, esperando, muda, ciega. No he sacado mis cosas, lo que la tía Elizabeth considera una clara demostración de locura. Y no creo que Dean haya sacado las suyas. No se ha tocado nada. La Mona Lisa sigue burlona en la semioscuridad y Elizabeth Bas desdeña con tolerancia a las idiotas temperamentales, mientras que Doña Giovanna lo comprende todo. ¡Mi querida casita! Y nunca será un hogar. Me siento como me sentí aquella noche, hace años, cuando seguí el arco iris… y lo perdí. «Habrá otros arco iris», dije entonces. Pero ¿será cierto?2
de mayo de 19…Hoy ha sido un lírico día de primavera y ha ocurrido un milagro. Ha sido al amanecer, cuando estaba acodada a la
ventana, escuchando un vientecillo susurrante y juguetón que soplaba desde el bosque de John el Altivo. De pronto, me ha venido «el destello», después de tantos meses de ausencia, mi antiguo e inexpresable atisbo de la
eternidad. Y en seguida he sabido que puedo volver a escribir.
He corrido al escritorio y he cogido la pluma. Todas las horas de la madrugada las he pasado escribiendo y, cuando he oído que el primo Jimmy bajaba, he arrojado la
pluma e he inclinado la cabeza sobre el escritorio con un profundo agradecimiento por poder volver a trabajar.
Obtén permiso para trabajar, es lo mejor que en este mundo tendrás,
pues Dios al maldecirnos nos da mayores dones
que los hombres con sus bendiciones.
Así escribió Elizabeth Barret Browning, y bien que lo dijo. Es difícil entender por qué a trabajar se le llama
maldición, hasta que uno recuerda lo amargo que es un trabajo forzado o no deseado. Pero el trabajo para el que
somos aptos, ese que sentimos que hemos venido al mundo para hacer, ¡qué bendición es y cuánta dicha encierra!
Hoy lo he sentido mientras la antigua fiebre me quemaba la punta de los dedos y mi pluma volvía a ser mi amiga.
Permiso para trabajar.
Se diría que no es difícil de conseguir. Pero a veces la angustia y el sufrimiento nos niegan ese permiso. Y entonces nos damos cuenta de lo que hemos perdido y sabemos que es mejor ser
maldecidos por Dios que olvidados por Él.
Si Él hubiera castigado a Adán y Eva mandándolos al ocio, sí que se hubieran sentido abandonados y malditos. Ni todos los sueños del Edén, «de donde fluyen los cuatro grandes ríos», serían tan dulces como los que yo sueño esta noche, porque la fuerza del trabajo ha regresado a mí.
Ay, Dios, mientras viva, dame «permiso para trabajar». Así ruego. Permiso y valor.3
25 de mayo de 19…Querido sol: qué potente medicina eres. Todo el día me he regodeado en la belleza del maravilloso mundo, blanco como una novia. Y esta noche he lavado mi alma y la he liberado del polvo, en un baño de aire de atardecer
primaveral. He elegido el viejo camino de la colina que cruza la Montaña Deliciosa, por su soledad, y he deambulado, llena de felicidad, deteniéndome a cada momento a pensar con atención en alguna fantasía que me llegaba como un espíritu alado. Luego he vagabundeado por los campos hasta mucho después de oscurecer, estudiando las estrellas con mis prismáticos. Cuando he vuelto me sentía como si hubiera estado a millones de kilómetros de distancia en el éter azul y como si hubiera olvidado todos mis lugares conocidos por unos
momentos y me fueran extraños.
Pero había una estrella que no he mirado. Vega de la Lira.4
30 de mayo de 19…Esta tarde, justo cuando estaba en mitad de un cuento, la tía Elizabeth me ha dicho que me necesitaba para quitar
la maleza del lecho de cebollas. De modo que he tenido que dejar la pluma y salir al huerto.
Pero se puede quitar la maleza de un lecho de cebollas y pensar cosas maravillosas al mismo tiempo, gracias al cielo. Es una bendición que no siempre tengamos que poner el alma en lo que hacen nuestras manos, loados sean los dioses, pues, de lo contrario, ¿a quién le quedaría alma? Así que he quitado la maleza mientras, con la imaginación, paseaba por la Vía Láctea.5
10 de junio de 19…Anoche el primo Jimmy y yo nos sentimos como asesinos. Y lo fuimos. ¡Y asesinos de criaturas, para más datos! Esta primavera hay muchos brotes de arces. Parece que este año han crecido todas las semillas que han caídode los árboles adultos. En todo el parque, el jardín y el huerto viejo han aparecido por cientos diminutos arces. Claro que hay que arrancarlos. No se los puede dejar crecer. Así que ayer los arrancamos todos y nos sentimos muy mezquinos y culpables. ¡Esas cositas tan preciosas! Tienen derecho a crecer, derecho a seguir creciendo y convertirse en magníficos y majestuosos árboles. ¿Quiénes somos nosotros para negarles ese destino? Sorprendí al primo Jimmy con los ojos llenos de lágrimas ante esa necesidad brutal.
«A veces pienso», susurró, «que está mal impedir que crezca algo. Yo nunca crecí. En la cabeza, digo».
Y anoche tuve un sueño horrible en el que me perseguían miles de fantasmas de arces pequeñitos indignados.
Me rodeaban, me hacían tropezar, me azotaban con sus ramas, me ahogaban con sus hojas. Y desperté sin poder respirar y medio muerta de miedo, pero con una espléndida idea para un cuento: La venganza del árbol.6
15 de junio 19…Esta tarde he estado recogiendo fresas en la orilla del lago de Blair Water, entre las aromáticas hierbas que sacudía el viento. Me encanta recoger fresas. Es una tarea que tiene algo de juventud eterna. Los dioses han de haber recogido fresas en el alto Olimpo sin herir su dignidad. Una reina, o un poeta, pueden agacharse para hacerlo; para un mendigo es un privilegio. Y esta noche he estado sentada aquí, en mi querida habitación, con mis queridos libros y mis queridos cuadros y mi querida ventanita con sus paneles torcidos, soñando en el atardecer suave y aromático del verano, cuando los petirrojos se llaman en el bosque de John el Altivo y los álamos hablan, espectralmente, de cosas antiguas y olvidadas. Después de todo, el mundo no es tan malo, y las personas que lo habitan tampoco son tan malas.
Hasta Emily Byrd Starr es pasable a ratos. No es del todo la perversidad falsa, voluble, desagradecida que ella cree ser a altas horas de la noche, ni tampoco la doncella olvidada y sin amigos que imagina ser en sus noches en vela, como tampoco la fracasada que amargamente supone que es cuando le rechazan tres manuscritos seguidos. Y tampoco la cobarde que se siente cuando piensa que en julio Frederick Kent viene a Blair Water.
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Emily triunfa
Teen FictionÚltima parte de la serie Emily está convencida de que va a convertirse en una escritora de éxito. Pero sabe que para ello necesita tener cerca al que ha sido su amor desde la infancia, Teddy Kent. Cree que su amor va a durar eternamente y que juntos...