CAPÍTULO QUINCE

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Recién llegada a casa, tras una interminable semana de visita en la casa del tío Oliver, donde se casaba un primo, Emily se enteró en el correo de que Teddy Kent se había ido.
—Se fue casi sin avisar —le dijo la señora Crosby—. Recibió un telegrama en el que le ofrecían el vicerrectorado en el Colegio de Arte de Montreal y tuvo que viajar de inmediato a tomar posesión del cargo. ¿No es espléndido? Cómo ha progresado, ¿verdad? Realmente, es maravilloso. Blair Water tendría que estar muy orgulloso de él, ¿verdad? ¿No es una pena que su madre sea tan rara? Por fortuna, la señora Crosby no daba tiempo a contestar a sus preguntas. Emily supo que se había puesto pálida y se disgustó consigo misma. Apretó con fuerza sus cartas y se apresuró a salir de la estafeta. Pasó junto a varias personas camino a su casa, pero ni cuenta se dio. Como consecuencia, su fama de orgullosa creció peligrosamente. Sin embargo, cuando llegó a la Luna Nueva, la tía Laura le entregó una carta.
—Te la dejó Teddy. Vino anoche a despedirse. La orgullosa señorita Starr por poco estalla en sollozos histéricos allí mismo.
¡Una Murray histérica! Nunca se había sabido de semejante cosa… ni se sabría nunca.
Emily apretó los dientes, cogió la carta en silencio y se fue a su habitación. El hielo que le rodeaba el corazón se estaba derritiendo a toda velocidad. Ah, ¿por qué había estado tan fría y digna con Teddy durante toda la semana posterior al baile de la señora Chidlaw? Pero no se le había ocurrido que él tuviera tener que irse tan rápido. Y ahora… Abrió la carta. En ella no había nada más que un recorte de un ridículo poema
escrito por Perry y publicado en un diario de Charlottetown, un diario que no se recibía en la Luna Nueva. Teddy y ella se habían reído del poema (Ilse estaba demasiado furiosa para reírse), y él le había prometido conseguirle un ejemplar. Bueno, se lo había conseguido.

                    2
Emily estaba sentada, mirando sin ver la noche suave, negra y aterciopelada, con su mercado de duendes-árboles sacudidos por el viento, cuando entró Ilse, que también había estado de visita en Charlottetown.
—Así que Teddy se fue. Veo que tú también has recibido una carta suya.
¡También!
—Sí —dijo Emily, preguntándose si no era una mentira. Luego, desesperada, llegó a la conclusión de que no le importaba si lo era.
—Estaba muy apenado por tener que irse tan rápido, pero tenía que responder enseguida y no podía tomar una decisión sin más datos. Teddy no puede atarse
demasiado irrevocablemente a ninguna persona, por tentador que le parezca. Y, a su edad, ser vicerrector de ese colegio es un regalo del cielo. Bueno, yo también tendré que irme pronto. Han sido unas hermosas vacaciones, pero… ¿Irás mañana al baile de
Derry Pond, Emily?
Emily negó con la cabeza. ¿Qué sentido tenían los bailes ahora que Teddy se
había ido?
—¿Sabes? —dijo Ilse, pensativa— Creo que este verano ha sido algo así como un fracaso, a pesar de lo que nos hemos divertido. Creímos que podíamos volver a ser
niños, pero no lo hemos logrado. Ha sido una simulación, nada más.
¿Una simulación? ¡Ay, si este dolor de su corazón también fuera sólo una
simulación! Y aquella vergüenza que quemaba, y aquella pena honda y muda. Teddy ni siquiera se había tomado la molestia de escribirle una línea de despedida. Ella sabía, lo había sabido desde el baile de la señora Chidlaw, que él no la amaba, pero,
claro, la amistad tenía sus exigencias. Ni siquiera su amistad significaba algo para él,
entonces. Ahora Teddy había vuelto a su vida real y a las cosas que le interesaban. Y le había escrito a Ilse. ¿Había que simular? Bueno, sí, ella simularía con creces.
Había ocasiones en las que el orgullo de los Murray era sin duda una ventaja.
—Creo que me alegro de que se termine el verano —dijo como con
despreocupación—. Tengo que ponerme a trabajar. Es una vergüenza cómo he
descuidado mi trabajo en estos dos meses.
—Después de todo, es lo único que te interesa, ¿no? —preguntó Ilse con
curiosidad—. A mí mi trabajo me encanta, pero no me posee como a ti el tuyo. Yo lo dejaría en un abrir y cerrar de ojos por… bueno, somos como somos. Pero ¿de verdad
es bueno, Emily, querer sólo una cosa en la vida?
—Mucho mejor que querer demasiadas.
—Supongo que sí. Bueno, si depositas todo en el altar de tu diosa, triunfarás. Ésa es la diferencia entre las dos. Yo estoy hecha de una arcilla más débil. Hay algunas cosas que no quiero abandonar, cosas que no voy a abandonar. Y, como aconseja el
viejo Kelly, si no consigo lo que quiero, bueno, querré lo que pueda conseguir. ¿No es eso tener sentido común?
Deseando poder engañarse con la misma facilidad con que engañaba a los demás,
Emily se acercó a la ventana y le dio un beso en la frente a Ilse.
—Ya no somos niñas, y no podemos regresar a la niñez, Ilse. Somos mujeres y tenemos que hacer lo que podamos. Yo creo que tú vas a ser feliz. Quiero que lo seas. Ilse le apretó la mano.
—¡Qué sentido común, miércoles! —dijo, atrevida. De no haber estado en la Luna Nueva probablemente habría usado la palabra sin
censura.

Emily triunfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora