CAPÍTULO VEINTISIETE

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Llegó clara y súbitamente por el aire en un atardecer de junio.
Una llamada vieja… dos notas altas y una larga, suave, más baja. Emily Starr, que soñaba junto a su ventana, la oyó y se levantó repentinamente pálida. ¡Seguramente seguía soñando! Teddy Kent estaba a miles de kilómetros de distancia, en el oriente, o al menos eso había leído ella en un artículo de un diario de Montreal. Sí, lo había soñado, se lo había imaginado. Volvió a oírlo. Y Emily supo que Teddy estaba allí, esperándola en el bosque de John el Altivo, llamándola a través de los años. Bajó lentamente, salió y cruzó el jardín. Y allí estaba Teddy, bajo los abetos. Parecía la cosa más natural del mundo que fuera allí a esperarla, a aquel jardín tan viejo como el mundo, donde los tres álamos de Lombardía montaban guardia. No faltaba nada para cubrir los años intermedios. No había ninguna brecha entre ellos.
Él le tendió las manos y la atrajo hacia sí, sin un saludo convencional. Y habló como si no hubieran pasado años, como si no hubiera recuerdos, entre ellos.
—No me digas que no puedes amarme, puedes, tienes que amarme, Emily… —
Sus ojos se encontraron con el brillo de claro de luna de los ojos de ella—. Tú me amas.

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—Es horrible pensar que son las cosas pequeñas las que provocan los malentendidos entre las personas —decía Emily unos minutos… o unas horas… más tarde.
—Toda mi vida he intentado decirte que te amo —dijo Teddy—. ¿Te acuerdas de aquella noche, hace muchísimo tiempo, en el Camino del Mañana, después de dejar el colegio? Justo cuando iba a reunir el valor para preguntarte si me esperarías, tú dijiste que el aire de la noche te hacía daño y entraste. Me pareció una excusa para deshacerte de mí; yo sabía que a ti el aire de la noche te importaba un comino. Eso me disuadió durante años. »Cuando me enteré de tu relación con Aylmer Vincent (mamá me contó que estabas comprometida) me sentí fatal. Por primera vez se me ocurrió que en realidad no me pertenecías. Y aquel invierno en el que estuviste enferma, casi me vuelvo loco. Lejos, en Francia, sin poder verte. Y todos me escribían contándome que Dean Priest estaba siempre contigo y que probablemente os casaríais si te curabas. Después llegó la noticia de que sí te casabas con él. No quiero hablar de eso. Pero cuando tú… tú… me salvaste de ir al encuentro de mi muerte en el Flavian, supe que sí me pertenecías, de una vez y para siempre, lo
supieras o no lo supieras. Entonces volví a intentarlo aquella mañana junto al lago de
Blair Water, y tú volviste a rechazarme sin piedad. Apartaste la mano de la mía como si fuera una víbora. Y nunca contestaste mi carta, Emily, ¿por qué? Me has dicho que siempre me has querido…
—Nunca recibí esa carta.
—¿Que nunca la recibiste? Pero si yo la puse en el correo…
—Sí, lo sé. Tengo algo que contarte, ella me dijo que te lo contara. —Se lo
explico todo en pocas palabras.
—¿Mi madre hizo eso?
—No la juzgues con dureza, Teddy. Tú sabes que ella no era como las demás mujeres. Su pelea con tu padre…, ¿te enteraste?
—Sí, me lo contó todo cuando vino a vivir conmigo a Montreal. Pero esto… Emily…
—Olvidémoslo y perdonemos. Se sentía tan dejada de lado y tan infeliz que no sabía lo que hacía. Y yo… yo fui demasiado orgullosa para acudir cuando me
llamaste la última vez. Quise ir, pero pensé que tú sólo te estabas divirtiendo.
—Fue entonces cuando perdí toda esperanza. Me había engañado demasiadas veces. Te vi junto a la ventana, resplandeciendo, me pareció, con un resplandor helado, como una fría estrella lejana. Supe que me habías oído, pero, por primera vez,
no respondiste a nuestra vieja llamada. Parecía que no quedaba nada por hacer, más que olvidarte, si podía. Nunca lo logré. A veces creía que sí… hasta que miraba a
Vega de la Lira. Y me sentía solo. Ilse fue una buena compañera. Además, creo que pensé que con ella podría hablar de ti, mantener un rinconcito en tu vida como el esposo de alguien a quien tú querías. Sabía que Ilse no me quería demasiado, que yo no era más que el premio consolación. Pero pensé que los dos nos llevaríamos bien y
que nos ayudaríamos a mantener alejada la temible soledad del mundo. Y entonces —
Teddy rió para sus adentros—, cuando ella me dejó «ante el altar», según la fórmula de Bertha M. Clau, me puse furioso. Me había hecho quedar como un soberano tonto, a mí, que creía que comenzaba a ser alguien en el mundo… ¡Ay, cómo detesté a las mujeres! Me sentí muy herido. Había llegado a estimar a Ilse. En cierto sentido, la
amé.
—En cierto sentido. —Emily no sintió los más mínimos celos.

                     3
—No sé si yo me quedaría con las sobras de Ilse —comentó la tía Elizabeth. Emily dirigió a la tía Elizabeth una de sus antiguas miradas.
—Las sobras de Ilse… Si Teddy siempre me ha pertenecido a mí, igual que yo a él… En alma, cuerpo y corazón —replicó Emily.
La tía Elizabeth se estremeció. Tal vez estaba bien sentir aquello, pero era indecente decirlo.
—Siempre reservada —fue el comentario de la tía Ruth.
—Será mejor que se case enseguida, antes de que vuelva a cambiar de idea —sugirió la tía Addie.
—Supongo que cuando él le dé un beso no se va a limpiar la cara —dijo el tío Wallace. Sin embargo, en términos generales, la familia estaba contenta. Muy contenta.
Después de todas las preocupaciones por los romances de Emily, por fin la veían respetablemente «asentada» con un «muchacho» conocido que, al menos hasta donde ellos sabían, no tenía malas costumbres ni antecedentes vergonzosos. Y a quien le iba muy bien en el negocio de la pintura. Ellos no iban a decirlo con esas palabras, pero el viejo Kelly lo dijo por ellos.
—Ah, esto sí me gusta —dijo el viejo Kelly, aprobando.

                   4
Dean escribió poco antes de la discreta boda en la Luna Nueva. Una carta abultada con un regalo: el título de posesión de la Casa Desilusionada y todo lo que ésta contenía. —Quiero que la aceptes, Estrella, como mi regalo de boda. Esa casa no debe
volver a desilusionarse. Quiero que por fin viva. Teddy y tú podéis usarla como casa de veraneo. Y algún día iré a visitaros. De vez en cuando reclamaré mi antiguo rinconcito en tu casa de la amistad.
—Qué… encantador… de parte de Dean. Y me alegro tanto de que ya no se sienta herido. Emily estaba en el lugar en el que el Camino del Mañana se abría al valle de Blair Water. A sus espaldas oía los ansiosos pasos de Teddy que se acercaba a ella.
Enfrente, sobre la colina oscura y recortada contra el ocaso, estaba la querida casita gris que ya no se sentiría desilusionada.

Emily triunfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora