CAPÍTULO VEINTITRES

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Una noche de enero, volviendo a casa de una visita tardía, Emily decidió tomar el camino vecinal que bordeaba Tansy Patch. Había sido un invierno casi sin nieve y el suelo bajo sus pies se sentía desnudo y duro. Parecía la única criatura viviente en medio de la noche y caminaba despacio, saboreando el delicado embrujo de los prados sin flores y los bosques silenciosos, de la luna que se abría paso súbitamente entre las nubes negras, sobre los abetos puntiagudos e intentando, con mayor o menor éxito, no pensar en la carta que acababa de recibir de Ilse, una de esas cartas alegres e incoherentes en la que sólo un hecho resaltaba. Se había fijado la fecha de la boda: el 15 de junio.
Quiero que para la boda te hagas un vestido de gasa azul azucena sobre tafetán color marfil, querida. ¡Te quedaría precioso con tus sedosos cabellos negros! Mi traje de novia será de terciopelo color marfil y la vieja tía abuela Edith, la que vive en Escocia, me va a mandar su velo de tul recamado y la tía abuela Theresa, de la misma histórica tierra, me manda una cola de un encaje de plata oriental que su marido le trajo de Constantinopla. Lo cubriré con tul. ¿No voy a estar deslumbrante? Creo que las buenas viejecitas ni siquiera conocían mi existencia hasta que papá les escribió sobre mis «inminentes nupcias». Papá está mucho más entusiasmado que yo con todo esto. Teddy y yo pasaremos la luna de miel en viejas posadas y lugares poco concurridos de Europa, lugares donde
a nadie se le ocurre ir, Vallambroso y nombres por el estilo. Ese verso de Milton siempre me ha intrigado: «espeso como las hojas del otoño que cubren los arroyos en Vallambroso». Si lo sacas de su horrible contexto es una imagen deliciosa. Iré a casa en mayo para los últimos preparativos y Teddy irá el primero de junio a pasar unos días con su madre. ¿Cómo se lo tomó ella, Emily? ¿Tienes idea? A Teddy no puedo sonsacarle nada, de modo que supongo que no está contenta. Siempre me ha detestado, lo sé. Pero, claro, parecía detestar a todo el mundo, a ti en especial. No soy muy afortunada con la suegra que me toca. Siempre tendré la desagradable sensación de que me maldice en secreto. Pero Teddy lo compensa. Es un encanto. Yo no tenía idea de que podía ser tan encantador y cada día lo quiero más. En serio. Cuando lo miro y me doy cuenta de lo guapo y encantador que es no entiendo por qué no estoy perdidamente enamorada de él. Pero es mucho más cómodo no estarlo. Si lo estuviera me moriría cada vez que peleamos. Nos peleamos siempre, tú me conoces. Siempre nos pelearemos. Estropeamos todos los momentos maravillosos con una pelea. Pero la vida no va a ser aburrida.
Emily se estremeció. Su propia vida, en aquellos precisos momentos, le parecía oscura y desangelada. Ay, qué ganas tenía de que pasara la boda, esa boda donde ella tenía que haber sido la novia, sí, tenía que haberlo sido, pero sería la dama de honor, y que ganas de que la gente terminara de hablar del tema. «¡Azul azucena sobre tafetán color marfil!». Tela de arpillera y cenizas, mejor.

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—Emily. Emily Starr.
Emily casi pegó un salto. Debido a la oscuridad, no había visto a la señora Kent hasta que estuvieron casi cara a cara en el caminito vecinal que llevaba a Tansy Patch. Iba con la cabeza descubierta a pesar del frío de la noche, y le tendía una mano.
—Emily, quiero hablar contigo. Te he visto pasar por aquí a la caída del sol y desde entonces he estado esperando que regresaras. Ven a casa.
Emily habría preferido negarse. Sin embargo, se volvió y subió en silencio el camino empinado y cubierto de raíces con la señora Kent delante, ligera como una hoja muerta impulsada por el viento. Atravesaron el viejo jardín escabroso donde no nacía otra cosa que hierva lombriguera y entraron en la casita, tan desordenada como
siempre. La gente decía que Teddy Kent podría arreglarle un poco la casa a su madre si ganaba tanto dinero como se suponía. Pero Emily sabía que la señora Kent no se lo permitiría, no querría que se cambiara nada.
Miró a su alrededor con curiosidad. Hacía muchos años que no iba, desde los lejanos días en los que ella, Ilse y Teddy eran niños. Parecía que nada había cambiado. Como antaño, la casa parecía con miedo de las risas. Daba la sensación de que alguien estuviera siempre rezando dentro. Tenía una atmósfera de plegaria. Y el viejo sauce que había al oeste seguía golpeando contra la ventana con fantasmagóricos dedos. Sobre la repisa del hogar había una fotografía reciente de Teddy, una buena fotografía. Parecía a punto de hablar, de decir algo triunfal,
exultante.
«Emily, encontré el oro del arco iris. La fama… y el amor».
Emily le dio la espalda y se sentó. La señora Kent se sentó enfrente. Era una figura descolorida y arrugada, con un rictus amargo en la boca y larga cicatriz cruzando la cara pálida y arrugada, esa cara que en otro tiempo tuvo que haber sido
muy bonita. Miraba a Emily de forma intensa e penetrante, pero, según Emily comprobó enseguida, el antiguo odio abrasador le había desaparecido de los ojos,
ojos cansados que antaño debieron de ser jóvenes, ávidos e iluminados por la risa. Se inclinó hacia adelante y tocó el brazo a Emily con sus delgados dedos que parecían
garras.
—¿Sabes que Teddy va a casarse con Ilse Burnley? —preguntó.
—Sí.
—¿Qué sientes?
Emily se agitó, impaciente.
—¿Qué interés tienen mis sentimientos, señora Kent? Teddy ama a Ilse. Ella es hermosa, brillante y cariñosa. Estoy segura de que van a ser muy felices.
—¿Todavía lo amas?
Emily se preguntó por qué no sentía resentimiento. Pero la señora Kent no podía
ser juzgada con parámetros comunes. Y he aquí una buena oportunidad para salvar su prestigio con una mentirijilla, unas pocas palabras llenas de indiferencia.
«Ya no, señora Kent. ¡Oh, sí! En un tiempo pensé que lo amaba, pero, lamentablemente,
imaginar ese tipo de cosas es mi debilidad. He descubierto que no me interesa en lo más mínimo».
¿Por qué no podía decirlo? Bien, no podía, eso era todo. Nunca podría negar su amor por Teddy. Formaba parte de sí misma de tal manera que tenía un derecho
divino a la verdad. ¿Y no había, también, un alivio secreto en sentir que había al menos una persona con la que podía ser ella misma, ante quien no debía simular ni
ocultar nada?
—No creo que tenga derecho a hacerme esa pregunta, señora Kent. Pero… sí.
La señora Kent rió en silencio.
—Yo antes te detestaba. Pero ahora ya no. Ahora tú y yo somos una. Las dos lo amamos. Y él se ha olvidado de nosotras, no le importamos nada, se ha ido con ella.
—A usted la quiere, señora Kent. Siempre la ha querido. Supongo que entenderá que hay más de un tipo de amor. Y espero que no odie a Ilse porque Teddy la ama.
—No, no la odio. Es más hermosa que tú, pero no tiene ningún misterio. Jamás lo poseerá por completo como tú lo habrías poseído. Es muy diferente. Pero quiero
saber algo, ¿eres desdichada?
—No. Sólo a veces, durante breves momentos. En general estoy demasiado
ocupada con mi trabajo como para ponerme a pensar mórbidamente en lo que no puede pertenecerme.
La señora Kent la escuchó con avidez.
—Sí, sí, exacto. Es lo que pensaba. Los Murray son tan sensatos. Algún día…
algún día… te alegrarás de que las cosas hayan sido así, te alegrarás de que Teddy no te haya querido. ¿No te parece?
—Tal vez.
—Ah, estoy segura. Es muchísimo mejor para ti. Ah, no sabes el sufrimiento, la desgracia de la que te salvas. Es una locura amar demasiado. Dios es celoso. Si te casaras con Teddy, él te destrozaría el corazón, siempre lo hacen. Es mejor… con el
tiempo te darás cuenta de que es mejor.
Tap… tap… tap golpeaba el viejo sauce.
—¿Tenemos que seguir hablando de esto, señora Kent?
—¿Recuerdas la noche en que os encontré a Teddy y a ti en el cementerio? — preguntó la señora Kent, al parecer sorda a la pregunta de Emily.
—Sí. —Emily se encontró recordándolo intensamente: aquella noche extraña y maravillosa en que Teddy la había salvado del loco Morrison y le había dicho cosas tan dulces e inolvidables.
—¡Ay, cómo te odié aquella noche! —exclamó la señora Kent—. Pero no tendría que haberte dicho aquellas cosas. Toda la vida he dicho cosas que no debía. Una vez dije algo terrible, algo muy terrible. El eco de lo que dije no dejará nunca de resonarme jamás en los oídos. ¿Recuerdas lo que tú me dijiste a mí? Por eso permití que Teddy se apartara de mí. Fue por lo que tú dijiste. Y si él no se hubiera ido, no lo habrías perdido. ¿Lamentas haber hablado de aquella manera?
—No. Si cualquier cosa que haya dicho ayudó a allanarle el camino, me alegro… me alegro.
—¿Lo harías otra vez?
—Lo haría.
—¿Y no detestas a Ilse? Tiene lo que tú querías. Tienes que detestarla.
—No la odio. Quiero a Ilse tanto como siempre. No me ha quitado nada que hubiera sido mío alguna vez.
—No lo entiendo… no lo entiendo —susurró la señora Kent—. Mi amor no es así. Quizá sea por eso que siempre me ha hecho tan desgraciada. No, ya no te odio.
Pero ¡cómo te odiaba! Sabía que Teddy te quería más que a mí. ¿Vosotros no hablabais de mí, no me criticabais?
—Nunca.
—Yo creía que sí. Todo el mundo siempre lo ha hecho, siempre.
De pronto, la señora Kent pegó con fuerza una mano con la otra.
—¿Por qué no me has dicho que ya no lo amabas? ¿Por qué no me lo has dicho, aunque fuera mentira? Eso era lo que yo quería oír. Te habría creído. Los Murray no mienten nunca.
—Ah, ¿qué importa? —exclamó la atormentada Emily—. Ahora mi amor no significa nada para él. Pertenece a Ilse. Ya no tiene por qué sentir celos de mí, señora Kent.
—No estoy celosa, no estoy celosa, no es eso. —La señora Kent la miró de una manera muy rara—. Ay, si me atreviera, pero no… no, es demasiado tarde. Ahora no
serviría de nada. Creo que no sé lo que estoy diciendo. Sólo que… Emily, ¿vendrás a verme de vez en cuando? Esto es muy solitario, mucho, y peor ahora que él le
pertenece a Ilse. El miércoles pasado… no, el jueves, llegó una foto suya. Hay tan pocas cosas que animen los días aquí. La puse ahí, pero es peor. En esa foto está pensando en ella, ¿no se le nota en los ojos que está pensando en la mujer que ama?
Ahora no le importo nada. No le importo nada a nadie.
—Si vengo a verla no debe hablar de él, de ninguno de los dos —dijo Emily, compasiva.
—No hablaré. No, no hablaré. Aunque eso no evitará que pensemos, ¿no? Tú te sentarás ahí, hablaremos del tiempo y pensaremos en él. ¡Qué divertido! Pero, cuando
por fin lo hayas olvidado, cuando de verdad ya no te importe, me lo dirás, ¿verdad?
Emily asintió y se levanto para irse. No aguantaba más.
—Si puedo ayudarla en algo, señora Kent.
—Quiero descansar… descansar —dijo la señora Kent, riendo como una loca—. ¿Puedes conseguirme eso? ¿No sabes que soy un fantasma, Emily? Morí hace años. Camino en las tinieblas.
Cuando la puerta se cerraba a sus espaldas, Emily oyó que la señora Kent se echaba a llorar desconsoladamente.
Con un suspiro de alivio se volvió a los frescos espacios abiertos del viento y de la noche, las sombras y la luna helada. Ah, aquí se podía respirar.

Emily triunfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora