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17 de noviembre de 19…Hay dos adjetivos que no se separan nunca cuando se trata de un día de noviembre: «apagado» y «melancólico». Unieron sus destinos en los albores del idioma y no me corresponde a mí divorciarlos ahora. En consecuencia, este día ha sido apagado y melancólico, por dentro y por fuera, material y espiritualmente.
Ayer no fue tan malo. Hubo un cálido sol otoñal y el gran montón de calabazas del primo Jimmy parecía un hermoso remanso de color en contraste con los viejos graneros grises y el valle del arroyo que devolvía la suavidad del oro tardío y sin hojas de los enebros. Caminé en medio de la tarde y del extraño encanto de los bosques de noviembre, aún hermosos, y otra vez, al anochecer, a la media luz de un crepúsculo de otoño. El día era benigno y estaba envuelto en una gran quietud gris, reflexiva, una quietud de campos sin vientos y de colinas tranquilas, una quietud atravesada, sin embargo, por hermosos sonidos pequeños y fantasmales que yo alcanzaba a oír si escuchaba con el alma y también con los oídos. Más tarde, hubo una procesión de estrellas y recibí un mensaje de ellas. Pero el día de hoy sí ha sido horrible. Y esta noche la virtud me ha abandonado. He escrito durante todo el día,
pero después del atardecer ya no he podido. Me he encerrado en mi cuarto y he paseado como un animal enjaulado. «Es medianoche por el reloj del castillo», pero no tiene sentido pensar en dormir. No puedo dormir. La lluvia que golpea contra la ventana me resulta desoladora y los vientos desfilan como ejércitos de muertos. Todas las pequeñas alegrías fantasmales del pasado me acosan… todos los miedos fantasmales del futuro. Sigo pensando, como una tonta, en la Casa Desilusionada, arriba, en la colina, con el rugido del viento y la lluvia rodeándola. Esto es lo que parece dolerme más esta noche. Otras noches es el hecho de que ni siquiera sé dónde está Dean este invierno, o de que Teddy nunca me escribe, o simplemente el hecho de que hay momentos en los que la inmensa soledad me deja sin fuerzas. En esos momentos vengo a este viejo diario mío en busca de consuelo. Es como hablar con un amigo fiel.2
30 de noviembre de 19…Me han florecido dos crisantemos y una rosa. La rosa es una canción, un sueño y un hechizo, todo en uno. Los crisantemos también son muy bonitos, pero no pueden estar muy cerca de la rosa. Vistos solos son hermosas flores resplandecientes, rosadas y amarillas, y alegres, con aire de estar muy contentos de sí mismos. Pero si les pones una la rosa detrás, el cambio es realmente divertido. Entonces parecen cocineras vulgares y desaliñadas junto a una majestuosa reina blanca. No es culpa de los pobres crisantemos no haber nacido rosas, de modo que, para ser justa con ellos, los dejo a solas y así los disfruto.
Hoy escribí un cuento bueno. Creo que hasta al señor Carpenter le habría gustado. Mientras lo escribía he sido feliz. Pero cuando lo he terminado y he vuelto a la realidad… Bien, no voy a quejarme. La vida al menos se ha vuelto vivible otra vez. Durante todo el otoño no lo fue.
Sé que la tía Laura creía que estaba al borde de la tuberculosis. Yo no. Sería demasiado victoriano. Peleé con las cosas, las conquisté y ahora soy una vez más una mujer cuerda, libre. Aunque en ocasiones aún siento el gusto de mi locura en la boca, y es muy amargo. Ay, de veras que estoy bien. Comienzo a ganarme la vida sola y por las noches la tía Elizabeth les lee mis cuentos a la tía Laura y al primo Jimmy. Puedo soportar un día como este día. Es el día de mañana al que temo.3
15 de enero 19…He salido a pasear por la nieve, a la luz de la luna. El aire se notaba agradablemente helado y la noche era una delicia: un poema de luz gélido y estrellado. Algunas noches son como la miel, otras como el vino y otras como el ajenjo. Esta noche es como el vino, un vino blanco, una bebida clara, burbujeante, hecha por las hadas, que más bien se sube a la cabeza. Ardo de esperanzas, de expectativas y de la victoria ganada sobre ciertos príncipes y poderes que anoche, alrededor de las tres de la madrugada, se apoderaron de mí.
Acabo de apartar la cortina de la ventana para mirar hacia fuera. El jardín está blanco y silencioso bajo la luna,
ébano de sombra y plata de nieve helada. Sobre él, la tracería donde se yerguen los árboles sin hojas aparentemente muertos y dolidos. Pero sólo en apariencia. La sangre vital está en sus corazones y ya despertará cuando se vistan con los vestidos nupciales de jóvenes hojas verdes y brotes rosados. Y al fondo, donde yace la mayor acumulación de nieve, los Dorados levantarán sus trompetas. Y mucho más allá de nuestro jardín, campos y campos yacen blancos y solitarios a la luz de la luna.
¿Solitarios? No tenía intención de escribir esa palabra. Se me ha escapado. Yo no estoy sola, tengo mi trabajo, mis libros y la esperanza de la primavera, y sé que esta existencia tranquila y sencilla es mucho mejor y más feliz que la vida agitada que llevé el verano pasado. Lo creía antes de ponerlo por escrito. Pero ahora no lo creo. No es cierto. ¡Esto es parálisis! Ay, sí, sí que me siento sola, con la soledad de quien no puede compartir sus pensamientos. ¿Para qué negarlo? Cuando llegué venía victoriosa… pero ahora mi estandarte ha vuelto a caer al suelo.4
20 de febrero de 19…Algo le ha ocurrido al amargo temperamento de febrero. ¡Qué mes tan imprevisible! En las últimas semanas el tiempo ha vivido, sin la menor duda, siguiendo las tradiciones de los Murray. Hay una fuerte tormenta de nieve y el viento persigue espectros atormentados por las colinas. Sé que más allá
de los árboles, el lago de Blair Water está triste y negro en un desierto de blancura. Pero la gran noche oscura y ventosa hace que mi acogedor cuarto y su fuego crepitante sean más acogedores aún, y me siento mucho más reconciliada con el mundo que aquella hermosa noche de enero. Esta noche no es tan… tan insultante.
Hoy, en la Glassford's Magazine, había un cuento ilustrado por Teddy. He visto mi propio rostro mirándome
en la heroína. Siempre me provoca una sensación muy extraña. Y hoy, además, me ha irritado. Mi rostro no tiene derecho a significar nada para él si yo no significo nada para él. Pero, a pesar de eso, he recortado su foto, que estaba en la columna de colaboradores, la he enmarcado y la he
puesto sobre mi escritorio. No tenía ninguna foto de Teddy. Pero esta noche la he sacado del marco, la he tirado a las brasas del hogar y he contemplado cómo se arrugaba. Justo antes de que ardiera, la ha agitado algo así como un estremecimiento y me ha parecido que Teddy me hacía un guiño, un guiño travieso y despectivo, como si me dijera: «Tú crees que me has olvidado pero, si hubiera sido así, no me habrías quemado. Eres mía, siempre serás mía,
y yo no te quiero». Si de pronto apareciera un hada buena y me ofreciera un deseo, le pediría que Teddy Kent viniera y silbara una
y otra vez en el bosque de John el Altivo. Y yo no iría, no me movería ni un milímetro. No puedo soportar esto. Tengo que apartarlo de mi vida.
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Emily triunfa
Teen FictionÚltima parte de la serie Emily está convencida de que va a convertirse en una escritora de éxito. Pero sabe que para ello necesita tener cerca al que ha sido su amor desde la infancia, Teddy Kent. Cree que su amor va a durar eternamente y que juntos...