CAPÍTULO CATORCE

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—A quien madruga… Dios le da el deseo de su corazón —dijo Teddy, sentándose junto a Emily sobre la larga hierba sedosa de color verde pálido, a orillas del lago de Blair Water.
Había llegado tan silenciosamente que Emily no lo oyó hasta que lo vio, no pudo disimular la sorpresa y se ruborizó, y deseó con toda el alma que él no se hubiera dado cuenta.
Se había despertado temprano y se sintió invadida por lo que su familia habría considerado, sin duda, un deseo temperamental de ver amanecer y hacerse de nuevos conocidos en el Edén. Así que bajó sin hacer ruido las escaleras de la Luna Nueva, cruzó el jardín y el bosque de John el Altivo para llegar al lago de Blair Water a esperar el misterio del amanecer. Nunca se le ocurrió pensar que Teddy también anduviera por allí.
—De vez en cuando me encanta venir aquí al amanecer —dijo él—. Creo que es la única oportunidad que tengo de estar solo unos pocos minutos. Las tardes y las noches están dedicadas a la diversión alocada y mamá quiere que no me aparte de ella ni por un segundo durante las mañanas. Estos seis años han sido para ella de una soledad terrible.
—Lamento haber interrumpido tu valiosa soledad —dijo Emily, secamente, poseída del terrible temor de que él pudiera pensar que ella conocía este hábito suyo y había venido a propósito para encontrarlo.
Teddy rió.
—No te des aires de la Luna Nueva conmigo, Emily Byrd Starr. Sabes
perfectamente bien que para mí encontrarte aquí es la mejor manera de empezar la mañana. Siempre tuve la loca esperanza de que ocurriera. Y ha sucedido. Sentémonos aquí, a soñar juntos. Dios ha hecho esta mañana para nosotros, para nosotros dos. Si hablamos la estropearíamos. Emily estuvo de acuerdo en silencio. Qué hermoso era estar sentada con Teddy en la orilla del lago de Blair Water, bajo el coral del cielo tempranero y soñar, sólo soñar, sueños locos, dulces, secretos, inolvidables… sueños tontos. Sola con Teddy mientras todo el mundo alrededor dormía. ¡Ah, si este exquisito momento robado pudiera durar! Un verso de algún poema de Marjorie Picktail le tembló en la mente como una línea de pentagrama:
Ay, mantén al mundo por siempre en el amanecer. Lo dijo para sí, como una plegaria. Todo era tan hermoso en aquel momento mágico, antes de la salida del sol. Los
azules lirios silvestres alrededor del estanque, las sombras violetas en las curvas de las dunas, la neblina blanca y delgadísima que pendía sobre el valle de botones de oro del otro lado del lago, el manto de oro y plata que se llamaba campo de margaritas, la
deliciosa brisa fresca que venía del golfo, el azul de las tierras lejanas del otro lado del puerto, los mechones de humo púrpura y malva que subían en el aire quieto y
dorado de las chimeneas de Stovepipe Town, donde los pescadores se levantaban temprano… Y Teddy tendido a sus pies, con las delgadas manos oscuras entrelazadas
detrás de la cabeza. Emily volvió a sentir la atracción magnética de su personalidad.
La sintió con tanta fuerza que no se atrevió a mirarlo a los ojos. Pero admitió ante sí misma, con una franqueza secreta que habría horrorizado a la tía Elizabeth, que quería entrelazar los dedos en aquellos brillantes cabellos negros, sentir los brazos de él rodeándola, apretar la mejilla contra la tierna mejilla de él, sentir los labios de
Teddy sobre sus labios…
Teddy sacó una mano de detrás de la cabeza y la apoyó sobre una mano de Emily.
Por un momento de abandono, ella dejó quieta la mano. Pero en seguida le vinieron como un relámpago las palabras de Ilse, atravesándole la conciencia como una daga de fuego:
«lo he visto aceptando los tributos»… «dedicando… un toque de la mano como recompensa»… «decir a cada una lo que él creía que ella quería oír».
¿Teddy habría adivinado lo que ella estaba pensando? A Emily sus pensamientos le habían parecido tan intensos que sintió que cualquiera presente podría verlos
reflejados. Intolerable. Se puso en pie de un salto, apartando la mano.
—Tengo que irme.
Bruscamente. No pudo ser más suave. Él no debía pensar… no debía creer que… Teddy también se puso de pie. Hubo un cambio en su voz y en su mirada. El
momento maravilloso había pasado.
—Yo también. Mamá estará esperándome. Siempre se levanta temprano. Pobre mamita. No ha cambiado nada. No está orgullosa de mi éxito, lo detesta. Para ella, el éxito me ha apartado de su lado. Los años no le han hecho las cosas más fáciles.
Quiero que se venga conmigo, pero no quiere. Creo que es, en parte, porque no soporta dejar la vieja Tansy Patch y, en parte, porque no soporta verme encerrado en
mi estudio trabajando, algo que la excluiría. Me pregunto cómo ha llegado a ser así.
Desde que tengo uso de razón ha sido así, pero pienso que alguna vez tuvo que ser distinta. Es extraño que un hijo sepa tan poco de la vida de su madre como yo. Ni siquiera sé cómo se hizo esa cicatriz en la cara. De mi padre no sé casi nada, y absolutamente nada de mi familia paterna. Mamá no quiere hablar de los años anteriores a que viniéramos a Blair Water.
—En algún momento de su vida algo le hizo daño, pero le hizo daño de una
manera tan terrible que nunca pudo recuperarse —dijo Emily.
—Tal vez la muerte de mi padre.
—No. Al menos, no si fue sólo una muerte. Tiene que haber algo más, algo
ponzoñoso. Bueno, adiós.
—¿Irás al baile de la señora Chidlaw mañana por la noche?
—Sí. Me va a mandar a buscar con su coche.
—¡Ja! Entonces no tiene sentido que te invite a ir conmigo en un cochecito
insignificante, y, además, prestado. Bueno, entonces invitaré a Ilse. ¿Perry va?
—No. Me dijo que no podía venir, tiene que prepararse para su primer caso. Empieza pasado mañana.
—Perry está progresando mucho, ¿no? Tiene una tenacidad de bulldog: una vez ha clavado los dientes en un objetivo ya no lo suelta. Será millonario y nosotros
seguiremos siendo pobres como ratas. Pero, claro, nosotros vamos en pos del oro del arco iris, ¿verdad?
Ella no quería entretenerse: él podría pensar que lo hacía a propósito, que «esperaba con la lengua fuera», y le dio la espalda sin mucho miramiento.
Él se había resignado muy rápidamente a «llevar a Ilse». Como si en realidad no le importara
demasiado. Pero el roce de su mano sobre la suya seguía quemándole. En aquel momento fugaz, en aquella breve caricia, él se había apoderado totalmente de ella de
una manera que Dean no hubiera logrado en años de matrimonio. En todo el día Emily no pudo pensar en otra cosa. Vivió y revivió aquel momento de abandono. Le parecía anormal que todo siguiera igual en la Luna Nueva y que el primo Jimmy se preocupara por las arañitas rojas del áster.

Emily triunfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora