1
Aparentemente, Ilse no esperaba que nadie la excusara de nada cuando, dos días después, entró sin previo aviso en la habitación de Emily. Aparecía sonrosada, audaz, triunfadora. Emily la miró.
—Bueno, supongo que pasó el terremoto. ¿Qué ha quedado en pie?
—¡Ilse! ¡Cómo pudiste! Ilse sacó una libreta de la cartera y simuló consultarla.
—He escrito una lista de las cosas que me dirías. Ésa era la primera. Ya la dijiste.
La siguiente es: «¿No te avergüenzas de ti misma?». No, tú sabes que no —añadió Ilse con descaro.
—Ya sé que no. Por eso no te lo pregunto.
—No me da vergüenza y no me arrepiento. Sólo lamento un poquito no
lamentarlo. Y soy desvergonzadamente feliz. Pero supongo que eché a perder la fiesta. Seguro que las viejas chismosas están pasando el mejor momento de sus vidas. Por primera vez tienen tema para rato.
—¿Cómo crees que se siente Teddy? —preguntó Emily, severa.
—¿Se estará sintiendo peor de lo que se sintió Dean? Hay un antiguo refrán sobre el que esté libre de culpa.
Emily se puso roja.
—Yo sé… que le hice daño a Dean pero… yo no…
—¡No lo dejaste plantado en el altar! Cierto. Pero yo no pensé en Teddy cuando oí decir a la tía Ida que Perry había muerto. Me volví loca. Mi única obsesión era ver a Perry antes de que muriera. Y cuando llegué me enteré de que, como dijo Mark Twain, los informes de su muerte habían sido muy exagerados. Ni siquiera estaba malherido. Estaba sentado en la cama, con la cara llena de moratones y vendada, hecho un cuadro ¿Quieres que te cuente lo que sucedió, Emily?
Ilse se dejó caer al suelo, a los pies de Emily, y miró el rostro de su amiga con mirada suplicante.
—Querida, ¿qué sentido tiene censurar algo que estaba predestinado? Eso no cambiará nada. Acabo de ver a la tía Laura sentada en la sala. Parecía una cosa que alguien se dejó olvidada. Pero tú tienes una veta en ti que no es Murray. Tú tendrías que entenderme. No desperdicies tu compasión con Teddy. Él no me ama, eso siempre lo he sabido. Sólo sufrirá su orgullo. Toma, dale este zafiro de mi parte, por favor. —Ilse vio algo en la cara de Emily que no le gustó—. Puede hacer juego con la
esmeralda de Dean.
—Teddy salió hacia Montreal al día siguiente de… de…
—De la boda que no fue —terminó Ilse—. ¿Lo viste, Emily?
—No.
—Bueno, si se va a cazar animales salvajes al África durante un tiempo se le pasará con mucha rapidez. Emily, voy a casarme con Perry, el año que viene. Está todo arreglado. Le eché los brazos al cuello y lo besé en cuanto lo vi. Me solté la cola del vestido, que quedó espléndidamente extendida sobre el suelo. Sé que la enfermera
creyó que había salido del manicomio privado del doctor Percy. Pero la eché de la habitación. Le dije a Perry que lo amaba y que nunca, nunca me casaría con Teddy
Kent, pasara lo que pasase, y entonces él me preguntó si me casaría con él, o yo le dije que se casara conmigo, o ninguno de los dos dijo nada, se dio por sentado. La verdad es que no me acuerdo cómo fue, y no me importa. Emily, si yo estuviera muerta y viniera Perry y me mirara, resucitaría. Yo sé, por supuesto, que siempre ha ido detrás de ti, pero va a amarme como nunca te amó a ti. Fuimos hechos el uno para el otro.
—Perry nunca estuvo realmente enamorado de mí —dijo Emily—. Yo le caía muy bien, eso era todo. No sabía la diferencia… en aquella época.
—Emily miró el
rostro radiante de Ilse y todo su antiguo cariño por esta amiga perversa y adorable, se le amontonó en los ojos y en los labios—. Querida Ilse, espero que seas feliz… siempre.
—¡Qué deliciosamente victoriano suena eso! —dijo Ilse, contenta—. Ah, ahora estoy tranquila, Emily. Hace semanas que tengo miedo de que, si me quedaba quieta
un instante, me darían ganas de salir disparada. Y no me importa que la tía Janie esté rezando por mí. Es más, creo que deseo que así sea.
—¿Qué dice tu padre?
—¡Ay, papá! —Ilse se encogió de hombros—. Sigue con su mal genio ancestral.
No me habla. Pero ya se le pasará. En realidad, tiene tanta culpa como yo por lo que hice. Tú sabes bien que en mi vida le he preguntado a alguien si podía hacer algo. Lo
hacía y ya está. Papá nunca me prohibió nada. Al principio porque me detestaba y, después porque quería compensar el haberme detestado.
—Creo que a veces tendrás que preguntarle a Perry si puedes hacer algunas cosas.
—No me importa. Te sorprenderá ver lo buena esposa que voy a ser. Ahora me voy de inmediato, de vuelta al trabajo. Y dentro de un año la gente se habrá olvidado de todo y Perry y yo nos casaremos discretamente, en algún lado. Nada de velos
recamados, colas orientales ni bodas familiares para mí. ¡Señor, cómo me escapé!
Diez minutos más tarde y hubiera estado casada con Teddy. Piensa en el escándalo que habría habido cuando hubiera llegado la tía Ida. Porque yo habría ido igual, lo
sabes muy bien.
2
Aquel verano fue difícil para Emily. La angustia de su sufrimiento le había llenado la vida y, ahora que éste ya no existía, se daba cuenta del vacío. Además, ir a cualquier lado implicaba un martirio. Todo el mundo hablaba de la boda, preguntaba, sugería, conjeturaba. Pero, al fin, los chismes y las habladurías sobre las hazañas de Ilse se
agotaron y la gente encontró otra cosa de qué hablar. Dejaron sola a Emily con sus
pensamientos.
¿Sola? Pues sí. El amor y la amistad se habían ido para siempre. No le quedaba más que la ambición. Emily se dispuso a trabajar con toda el alma. La vida volvía a seguir su antiguo curso. Año tras año, las estaciones pasaban frente a su puerta. Valles
salpicados de violetas en la primavera, las páginas en flor del verano, los abetos juglares del otoño, los fuegos pálidos de la Vía Láctea en las noches de invierno, los suaves cielos de lunas nuevas de abril, la traviesa belleza de los oscuros álamos bajo la luna temprana, las honduras del mar que llamaban a las profundidades del viento,
las solitarias hojas amarillas que caían en los atardeceres de octubre, la luz de la luna
entretejida en el huerto. Ah, todavía había belleza en la vida, siempre la habría. Una belleza inmortal, indestructible más allá de las manchas y la niebla de la pasión
mortal.
Emily vivió algunas gloriosas horas de inspiración y realizaciones. Pero la
mera belleza que en un tiempo había dado satisfacción a su alma no podía ya satisfacerla por completo.
La Luna Nueva no había cambiado, no había sufrido los cambios que ocurrían en otras partes. La señora Kent se había ido a vivir con Teddy y
vendieron la vieja Tansy Patch a un hombre de Halifax que la quería como casa de verano. Perry fue, a Montreal un otoño y volvió con Ilse. Vivían felices en
Charlottetown, donde Emily los visitaba a menudo, eludiendo con astucia las trampas
matrimoniales que Ilse siempre le tendía.
La familia ya había dado por hecho que Emily no se casaría.
—Otra solterona en la Luna Nueva —como dijo el tío Wallace, tan encantador.
—Y pensar en todos los hombres que pudo haber elegido —lamentó la tía
Elizabeth con amargura—. Mi Wallace, Aylmer Vincent, Andrew…
—Pero… si no los amaba —balbuceó la tía Laura.
—Laura, no tienes por qué ser indecente.
El viejo Kelly, que seguía viajando («y seguiría hasta que empiece el juicio final», decía Ilse) ya había renunciado a bromear con Emily sobre su casamiento, aunque a
veces hacía apenadas alusiones crípticas a «ungüento de sapo».
Ya no le dirigía sus
significativos movimientos de cabeza o guiños, sino que siempre le preguntaba, muy
serio, en qué libro trabajaba, y se iba sacudiendo su puntiaguda barba gris. «¿En qué estarán pensando los hombres? Arre, caballito, arre».
Al parecer, algunos hombres seguían pensando en Emily. Andrew, ahora un vivaz
joven viudo, habría acudido al movimiento de un meñique de Emily, si ésta lo hubiera movido. Graham Mitchell, de Shrewsbury, tenía inequívocas intenciones.
Emily no lo quería porque tenía una pequeña sombra en un ojo. Al menos, eso era lo
que suponían los Murray. No se les ocurría otra razón para que ella rechazara un partido tan bueno.
Los de Shrewsbury afirmaron que él aparecía en la última novela de ella y que ella lo había «animado» sólo «para conseguir material». Un famoso
«millonario» de Klondike la persiguió durante todo un invierno, pero desapareció con la misma rapidez en la primavera.
—Desde que le han publicado esos libros, piensa que nadie la merece —decía la
gente de Blair Water.
La tía Elizabeth no sentía lo del hombre de Klondike: para empezar, no era más que un Butterworth, de Derry Pond, y… ¿quiénes eran los Butterworth? La tía
Elizabeth siempre lograba dar la impresión de que los Butterworth no existían. Tal vez supusieran que existían, pero los Murray sabían la verdad.
Ahora bien, lo que no entendía era por qué Emily no aceptaba a Mooresby, de la firma Mooresby and Parker, de Charlottetown.
La explicación de Emily de que el señor Mooresby jamás superaría el hecho de que una vez su foto había aparecido en los diarios como uno de
los bebes que anunciaban la comida Perkins para niños, a la tía Elizabeth le parecía
insuficiente. Finalmente, la tía Elizabeth admitió que no entendía a los jóvenes.3
De Teddy, Emily no recibió noticias, salvo algún que otro artículo en los diarios que
hablaban de los firmes avances en su carrera. Comenzaba a tener fama internacional como retratista. Los viejos días de ilustraciones para revistas habían pasado, y ahora Emily ya no se topaba con su propio rostro, o su propia sonrisa, o sus propios ojos, mirándola desde cualquier página.
Un invierno, la señora Kent falleció. Antes de su muerte le envió una breve nota a Emily. Fue la única vez que Emily recibió algo de ella.
«Me estoy muriendo. Cuando esté muerta, Emily, cuéntale a Teddy lo de la carta. Yo he intentado contárselo, pero no he podido. No he podido decirle a mi hijo que yo había hecho eso. Díselo por mí».
Emily sonrió con tristeza antes de guardar la carta. Era demasiado tarde para
contárselo. Hacía ya mucho tiempo que él había dejado de amarla. Y ella… ella lo amaría siempre. Y aunque él no lo supiera, seguramente un amor así flotaría
alrededor de toda la vida de él como una bendición invisible, no comprendida pero
sentida levemente, protegiéndolo del mal y cuidándolo de todo daño.4
Aquel mismo invierno se rumoreó que Jim Butterworth, de Derry Pond, había comprado o estaba a punto de comprar la Casa Desilusionada. Se decía que tenía intención de desmontarla, reconstruirla y agrandarla y que sin duda, cuando esto sucediera, instalaría allí como dueña y señora a cierta rolliza damisela, muy ahorrativa, de Derry Pond, conocida como «Mabel la de Geordie Bridge». Emily sintió una gran angustia al enterarse. Aquella tarde, un frío atardecer de primavera, salió y recorrió el umbroso sendero lleno de vegetación que cruzaba el bosque de abetos y llegó a la puerta de la casita como un fantasma inquieto. No podía ser cierto que Dean la hubiera vendido. La casa le pertenecía a la colina. No podía imaginarse la colina sin ella. Hacía tiempo que Emily había pedido a la tía Laura que se ocupara de sacar de la
casa todas sus pertenencias, todo excepto la bola que mira. No soportaba verla. Seguiría colgada allí, reflejando la sala, en su semipenumbra plateada, a la luz difusa que entraba entre las celosías de las persianas, como cuando Dean y ella se habían separado. Se decía que Dean no había sacado nada de la casa. Todo lo que había llevado seguía allí. La casita estaría muy fría. Hacía tanto tiempo que no había habido un fuego en
ella… Qué abandonada, qué solitaria, qué dolorida se la veía. No había luces en las ventanas, la hierba invadía los senderos, las malas hierbas se arracimaban alrededor de las puertas que hacía mucho que nadie abría. Emily estiró los brazos como si quisiera abrazar la casa. Flor se restregó contra sus tobillos y ronroneó, pedigüeño.
No le gustaban aquellos paseos con frío y humedad, el hogar de la Luna Nueva era mucho mejor para un gatito ya no tan joven. Emily levantó en brazos a su viejo gato y lo apoyó sobre el portón desvencijado.
—Flor —dijo—, hay una vieja chimenea en esa casa con las cenizas de un fuego muerto, una chimenea donde debería haber gatitos calentándose y niños soñando. Pero eso no sucederá ya nunca, Flor, porque a Mabel Geordie no le gustan las estufas de leña (son sucias e incómodas según ella), un calentador de Quebec es mucho más caliente y más económico. Flor, ¿no desearías… que tú y yo hubiéramos sido más sensatos, más abiertos a las inmensas ventajas de los calentadores de Quebec?
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Emily triunfa
Teen FictionÚltima parte de la serie Emily está convencida de que va a convertirse en una escritora de éxito. Pero sabe que para ello necesita tener cerca al que ha sido su amor desde la infancia, Teddy Kent. Cree que su amor va a durar eternamente y que juntos...