El sonido del timbre de mi celular me despierta a las once de la mañana. Xander se despertó cada tres o cuatro horas durante la noche. Finalmente, le di una botella a las ocho de la mañana, y después, los dos volvimos a caer dormidos. El identificador de llamadas me dice que es Dana quien llama y al ver su nombre, los acontecimientos de la noche pasada regresan a mi mente y me enfurezco de nuevo.
—¿Qué? —respondo con dientes apretados.
—¿Harry? —Suena asustada; la emoción correcta. Debe estar putamente aterrorizada de mí en este momento—. Sé que es probable que estés enojado conmigo, pero...
—¿Enojado? —digo con incredulidad. Enojado ni siquiera comienza a arañar la superficie de lo que siento por ella en este momento. Enfurecido sería más correcto—. Perra. Mejor reza porque nunca me veas otra vez, porque te voy a mostrar lo molesto que estoy.
—Estaba teniendo un mal día. Estar cerca del niño de Keri... ayer se cumplieron dos semanas desde que murió. Supongo que todo me alcanzó.
¿Cómo se atreve a malditamente recordarme qué día fue ayer? Como si alguna vez pudiera olvidarlo, como si no viviera con esa mierda todos los días. Nadie siente la muerte de Keri más que yo porque me dejó un recordatorio permanente. También me gustaría ahogar esa mierda en una botella. Me encantaría olvidar por un minuto que se fue. Entonces, tal vez no me sentiría tan malditamente culpable por no amarla.
—Sí. Entonces, haz tu trabajo, cuida de su hijo y espera a que llegues a casa para perderte.
—Lo sé —gime como una niña, y eso perfora mis nervios—. Te lo compensaré.
—No. No harás ni mierda. No quiero ver tu cara de nuevo, Dana. Te lo estoy advirtiendo.
—Espera —dice como si una bombilla finalmente se hubiera encendido en esa tenue cabeza suya—. ¿Me estás despidiendo?
—¿Estás malditamente tomándome el pelo? —pregunto porque no le puedo creer a esa perra—. ¿Qué te parecía que iba a pasar? ¿Creías que iba a darte palmaditas en la espalda y a decir que no te preocuparas?
—Yo solo...
—No vuelvas aquí —digo, antes de colgar el teléfono. Paso una mano por mi cabello y digo una oración silenciosa rogando por paciencia. Si esta señora a la que ____ quiere que conozca el día de hoy no está de acuerdo en cuidar a Xander, no sé qué voy a hacer. Si me veo obligado a ponerlo en la guardería, no hay manera de que eso pueda contribuir a mis ahorros de la manera que he estado haciendo. En vez de pensar en eso, le hago a Xander su próxima botella de modo que esté lista cuando se despierte. Uso el tiempo libre para conseguir la ropa de Xander para el día y me visto con una camiseta y vaqueros negros. Estoy poniéndome los calcetines cuando lo escucho llorar y voy de regreso a la sala de estar. Tomo la botella que le hice, lo levanto, y me siento en el sofá con él.
—Hey, amigo, ¿tienes hambre? —No tengo ni idea de por qué, pero cuando hablo con el chico, casi siempre parece que se calma. Es como si me conociera, como si supiera que soy su padre.
Le doy la botella y cuando termina, lo bajo mientras voy a hacerme una taza de café. Es casi extraña la forma en que hemos caído en una rutina, también es refrescante no tener que pasar por cada minuto de mi día sin saber qué hacer después. Cuando voy de nuevo a él, agarro su cambio de ropa y un pañal nuevo para poder alistarlo. Lo huelo inmediatamente; esta es la peor parte de cuidar de él. No estaba hecho para limpiar mierda.
—Está bien, chico, apestas. Vamos a superarlo y a terminar con ello —le digo quitándole el pijama. Saco las mangas y cuando llego a sus piernas, me detengo—. ¿Qué demonios? —pregunto horrorizado ante la visión—. Xander, ¿qué hiciste? Jesucristo, está en todas partes.
