—Te esperamos en casa para el picnic de la compañía de tu padre, ____.
—Sí, madre, lo sé —le contesto, poniendo los ojos en blanco sólo porque sé que no me puede ver—. Ya lo dejaste perfectamente claro.
—Simplemente no entendemos por qué tienes que mudarte a otro estado para trabajar. ¿No podrías ser trabajadora social aquí en Connecticut?
La respuesta a esa pregunta es sí. Pude haber sido trabajadora social en Connecticut, pero eso significaría estar cerca de mi madre, que es exactamente de quien estaba tratando de alejarme.
—Encontré un puesto aquí haciendo exactamente lo que quiero hacer.
—Hay personas necesitadas en Greenwich —dice de forma snob.
Jesús, mi madre es la persona más inconsciente que conozco.
—Madre, lo siento, pero tengo que irme. Los de la mudanza acaban de llegar. —Es una mentira.; llegaron hace una hora, pero diría cualquier cosa para colgarle el teléfono y seguir con mi día. He estado en mi nuevo apartamento por un día, y ya está llamando y exigiéndome cosas.
—Llámame mañana. Avísame cómo te va.
—Lo haré.
Incluso en el teléfono, mi madre me enloquece. Siento que me empiezo a desenrollar en el minuto que cuelgo. Lo que pasa con mi madre es que está agobiada, siempre lo ha estado, y salvo algún acontecimiento catastrófico imprevisto, siempre lo estará. Es la típica chica rica con la cabeza en las nubes, egocéntrica, y completamente fuera de la realidad. Por desgracia, así es exactamente como nos criamos mi hermana mayor, Hannah, y yo. Nos enseñaron a ser igual que ella, sus clones, y durante casi toda mi vida, jugué el papel a la perfección. Hannah, no tanto. Se escapó a la primera oportunidad que tuvo, y ahora vive en Londres y trabaja a tiempo completo como compradora en una exclusiva galería de arte. Mi salvación fue mi padre, bien, es mi padre. Él no viene de una familia adinerada; lo hizo de la manera tradicional, con mucho trabajo duro, sudor y lágrimas. Siempre ha entendido el valor de un dólar, pero lo más importante, es que entiende el valor de la familia. Mi padre me enseñó sobre el amor, la familia y la compasión. Lecciones que nunca entendí bien hasta que fui a la escuela y me metí a trabajo social.
Mi elección de carrera es otra historia. ¿Por qué, una niña rica mimada, entraría en algo tan filantrópico como trabajo social? En realidad es muy sencillo. Mi madre quería que me especializara en negocios, y pensé que volver a casa con un título en trabajo social la volvería completamente loca. Tuve razón, y fue jodidamente brillante. Verán, a pesar que me crió para ser como ella, una parte de mí sabía que no quería ser así. Tuve que ir a la universidad y conocer a todo tipo de nuevas personas, normales, para darme cuenta de eso. Empecé a entender lo que mi padre había estado tratando de enseñarme todos esos años.
Después de la universidad, trabajé en una clínica de salud mental, y aunque me gustó mucho el trabajo, no me gustaba estar en casa. Hay varias razones para eso. Siendo la más obvia, el estar bajo el mismo techo que mi madre porque no quería oír que viviera por mi cuenta cuando podría vivir en casa... bajo su pulgar. Luego está Garrett, mi ex, que se niega a creer que es mi ex. Es el hombre que mi madre ha estado tratando de empujar hacia mí durante años. Garrett proviene de una familia adinerada, de una familia de prestigio, y es todo lo que mi madre ve cuando lo mira. A sus ojos, es el complemento perfecto para mí. Voy a admitir que Garret me gustó cuando lo conocí, no por su dinero, sino porque es hermoso. El hombre podría aparecer en la portada de la revista GQ; es tan atractivo, y me encantó eso de él. Salimos de forma intermitente durante unos años, pero sus objetivos y valores en la vida se alinean muy estrechamente con los de mi madre. En otras palabras, es un esnob pretencioso de mierda. Si fuera por ella, estaríamos casados y con hijos en este momento.
