CAPÍTULO 1

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                               Sasuke

Ciudad de México, 2007
En el momento en que me di cuenta de que mi vida estaba a
punto de quedar patas arriba, fue cuando presioné el pie en el
acelerador, la alfombrilla no detuvo el movimiento y el
automóvil, un Chevy C2 de segunda mano, alcanzó los ciento
cincuenta por hora.

Las calles de Polanco, el barrio más exclusivo de Ciudad de
México, aparecían mojadas por una ligera lluvia.

El cielo estaba oscuro, el otoño ya había hecho su aparición.
Bajé la ventanilla y respiré el aire perfumado de humedad; sin duda era mi estación favorita, suave, agradable, tranquila, tal
como yo me sentía cuando estaba cerca de Sarada.

No estaríamos solos nosotros dos, en pocas horas, tal vez minutos o segundos, seríamos tres: Sasuke, Sarada y Sofía, nuestra hija.
Nuestra familia.

Eran tan sólo las ocho de la tarde, por suerte, la hora punta
había pasado, así que sólo había unos pocos autos en mi
camino. Aparqué lo mejor que pude frente al hospital y salí
rápidamente del pequeño automóvil que mis padres me habían
dado tras de aprobar el examen de conducir.

En ese momento,el teléfono comenzó a sonar, lo saqué mientras caminaba por
la avenida hacia la puerta principal.

—Papá, he llegado. ¡Estoy entrando!
Lo noté molesto de la misma manera que percibí a mi madre
cuando me llamó para decirme que Sarada había comenzado el
trabajo de parto.

—Esperamos noticias, chico.
Diablos, cuántas mujeres dan a luz hoy en día.
¿Por qué sólo había agitación en su voz?

—Claro papá —no dije nada más. Nadie apagaría mi alegría.

Me moría por ver a Sarada, estar junto a ella, presenciar el
nacimiento de mi hija.
¿Era feliz? Sí.

Superaríamos cualquier problema, derrumbado cada
obstáculo. Tarde o temprano creerían en nuestro amor, sus
padres, mi hermana, mi familia, todos.
Nadie nos separaría. Ahora menos que nunca. Estaríamos
juntos para siempre. Serenos y unidos.

Me dirigía rápidamente al departamento de ginecología que
la señora me había indicado en la entrada. El aire estaba
impregnado de desinfectante, las escaleras llenas de polvo y
los pisos cubiertos de manchas oscuras. La limpieza no era la
mejor, aunque debería haber sido una prioridad, pero el
hospital público no tenía fondos suficientes y, en cualquier
caso, los que ingresaban allí eran demasiado pobres para
fijarse en la suciedad.

Tenía la esperanza de que los padres de Ysabel elegirían una
clínica privada para el nacimiento de su nieta. Yo no me lopodía permitir, pero ellos sí.

La familia Haruno se situaba entre las más ricas del mundo,
podrían haber pagado cualquier cosa, pero estaban demasiado
ocupados luchando contra nuestro amor para preocuparse por
el lugar de mierda donde su hija estaba a punto de dar a luz.

Me pasé una mano por el cabello, alejé los malos
pensamientos y me preparé para ir a la habitación donde la
única razón de mi existencia pugnaba para hacerme más feliz
aún.

Las luces iluminaban el largo corredor, el silencio era
interrumpido por los gritos de una mujer: Sarada.

Corrí hacia allí y cuando llegué a la entrada me detuve
debido al grito que se escuchó al otro lado de la puerta.

¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Debería haber llamado?
¿Entrar? ¿Por qué no había nadie allí? ¿No deberían las
enfermeras hacer el turno de noche?
Decidí entrar, pero tan pronto como puse mi mano en la
manija, se abrió.

¡Sakura! la hermana de Sarada me indicó que me corriera. La
dejé pasar y cerró la puerta.

Tenía los ojos brillaban y sus labios temblaban. La miré
confuso. Buscaba en sus ojos la alegría de quien acababa de
convertirse en tía, pero no pude encontrar nada que no fuera…
¿dolor? ¿Enfado? ¿Miedo?
Se detuvo frente a mí, sus manos apretadas cerrando el puño.

—¡Es sólo culpa tuya! Maldito el día que entraste en la vida
de mi hermana —dijo rompiendo a llorar.

La dejé a merced de sus emociones, porque no podía
entender la razón de las lágrimas. Un indicio de desesperación
se abría paso en mi cabeza, borrando la euforia que lo
ocupaba.

¿Qué demonios estaba pasando?
El silencio se adueñó de todo, tanto, que podía sentir mi
corazón latir más rápido.
Fue en aquel momento que la puerta se abrió…
Fue en aquel momento cuando vi el cuerpo del amor de mi
vida cubierto por una sábana blanca…
Fue en aquel momento que el médico me informó que
habían muerto…
Muertas…
Ambas.

Caí sobre mis rodillas, llevé mis manos, manchadas de la
grasa que distinguía a los mecánicos de los otros trabajadores
frotándome los ojos, esperando que una vez abiertos descubriera que era sólo un mal sueño. No fue así. Ya no fue
nada más.

Mi vida perdió el rumbo.
Se perdió en medio de la nada.

ELLA ME  PERTENECEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora