CAPÍTULO 5

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A la mañana siguiente estaba sentado detrás del escritorio
esperando que Naruto acompañara a Hinata hasta mí.

Estaba
nervioso ante la idea de escuchar su versión de los hechos,
pero como buen abogado, había preparado las preguntas, no lo
habría tomado a la ligera, aunque no estuviéramos en el
tribunal y delante de nosotros no hubiera ningún juez, aquel
interrogatorio era el más difícil de mi vida.

Descubriría la verdad mirándola a los ojos, sabía cómo
reconocer quién mentía, pues la voz temblaría y la mirada no
se mantendría fija.
Esa era la ventaja, el observar cada pequeño detalle.

Cuando tocaron la puerta me llevé la mano pecho, donde una
cruz estilizada quedaba escondida en medio de tanta tinta, la
única señal del paso en mi vida de Sarada y Sofía.

Nadie podía reconocerla, mi tórax era como una tabla marcada y
bronceada, pero en medio de tanto caos estaban ellas, y sólo
yo podía distinguirlas. Eran mías. Lo serían hasta el final de
mis días.

—¡Adelante! —exclamé levantándome de la silla.

Tras unos segundos entraron en el despacho, Naruto con la
cabeza alta y con un andar desenvuelto, Hinata, sin embargo, no
levantaba la vista del suelo.

Mi primo la hizo sentar en el sofá de cuero ubicado en la
esquina de la habitación, probablemente para tranquilizarla.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
Ella sacudió tímidamente la cabeza.

Toda la situación ya me estaba desconcertando, nos
estábamos perdiendo en vueltas innecesarias.

—¿Y bien? —Me di cuenta de que mi tono utilizado no era
precisamente amistoso, pero no quería serlo, así que no me arrepentí cuando la vi sobresaltarse.

—Sasuke… —me reprendió Naruto mirándome con
reproche.

Di un profundo suspiro y me apoyé en el escritorio, crucé las
piernas y puse mis manos sobre la mesa de cristal.

—Cuando estés lista puedes empezar —dije tratando de
llevar mi tono a un difuminado casi apacible.

—Yo… yo… —tragó saliva Hinata cuanto más le costaba
hablar, más aumentaba mis ganas de sacarlos a patadas de mi
oficina.

Finalmente, respiró hondo y encontró el coraje para mirarme
a los ojos. Aquella mirada me dolió, estuve tentado de evitarla,
pero encaré y con un gesto facial, la insté a continuar.

—Fui traicionada por el hombre que amaba —dijo sin mostrar un toque de emoción. La chica afligida había dado
paso a una mujer decidida—. Dijo que me amaba y cuando
supo que estaba esperando un bebé, él me dio la espalda. Mis padres me echaron de casa porque no quise darlo en adopción. No tenía un centavo, ni trabajo y no tenía más a mi gran
amiga, así que recurrí a la Arquidiócesis, que me protegió y me ayudó. Estaba a cargo de la cocina, organizando las
habitaciones y barriendo el piso. No me pesaban esas tareas, las hacía con gusto sabiendo que aquellas personas me estaban ayudando con mi embarazo. El veintitrés de Julio rompí aguas…

Hinata se detuvo repentinamente indispuesta por el hipo. Ella,
como yo, había aprendido a enmascarar las emociones, pero al igual que yo, no podía hacerlo cuando el tema era su propia pérdida.

Aquel llanto verdadero logró convencerme de que tal vez lo
que estaba diciendo no eran todas mentiras. Teníamos algo que
nos había marcado el resto de nuestros días. Vi a Naruto que se
le acercaba, pero ella con un gesto lo apartó.

Me picaban las manos de ira pensando en cómo lo había pasado.
Me levanté del escritorio, me acerqué a la nevera del bar, tomé una botella de agua y se la entregué. Le temblaban las
manos, pero aun así logró abrirla y tomar un sorbo.

—Llegué al hospital, me llevaron al ascensor y desde ese momento comencé a sospechar que algo andaba mal. Cuando dio a luz mi prima la acompañé, así que sabía muy bien que la
sala de partos estaba en el primer piso. Sin embargo, no dije nada, las contracciones aumentaban y el único pensamiento que tenía era que mi bebé naciera sano y fuerte. El ascensor se
detuvo y cuando salimos al pasillo no había nadie. Vi al Dr.
Shimura acercándose a mí, lo escuché dar órdenes a las enfermeras, pero no entendí lo que decían, los dolores se
habían vuelto insoportables. Lo que recuerdo es que me llevaron a una habitación, me mantuvieron allí todo el tiempo del parto hasta que mi bebé decidió venir al mundo. Escuché
su voz. Lo escuché llorar, quería verlo, levantarlo, pero a medida que pasaban los minutos mi cuerpo se debilitaba. Tal
vez me quedé dormida por la fatiga o tal vez porque me habían drogado, pero cuando desperté, el médico me dijo que mi bebé se había ido. Dijo que tuvo un paro cardíaco.

En ese momento, Hinata estalló en un mar de lágrimas. Todas
las preguntas preparadas quedaron pulverizadas. Su historia
había reabierto un extracto de aquel diecisiete de octubre.
El corredor vacío. Los gritos y la triste noticia. Todo idéntico, todo con la misma praxis.

—Hablaste de una testigo. ¿Quién es? ¿Y cómo puedes estar segura?

—No me resigné con el dato de que mi bebé estaba muerto, ni que no me habían permitido verlo, así que regresé al
hospital dos días después de que me dieran de alta. Entré furtivamente en la oficina de Shimura, ni siquiera sabía lo
que quería encontrar, estaba en pánico. Pocos minutos después, él entró con una mujer. Peleaban y gritaban, él la
silenció poniéndole la mano sobre su boca, pero ella lo mordió
y tan pronto como se liberó, comenzó a gritar que todos aquellos niños los tendría sobre su conciencia, que tenía que dejar de manipular a las mujeres. Me encontraba escondida detrás de la cortina, no sé cuánto tiempo contuve el aliento. Mi suerte fue que los dos se fueron pocos minutos después de
entrar.

—¿Quién es la mujer? ¿Has intentado buscarla? ¿Hablar con ella?

—Sí, pero me echó.

—¿Quién es? —insistí al sentir la sangre hervir en mis venas. La habría encontrado y destruido.

—Ella es… Sakura Haruno, la hermana de Sarada. La esposa
del Dr. Shimura.

ELLA ME  PERTENECEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora