CAPÍTULO 7

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                               Sakura

—¡Quítate las gafas y muéstrame! —exclamó Temari
enojada.

—Para ya, no tengo nada —afirmé mientras abría el bolso
para sacar la tarjeta de crédito.

—Y un cuerno, llevamos media hora aquí y todavía llevas gafas de sol. No soy estúpida, Saku ¿por qué fue esta vez? —
me levanté para ir a pagar nuestros cafés, pero ella permaneció
sentada.

—Dime o juro que seré yo misma en denunciarlo —gritó
detrás de mí. Me di vuelta y volví hacia ella.

—Escucha, tuve una noche infernal debido al dolor de cabeza que no me dio tregua. Me duelen los ojos por el sueño
y la luz. Te lo diré de nuevo, no estoy ocultando nada —dije exhausta, volviendo a mi silla.

Temari era mi gran amiga, hablábamos todos los días, pero no nos veíamos desde hacía dos meses. Debido a sus
compromisos laborales, a menudo estaba viajando por el mundo. Era una prestigiosa arqueóloga y acababa de regresar de Egipto.

—No me tomes el pelo Saku, sabes que no puedo soportarlo.
Puedes tratar de ocultar tus lágrimas por teléfono, pero no puedes mentirme mirándome de frente.

—Sólo quiero pasar una mañana tranquila con mi amiga.
¿Estoy pidiendo demasiado? No nos hemos visto en sesenta
días y desde que entré, sólo me has escrutado con ansiedad.

—Sólo estoy preocupada —dijo.
Comencé a levantarme nuevamente, pero ella me bloqueó el
brazo.

—No lo hagas. No te preocupes. Estoy bien, ¿ok? ¿Podemos disfrutar el día? Sólo quiero… no pensar en nada por un rato

—Me solté y fui a caja a pagar nuestras bebidas.

Cuando volví con ella, vi impresa en su rostro la sonrisa más
falsa que la había visto. En otro momento me habría burlado
de ella, le habría dicho que mentir era de imbécil, pero en
aquel momento me venía bien.
Todo era válido mientras consiguiera poner mis pensamientos bajo llave.
Salimos del bar, la luz del sol penetraba entre las lentes de mis gafas y me causaba dolor en los ojos que todavía sentía hinchados.
Caminamos hacia mi Mercedes sacado hacía unos días del concesionario. Saqué las llaves del bolso y activé la cerradura
automática.

Adele silbó tan pronto como vio mi coche azul brillante.

—Nos tratamos bien ¿eh? —bromeó subiendo por el lado del pasajero.
Le sonreí, feliz con su decisión de descartar la charla y pretender ser la chica frívola que todos creían conocer.

—¿Qué te crees? Me gustan las cosas buenas. —Le guiñé un ojo antes de subir.

—¿A dónde vamos?

—¿Cuánto tiempo hace que no usas ropa decente? —dije mirando sus pantalones marrones de estilo masculino y la
sencilla camiseta blanca.

—Mi trabajo no me permite tener el vestuario de una dama.
Ya estoy acostumbrada y me visto también así para salir —
respondió levantando los bordes de su sencilla camisa de algodón.

—Pero ahora estás conmigo y me gusta la ropa bonita, así
que ¿qué mejor que el Paseo de la Reforma? Apreté el acelerador y partí hacia la avenida más hermosa y
rica de Ciudad de México.

Treinta minutos después ya habíamos gastado una fortuna,
no era un problema para mí, me pasaba el tiempo haciéndome
feliz con las cosas materiales y gastando el dinero de mi esposo, pero Temari había cambiado, ya no le importaban estas cosas. Había encontrado la felicidad en su trabajo, venir aquí y
fingir divertirse era sólo por mí.
Estaba agradecida por ello.

Salimos de la enésima tienda al mismo tiempo que mi
teléfono comenzaba a sonar. Lo agarré, leí el nombre y
rechacé la llamada. Sonó una y otra vez, pero seguí ignorándolo.

—¿Qué haces que no contestas? —preguntó Temari cuando
entramos en la multitud que llenaba las aceras.

—No —dije secamente.

—¿Es él verdad? ¿El patán? —Mi gran amiga no aprobaba mi elección, nunca le gustó Danzo. Sonreí sin embargo ante sus palabras.

—¿Por qué no contestas? ¿Qué te hizo esta vez? Cuéntame Saku…

—¡Es suficiente! —interrumpí abruptamente—. Sé que no te gusta, y también sé que no estás de acuerdo con que me casara con un hombre quince años mayor que yo, pero él es mi
esposo y si me respetas tienes que respetarlo.

Aquellas palabras me salieron duras. No quería lastimarla,
pero sabía que si continuaba tendría que contarle todo y no me sentía con ganas. No quería entrometerla en mis problemas, después de todo, ella no podía ayudarme. Nadie podía hacerlo.

—Está bien. Pero sabes que para cualquier cosa siempre estoy ahí. Sólo necesitas una llamada telefónica y vengo,
aunque esté en el otro lado del mundo. ¿Entendido?

—Entendido. Sólo te tengo a ti, eres la única en la que puedo confiar.

—Estaré siempre. Si ese bastardo te toca sólo con un dedo, seré la primera en denunciarlo.

Me detuve para observar su corto cabello Rubio, sus sinceros
ojos azules hasta que bajé la mirada hasta ver sus manos entrelazadas con las mías. Me hubiera gustado abrazarla.
Decirle que necesitaba sus brazos para apoyarme, que no se fuera esa misma noche, que la había extrañado. Sin embargo, sólo asentí, porque ambas sabíamos que nadie nos creería, que
nadie movería un dedo; nuestra voz, la de las mujeres, no contaba en ciertos círculos.

Asentí porque no quería ponerla en peligro. Podía arreglármelas sola, había convertido mi debilidad en fuerza.
Resistiría, siempre.

Me fui a casa pasada la una, estaba exhausta y el dolor de cabeza no me había dejado ni por un momento.

No recordaba lo que era sentirse bien desde hacía mucho tiempo.
Tan pronto como crucé el umbral, Angelina, nuestra ama de
llaves, vino hacia mí con la habitual sonrisa circunstancial, se
la devolví y le di las bolsas con ropa. Subí al piso superior para ducharme. Mi esposo estaría fuera todo el día, estaba
agradecida por su trabajo, que a menudo lo alejaba de mí.

Entré en la habitación y agarré la bata de seda y me fui al baño.
Cerré la puerta y finalmente pude quitarme las gafas de sol.
Me desnudé, abrí el agua y sólo después de eso me permití mirarme al espejo. No me reconocía.

Tenía la marca de la montura de las gafas en la nariz, pero no
era lo que destacaba de mi imagen. El hematoma púrpura que rodeaba el ojo derecho estaba ahí, amplio y claramente visible.

El dolor de la bofetada había sido severo, todavía lo era, pero nunca tan fuerte como el de mi corazón. Dolía cada vez más.

Moví el largo cabello rosa hacia un lado y miré el seno izquierdo, aún quedaba la huella de la mordida que me había
dado la noche anterior. Odiaba cuando me tocaba. Odiaba tener que sentirlo dentro de mí, cuando lo único que quería era que se alejase lo más posible de mi vida.

Contuve mis lágrimas. Era adulta. Fuerte. Resuelta. Lo lograría. No faltaba mucho. Unos años más y habría sido
libre. Si no me mataba antes.
Aparté esos pensamientos y me dirigí a la ducha. Me hubiera dormido, no había nada mejor que unas pastillas y un buen
sueño.

ELLA ME  PERTENECEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora