8| Más negro que la noche

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Apretó los parpados con fuerza mientras intentaba abrir sus ojos, pero por alguna razón se sentían más pesados que de costumbre. Había voces que se escuchaban bastante lejanas. Le costó bastante lograr lo que estaba intentando hacer y lo peor de todo es que cuando logró abrir sus ojos su visión era borrosa. Hubo un silencio antes de que varias voces hablaran al mismo tiempo, una maraña de sonidos que le hizo querer arrancarse los oídos para no escuchar nada. Apretó los ojos parpados nuevamente antes de fruncir el ceño ante la mirada de Alana que se encontraba cerca de ella.

– ¡Les dije que había despertado! – Alguien alzó la voz, pero aún así para ella se sintió extraño el sonido.

– ¿Qué? – Ella preguntó con un tono ronco mientras intentaba sentarse en la cama. Todo su cuerpo se sentía pesado y adolorido y no estaba respondiendo ante sus órdenes, probablemente porque también se sentía cansada.

– Estábamos preocupadas por ti – Una voz alegre dijo. Ella cerró los ojos molesta.

Ariel gimió retorciéndose en la cama queriendo levantarse, finalmente su cuerpo comenzó a responder y lo que sintió hizo que sus ojos dieran un salto de temor. Ella rápidamente se obligó a sentarse en la cama mientras miraba su pierna derecha envuelta en una especie de bota grande y tiesa, de color azul que apretaba su pierna. Apenas tuvo tiempo de echarle una mirada a su pierna porque tan rápido como se sentó en la cama, impulsando se con ambos brazos, sintió una poderosa punzada en su mano derecha que la hizo caer de regreso a la cama mientras la apretaba con fuerza contra su pecho. Todo su cuerpo tembló ante el dolor que le provoco al mano y de paso el daño colateral de caer contra el colchón. Aquello fue insoportable, casi sintió sus ojos escocer por un breve momento.

– Ten más cuidado, acabas de despertar. Tómalo con calma.

Ella frunció el ceño antes de levantar la mirada hacia Alana.

– Habla más fuerte, apenas puedo oírte – Ella dijo molesta. El sonido no se escuchaba bien. Las voces de su hermana parecían ahogadas y era molesto para ella oírlo. Era como si tuviera un oído tapado. Su brazo estaba pinchando horriblemente y ni siquiera era capaz de mover los dedos, lo que la hizo entrar en pánico rápidamente.

Leyendo la expresión en su rostro, Alana la tocó suavemente en el brazo recordándole que se tranquilizara un poco. Alguien dijo algo sobre un doctor, pero ella no le prestó atención. Ariel finalmente echó una mirada hacia lo que le rodeaba. Paredes blancas, una cama con barilla por los lados, un televisor. Había unas mantas azules, su pierna elevada ligeramente algo parecido a un cabestrillo. O quizá si era un cabestrillo, solo que para pie. Ella no tenía ni idea y en ese momento ni siquiera le importaba.

Vio a sus hermanas rodeando la cama, algunas paradas, otras sentadas frente a ella con una sonrisa de alivio en sus rostros. Ariel estuvo tentada a preguntar qué sucedió y de hecho era lo que quería saber, porque lo último que recordaba era...

Oh...

Eso fue lo que sucedió.

Bien, sí, la había arrollado un auto. Lo podía recordar. Pero lo más importante era saber qué rayos le había sucedido a su mano. No podía moverla. Pánico. Estaba entrando en pánico de manera en que sentía que moriría si no obtenía respuestas pronto, pero no estaba segura de qué preguntar y además su garganta se sentía seca y su voz era ronca.

La puerta de la habitación se abrió donde un hombre con una bata blanca entró en la habitación con una sonrisa en sus labios. Junto a aquel hombre, Andrina entró en la habitación mirando a la muchacha preocupada. Él hombre se presentó a sí mismo como el médico encargado de su estadía en el hospital. Dijo su nombre, pero Ariel ni siquiera le estaba prestando atención al silencioso sonido de su voz que le llegaba a ella, por lo que en lugar de preguntar nuevamente tomó nota para extraer el nombre de alguna conversación más tarde.

Melodía del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora