25| La melodía de las olas

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Ariel torció los labios mientras miraba la multitud de hojas que tenía en sobre su piano. Necesitaba una canción, solo una canción y no tenía ni idea de cuál podría ser la que le ayudará a pasar los cuartos de final. Solo estaba a dos presentaciones de sostener el trofeo en sus manos y restregárselo a la cara a Zar (esperando no convertir esto en una guerra, claramente). Soltó un resoplido contra su flequillo mientras se dejaba caer en la banca con la cabeza en las manos.

¿Debería crear una?

No, no tenía tiempo para eso.

¿Qué debía hacer en esta situación?

Mientras más tiempo lo pensaba más se inclinaba de un lado a otro para luego regresar al inicio de su pregunta.

Necesitaba un plan.

– Ya lo sé, pensé que se le iban a salir los ojos cuando me vio con el celular en la mano. Quiero decir, yo jamás la había visto así en mi vida, pero ya ves tú, un mensaje como ese no puede ser visto por algunas personas. Es vergonzoso.

La muchacha sentada en el taburete parpadeó un par de veces volteándose hacia la entrada del salón familiar donde pudo ver a Alana entrar en la habitación. Sostenía su teléfono contra su oído mientras miraba sus uñas, las cuales desprendían un intenso aroma a esmalte, recién pintadas y probablemente recién secas. Sus ojos daban la impresión de que estaba vagamente revisando la pintura y quizá otra de sus hermanas habría notado que pese a que era una expresión vaga, Alana realmente estaba escaneando cada detalle de las uñas: la pintura correcta, sus uñas bien limadas, dedos limpios, entre otros detalles; pero Ariel era distraída y desde luego jamás hubiera pensado que algo que parecía aburrido pudiera ser todo un proceso rápido.

Como fuera la cosa, eso no cambiaba la situación en la que estaba: ella intentando resolver su dilema y Alana distrayéndola con su voz.

Rodó los ojos y por primera vez en su vida se puso en los zapatos de sus hermanas (solo un decir, ya que ella tiene seis hermanas y ponerse en los zapatos de todas sería algo extrañamente anormal y raro... ¿verdad?). Decidió que la voz de Alana era demasiado irritante para sus oídos, así que recogió todo el manojo de papeles que estaba sobre el piano y tras meterlos en una carpeta de forma apresurada salió por la puerta más cercana alejándose del interior del salón, sin notar la expresión confundida de su hermana mayor.

La piscina.

Dulce y refrescante agua de la piscina. Un día caluroso, el agua tranquila y apenas meciéndose por el viento. Sí, Ariel podía sentarse en el borde, meter sus pies en el agua y revisar sus papeles mientras pensaba en la canción que le funcionaría a ella para el concurso.

¿Podía... cierto?

¡No!

Esa era la respuesta.

La música del pequeño parlante que estaba conectado era muy molesto para sus oídos, quizá más irritante que la voz de Alana y el agua salpicaba para todos lados cuando Aquata llegaba a un extremo y luego se regresaba al otro. La muchacha debía estar entrenando porque nadie que se considerara normal usaría este método para relajarse en el agua.

Nuevamente (poniéndose en los zapatos de sus hermanas) se alejó del jardín de la piscina y rodeó el castillo con los papeles en la mano.

Había sido echada de su propio piano y de la piscina, ¿de dónde más la iban a echar? ¿Los rosales? Adella estaba regándolos y mientras lo hacía cantaba una suave canción que la hacía confundirse con sus propias melodías. Dos veces Ariel tuvo que volver a leer su partitura por haber comenzado a tararear la canción que Adella cantaba.

Melodía del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora