Capítulo 1

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—¡Capullos, que sois unos capullos! —gritaba el Superintendente sacando la porra.

Nos encontrábamos en la sala de interrogatorios, con las cámaras en búcle.

—Te lo podemos explicar, de verdad. Díselo Gustabo —Horacio me cargó con todo el peso de la situación.

—Verás, lo hicimos por Pablito, hasta ahora él no confiaba en nosotros y cuando nos propuso el atraco a la joyería pensamos que sería una buena idea —le expliqué inventando todo sobre la marcha. La realidad es que el atraco lo planeamos Horacio y yo.

—A mi no me engañáis muñecas, se que vosotros planeasteis el atraco.

Tragué duro al ver como se dirigía a mi con la porra en mano, sin embargo me cogió del brazo y me llevó a una sala aparte.

—Gustabín, Gustabín... —dijo negando con la cabeza.

En ese momento me sentí inferior, cosa que no me solía pasar con nadie. Desde el primer día que lo vi me llamó la atención, su forma de moverse era tan elegante como sus caras vestimentas y su personalidad autoritaria me cautivó al instante.

—¿Es tan difícil de entender? —me preguntó dándose la vuelta, quedando de espaldas a mi. —Solo teníais que hacer una cosa, ¡no cagarla! Y es lo primero que habéis hecho.

Se giró bruscamente quedando los dos cara a cara.

—¿Sabes lo que va a pasar ahora? Tu amigo Horacio está en problemas. Al parecer disparó a matar y un agente salió gravemente herido.

Estaba muy cerca mío y no podía pensar con claridad, tenía la mente nublada. El Superintendente continuó hablando, pero no escuchaba lo que decía, solo podía fijarme en la manera en la que movía los labios.

—¿Me estás escuchando? —reaccioné en ese momento sobresaltado y poniéndome rojo al instante.

—No, lo siento —decidí ser sincero.

Estaba muy nervioso y no entendía el por qué de sentirme así.

—Eres un anormal, tu amigo Horacio se enfrenta a una pena de 7 años de cárcel por intento de homicidio a un funcionario público —dio unos pasos atrás logrando que me relajase un poco y al fin pude entender lo que estaba pasando.

—No, joder, no —sentía que el mundo se acababa, que se caía a mis pies.

Estaba temblando y casi no podía sostenerme en pie, así que me agarré a la mesa y me senté en la silla más cercana.

No podría vivir sin Horacio, mi vida no tendría sentido sin el de la cresta. Habíamos estado juntos desde pequeños y hasta ahora habíamos sido inseparables.

El Superintendente me puso la mano en el hombro durante escasos segundos dando un apretón en este.

—No es fácil borrar un historial, y menos de este tipo, pero haré todo lo que esté en mi mano —dijo con calma.

Eso me dio esperanza y me levanté de un salto con los brazos abiertos dispuesto a rodear al S. Intendente con ellos. Este me retuvo en mi sitio poniendo un brazo en mi pecho.

—No te emociones tan rápido, aún no has escuchado el trato —habló serio.

—¿Que trato? —pregunté confuso.

Él se sentó en el borde de la mesa despreocupado, se cruzó de brazos y me miró directamente a los ojos. Una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal. ¿Qué me estaba pasando?

—Comisario Volkov, trae aquí a Horacio —habló por radio.

Unos minutos después la puerta se abrió dejando paso a mi amigo acompañado del comisario. El Superintendente nos mandó a sentarnos en unas sillas, una vez sentados empezó a contarnos el trato que nos proponía. 

—A ver mariconettis, hasta ahora solo habéis hecho el capullo y estoy harto de tener que solucionar vuestros errores. Si queréis seguir trabajando para mi os vais a tener que comprometer a dar el cien por cien.

—De acuerdo, Súper Verga Ardiente —dijo Horacio al borde de un ataque de risa.

Antes de poder reírme Conway se levantó un poco las gafas, lo suficiente para apretar el puente de su nariz y suspiró.

—No puedo más con vosotros, Volkov llévalos fuera y que no vuelvan por aquí —habló con tono de decepción.— Por esta vez os voy a perdonar la multa, pero como la liéis otra vez me encargaré personalmente de que os caiga una gorda.

Y sin más Volkov nos sacó de la sala de interrogatorios. Horacio estaba feliz porque le habían perdonado la multa, pero en mi mente solo se reproducía la cara de decepción de Conway. Este se pensaba que eramos unos irresponsables y que solo servíamos para hacer el tonto por las calles. Tal vez tuviera razón, pero quería demostrarle que podía hacer las cosas bien.

—Muchas gracias por acompañarnos a la puerta comisario Bombón —decía Horacio despidiéndose del hombre. 

Este se mostró incómodo y molesto a partes iguales, pero no dijo nada. Sin más se marchó volviendo de vuelta al trabajo.

—Pues habrá que buscarse otro trabajo— comentó mi amigo. —Por lo menos seguimos teniendo el Audi.

Se empezó a reír y caminó en dirección al coche. Por el camino me preguntó si quería ir a tomar algo a un bar, pero la verdad es que no me apetecía en absoluto.

—Prefiero ir a casa— dije desanimado.

El trayecto se hizo eterno y cuando por fin llegamos al portal de la casa que compartíamos me insistió durante unos minutos más.

—Hasta luego, supongo— se despidió de mí.

Entré en casa y lo primero que hice fue darme un baño, lo necesitaba. Después de eso me acosté directamente, no me apetecía nada cenar.

Miré la hora, las 22:37. Conway estaría a punto de terminar su turno, pero seguramente se quedaría un par de horas extra para adelantar trabajo.

No quería perderle, aunque me negaba a reconocerlo ese viejo se había ganado un lugar en mi corazón. Le propondría encontrarnos para demostrarle que podía ser un buen informante. Sin pensarlo mucho lo llamé, como no lo cogió probé suerte de nuevo y está vez si me contestó.

Estuvimos hablando por unos minutos y me quedé dormido pensando en ese hombre de traje impecable.

Dreams (Volkacio/Intendenteplay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora