Quien podría adivinar que esto iba a pasar.
Mikhail
Ro era una diosa en toda la extensión de la palabra, desde la manera en la que caminaba, pasando por su manera de hablar, hasta terminar por como se vestía y lucía cada prenda como única e irrepetible.
Su cabello rubio se movía con la suave brisa de la noche y esos jeans se ajustaban a las curvas de sus caderas, la blusa blanca se ceñía a sus pechos y su delgada cintura, dejando ver su ombligo y unos cuantos lunares que adornaban su piel.
Algunas miradas se fijaban en ella cada que se llevaba el chupito de tequila a los labios y echaba la cabeza hacia atrás. Dejaba el vaso encima de la barra y procedía a beber más. Estábamos en uno de los tantos pubs de los De Vaux, ahora que el Geen estaba siendo re modelado por lo sucedido semanas atrás.
—¿Qué me miras tanto? —al verla fijamente me pude dar cuenta que tenía las mejillas encendidas, los ojos un tanto rojos y algunas gotas de sudor perlaban su frente y sus sienes.
—Te ves hermosa —bajó del taburete donde estaba sentada para meterse entre mis piernas lo más cerca que pudo estar.
—Lo sé —se regocijó en sus palabras, subiendo ambas manos a mi nuca y rodeando mi cuello con sus brazos. Se acercaba más a mi cuerpo, que no tardó en reaccionar a los húmedos besos que iba dejando desde mi barbilla hasta llegar a mis labios.
—Ro, no sigas con eso, sino...—me interrumpió.
—¿Si no qué? —inquirió sin quitarme los ojos de encima.
—Sabes lo que provocas en mí, rubia sexy —una de sus comisuras se elevó en una sonrisa lasciva.
—Me gusta provocarte, ruso —apretó sus labios a los míos al mismo tiempo que soltaba mi nuca y una de sus manos se deslizaba por mi torso hacia la evidente erección que tenía entre mis pantalones. Aquel roce fue una tortura, porque juro que sino hubiésemos estado ahí le quitaba la ropa y la follaba en ese maldito taburete, así que me tuve que conformar con jadear y reprimir todas mis ganas por ella.
—Creo que mejor nos vamos —levantó una ceja —. Tú estás jugando con fuego y te puedes quemar.
—No me importaría arder en tus llamas, Mikhail.
Dejó un último beso sobre mis labios, para después proceder a coger su chaqueta con los dedos y terminarse lo que quedaba en su vaso, echando la cabeza hacia atrás y llevandose el alabo de las personas a su alrededor. Empezó a caminar, tuve que dejar mi vaso encima de la barra y la seguí de cerca. Sus caderas se movían de un lado al otro, algunos hombres la miraban descaradamente como si ella fuera solo un trozo de carne nada más. Pero a Ro eso no le importaba, no se fijaba en que la miraban porque su mirada se mantenía fija en la salida del lugar. Cruzamos la calle, fijándonos que no hubiera nada raro y le abrí la puerta para entrara al coche, cerré la puerta y espere que se pusiera el cinturón. Entre y me puse el cinturón, mientras Ro ponía algo de música en Spotify.
—¿A dónde vamos? —le pregunté encendiendo el auto.
—Tú conduce y yo te digo —asentí a sus ordenes, encendí el motor y nos pusimos en marcha hacia donde sea que tenía pensado ir.
Conduje unos minutos en donde seguía las indicaciones de Ro, que para este momento ya se le había subido el alcohol y cantaba a todo pulmón dentro del auto. Conduje hacia el sur de la ciudad, alejándonos un poco de la civilización y llegamos a una gran extensión de terreno donde no había absolutamente nada, nos metimos en un pequeño camino que llevaba al río y detuve el auto. Estábamos ahí, en medio de la nada, solos.
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Atracción Fatal II (COMPLETO)
RomanceAntes El deseo de lo prohibido. (Libro II) Dicen que el deseo llama. Que aquello que te es prohibido es lo que más deseas, lo que ansías con mucho más ímpetu. Dicen que lo prohibido es lo más tentador. Dicen que cuando algo es de tu agrado y no lo...