Capítulo 1

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Capítulo 1: El comienzo de una historia

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Capítulo 1: El comienzo de una historia.

Micaela Maxwell Alston.

—Primer día en su nuevo instituto. ¿Estás nerviosa?

A través del espejo miré a la mucama con una sonrisa amigable mientras sobre la camisa blanca coloco la americana negra adornada con el escudo del instituto.

—La verdad es que no. Estoy tranquila.

Angélica García es una señora española de unos cincuenta y tantos años. Carismática y maternal. Hace muchos años la asignaron como mi nana y actualmente aún desempeña ese papel, y a la perfección.

—Todo saldrá perfecto. Ya lo verás.

Me sonrió una última vez antes de salir de la habitación con la canasta de mi ropa sucia entre sus manos.
Suspiré pesadamente y terminé de anudarme la corbata. Uniforme perfecto. Maquillaje sutil. Cabello en maravillosos bucles que caen por mi espalda y un listón negro lo adorna. Lista para el primer día, para mi nueva vida.

Agarré mi móvil y noté que voy atrasada. Genial, el primer día.

Guardé el teléfono en el bolsillo interior de mi americana y luego de tomar mi mochila de cuero negro salí de la habitación para correr escaleras abajo hacia el comedor donde sentadas a la mesa de cristal están mi madre y hermana mayor. Ésta última me da una mala mirada nada más verme pasar el umbral y luego continúa su desayuno, ignorándome completamente.

Mila es mi hermana mayor de dieciocho años. Una chica alta, el cabello rubio leonado es de los pocos parecidos físicos que compartimos y tiene ojos marrones, como los de su padre. Figura esbelta y labios carnosos como mamá. Muy bella, pero de carácter horrible. Desde que tengo memoria, Mila y yo somos algo así como enemigas. Ella me lo dijo un día hace unos años, ella y yo dejamos de ser hermanas, por temas de los que a ninguna le gusta hablar y sinceramente he aprendido a vivir con ello. Ya no me afecta tanto.

Ignorando yo también su presencia me acerqué a mi madre para darle un casto beso en la mejilla.
Es una mujer hermosa, próxima a los cincuenta, de bella figura y fracciones elegantes. Nos heredó sus bucles de un rubio leonado y a mí sus grandes ojos verdosos.
Ella dejó de lado su laptop y desayuno para observarme, con una linda sonrisa pintada en sus labios rojos.

—Pórtate bien en tu primer día y sé buena por favor. 

—No te preocupes madre.

Volví a besar su mejilla y salí de la cocina sin comer nada, ella no me detuvo ya que de cierta forma ya logró entender que ver la cara de mi hermana tan temprano me quita el hambre.

Al salir de casa encontré aparcada frente a la entrada una camioneta Toyota y junto a ella, nuestro chófer, Martín Gordon, un hombre adentrado en los sesenta, regordete y de cabello canoso. Trabaja para la familia desde hace décadas y su agradable sentido del humor logra que cualquier viaje se vuelva entretenido.
Él me sonrió y luego de compartir algunas palabras abrió la puerta de los asientos traseros para mí.

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