Micaela Maxwell Alston, una adolescente que usa vestidos rosas encima de un corazón lastimado y una mente atormentada. Ella sabe lo que es el dolor, ella sabe lo que es sufrir y sobretodo sabe ocultarlo detrás de una sonrisa.
Adrien Baumann Carey, u...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Capítulo 16:Condenada.
Micaela Maxwell Alston.
Frente al espejo, con cuidado zafé cada botón de la camisa y la quité, soltando un quejido de dolor en el acto. A través de mi reflejo observé con lágrimas en los ojos el vendaje que envuelve mi abdomen. Gabriel me revisó más temprano y al parecer la bala no tocó ningún nervio ni afectó ningún músculo por lo que en pocos días podré mover libremente mi extremidad. Eso espero porque odio esta maldita venda y este maldito dolor que me dificulta hacer todo.
Acomodé la camisa de Alex y luego de con cuidado colocarme un short del rubio salí hasta el balcón para cerrar las puertas, y lo hubiera hecho enseguida si la camioneta oscura aparcada frente a la casa no hubiera tomado mi atención. No hay nadie alrededor del vehículo, solo un par de señoras en la acera de enfrente que cuchichean mientras me observan. Rodé los ojos con fastidio y luego de cerrar las puertas con seguro tiré de las cortinas con cierta fuerza. Sobre mis pies descalzos giré y decidida caminé hacia la puerta, puse la mano sobre el pomo y justo antes de girarlo me congelé y a mi mente llegó la imagen de lo que vi la última vez que salí de la habitación sin autorización, y todo lo que vino detrás de eso.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal ante el recuerdo.
Pero, ¿y si son amigos de la pandilla? Ayer llegaron a visitarme algunos, no sería raro que hoy vengan unos compañeros ¿no? Además, Adrien me hubiera mandado a quedarme acá cuando subió hace un par de horas.
Salí del cuarto arrastrando mi cuerpo adormecido por culpa de los analgésicos por el corredor y noté el extraño silencio que llena la casa. Y seamos sinceros, en esta casa, nunca, hay tranquilidad y mucho menos un silencio tan sepulcral.
Descendí por las escaleras y el ambiente comenzó a sentirse pesado, díganme loca pero hay una extraña tensión, aunque no hay nadie en el salón ni en la cocina. Un golpe seco me hizo saltar, casi caigo sobre el último escalón. Me sujeté con fuerza del pasamano y recuperé el equilibrio. Luego del sonido se escucharon murmullos y vinieron de esa puerta, esa que está bajo el hueco de las escaleras, entornada ahora mismo, esa que tengo estrictamente prohibido abrir y créanme que ya lo intenté, lo recuerdo como si hubiera sido ayer...
Flashback.
Creo, que bebí demasiado.
Por el salón bailo, con la botella de vodka casi vacía en la mano izquierda y el cigarrillo de marihuana se deslizó de entre mis dedos hasta terminar en el suelo. Escucho los gritos de los chicos por encima de la música y los constantes golpes de los vecinos contra la puerta se perdieron hace media hora.
Baño, quiero un baño.
Me di la vuelta, ignoré el mareo y dejé caer la botella. Caminé esquivando trozos de vidrios, uno que otro cigarrillo y envoltorios de comida. Que asco de casa. Me acerqué hacia la puerta del baño, sostuve el pomo y no giró, maldita sea.