Micaela Maxwell Alston, una adolescente que usa vestidos rosas encima de un corazón lastimado y una mente atormentada. Ella sabe lo que es el dolor, ella sabe lo que es sufrir y sobretodo sabe ocultarlo detrás de una sonrisa.
Adrien Baumann Carey, u...
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Capítulo 8: Perdamos el maldito control.
Micaela MaxwellAlston.
—¡Thomas!
Exclamé asustada al verlo caer de la moto en el momento en el cual frenó y mientras los chicos ríen por la torpeza del pelirrojo me bajé del vehículo de dos ruedas y con una sonrisa burlona lo ayudé a levantarse. Él sacudió su cabeza mientras limpia sus ropas.
—¿Estás bien demonio de Tasmania?
Preguntó Samu en tono burlón ganándose una mala mirada de parte de Thom.
—¿Te duele algo? —interrogué.
—¿Qué le va a doler? Siempre se está cayendo al suelo, sus huesos son prácticamente de goma. —molestó Alex.
—¡Aish! —exclamó—. ¡Déjenme en paz!
—¡Dejen de chillar estúpidos! —gritó el líder—. Entremos de una vez.
Dejando de lado la pequeña discusión, Gabo abrió la puerta casa y todos entramos dejándonos caer en los sofás, agotados por el mal momento que pasamos. El silencio se rompió cuando Thomas tomó el control de la televisión y puso un partido de basketball al mismo tiempo que Alex fue a la cocina y trajo consigo dos botellas de vodka y a mi lado Samuel sacó de su bolsillo una pequeña bolsita llena con un polvo blanco que regó sobre la pantalla de su móvil y después de acomodar el polvo en una línea con ayuda de una tarjeta de crédito, lo inhaló, dándome a entender que se está metiendo drogas. Él sintió mi mirada y a la vez que puso su cabeza sobre mis muslos dijo:
—Es solo para calmar el estrés. No es nada fuerte así que tranquila.
Asentí no demasiado convencida pero preferí no darle muchas vueltas y solo concentrarme en acariciar sus mechones castaños.
—Vaya susto ¿no? —rió Alex—. Casi morimos hoy.
—¿Te da gracia? —preguntó Gabo, viéndolo fijamente.
—Reír para no llorar —dije.
—¿Saben lo que necesitamos? —cuestionó Samuel, ignorando la conversación de los demás.
—Una buena fiesta. —interrumpió Thom.
—¡Eso!
Gritó Samu y ambos se pusieron de pie y comenzaron a bailar en medio del salón sacándole una carcajada a más de un miembro de la pandilla.