Capítulo 10

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Capítulo 10: Pequeña muñeca mentirosa

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Capítulo 10: Pequeña muñeca mentirosa.

Micaela Maxwell Alston.

Cerré la puerta del taxi y luego de ajustar las correas de mi mochila comencé a caminar hacia la casa de la pandilla.

Me detuve a unos metros de la casa al ver a un misterioso hombre vestido completamente de negro y con una mascarilla cubriendo parte de su rostro, hablando con Adrien, el cual, luce más serio que de costumbre y su cuerpo está notoriamente tenso. El desconocido giró para subirse a la camioneta Toyota aparcada en la calle pero antes miró en mi dirección, durante una fracción de segundo en la que noté un destello de maldad en sus ojos.

Se subió al vehículo y cuando este arrancó y desapareció de la vista, Adrien soltó un suspiro, como si hubiera aguantado el aire por mucho tiempo y se giró para entrar a la casa, pero como acto inconsciente volteó y al verme sus ojos se abrieron exageradamente. Lo vi maldecir por lo bajo y después de observar la calle solitaria por la que se había ido la camioneta hace unos minutos se acercó a mi cuerpo paralizado con pasos firmes y una expresión que grita enfado con todas las letras.

-¡¿Qué demonios haces aquí?!

Gritó agarrando con fuerza mis antebrazos y acercándome a él. Hice una mueca de dolor por la presión de sus dedos en mi piel ante la cual ni se inmutó.

-¡Habla Micaela! ¡¿Qué haces aquí?! -me zarandeó.

-Y~yo me aburría en el instituto y decidí venir.

Murmuré intimidada por sus gritos. Él apretó los labios y noté como alzó la mirada ocasionalmente y su mandíbula se tensó. Sobre mi hombro observé como unos vecinos que al parecer salen de su hogar nos miran con curiosidad y temor.

-Vamos.

Dijo entre dientes y me empujó tosco para que camine hacia la casa. Escuchando sus pasos detrás de mí entré al lugar aparentemente vacío e inevitablemente mis ojos se posaron en los bolsos que están bien amontonados sobre el sofá más grande, pero en cuanto escuché el fuerte portazo aparté la mirada y me giré, quedando frente a frente con Adrien. Él se acercó quedando peligrosamente cerca y un jadeo de sorpresa escapó de mis labios entreabiertos cuando una de sus manos se aferró a mi cuello, sujetando este con fuerza.

-Escucha muy bien Micaela porque no lo voy a repetir -murmuró duro, provocándome escalofríos-. No puedes quedarte viendo a las personas que vienen a vernos y no conoces. No puedes husmear en los lugares prohibidos de la casa. No puedes ver donde no debes y sobre todo, no debes, bajo ningún concepto, venir a esta casa sin avisar o sin permiso nuestro. ¡¿Quedó claro?!

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