Capítulo 19

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Capítulo 19: No me toques

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Capítulo 19: No me toques.

Micaela Maxwell Alston.

—George Lepore.

Saludé, subiendo a la camioneta del jefe. Los guardaespaldas del italiano bajaron del vehículo, vigilado éste y Lepore me sonrió mientras entre sus manos juguetea con un mechero que utilizó para prender un cigarrillo antes de que entrara.

—Quise venir personalmente para darte un obsequio de bienvenida.

Lo miré con el entrecejo fruncido, manteniéndome alerta a sus movimientos. De un maletín de cuero sacó una carpeta negra con el símbolo de un lobo echo por líneas blancas. Me tendió el objeto y al abrirlo pude ver un documento con una pequeña foto mía en la esquina superior derecha.

—Este documento es tu emancipación. Un amigo juez la firmó así que legalmente no hay ningún problema.

—Es decir que soy mayor de edad.

—Ante la ley. Exactamente ragazza. Tus padres ya no tienen voz ni voto sobre ti —sonreí—. En la carpeta también está tu licencia de conducir y tu permiso para portar armas. Además, la información de una cuenta bancaria que abrí para ti y tienes tres tarjetas de crédito dentro para que uses a tu antojo.

—Muchas gracias.

—No agradezcas bella, esto es solo un adelanto de todo lo que puedo darte y ya me lo agradecerás trabajando adecuadamente.

—Lo haré.

—Eso quería escuchar —sonrió—. Ya puedes irte, tus clases empezarán dentro de poco.

Asentí en su dirección. Guardé la carpeta en mi mochila y bajé del vehículo dirigiéndome a la escuela sin mirar atrás.

[...]

Entré al gimnasio del instituto y lo primero que vi fue a los Branco 36 jugar basketball. Dejé caer mi mochila junto a la puerta y me senté en las gradas observándolos.
Ellos se divierten pasándose la pelota y saltado hacia la canasta, se ríen y bromean sin percatarse de mi presencia. Sonreí inconscientemente viéndolos y me sentí mal por haberlos estado tratando malamente durante este tiempo. Desde hace cuatro meses no los veía sonreír tan abiertamente y pasárselo bien, ellos se concentraron en entrenarme y entre trabajo y discusiones no salían a fiestas ni pasaban un buen rato. Por fin los veo reírse y eso me pone de buen humor.

—¡¿En qué tanto piensas?!

Gritó Thomas, mirándome con una sonrisa. Todos voltearon a verme y sonreí apoyando mi mejilla sobre mi puño cerrado.

—¡En que deberíamos salir de fiesta hoy!

—¡Sí!

Ellos gritaron, Adrien asintió conforme y yo reí. El juego continuó y cuando sonó la campana me despedí y corrí hacia mi salón, donde todos los presentes pusieron su atención en mí.

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