Capítulo 14 - La banda de motociclistas

11 5 0
                                    


     Las calles estaban llenas de personas que transitaban de un lado a otro, hacia sus trabajos u otro destino diferente, todas con mucha prisa, hablando por celular, caminando rápido o haciendo las dos cosas, parecían todos muy ocupados. Ciudad Azafrán era la urbe más grande de la región Kanto y justamente era la capital de ésta, su centro estaba lleno de altos edificios de oficinas, con todo tipo de empresas, además de varias tiendas comerciales con compradores compulsivos dentro de ellas, pero la construcción más imponente era la de la Corporación Silph. Aquella edificación poseía ventanas tan grandes que aparentaba tener murallas sólo de vidrios que reflejaban toda la luz del sol. En cambio, alrededor del núcleo de la ciudad, estaban todas las viviendas, de variadas formas y tamaños, además de majestuosas mansiones en las afueras de ésta.

Jack, Lyra y Adam habían llegado en la mañana a la enorme capital después de un día de caminata desde Celeste, el camino no era tan largo como otros, pero se habían topado con algunos entrenadores y pokémon salvajes que les salieron al paso. Jack y Lyra pudieron con todos ellos, aunque con varias dificultades.

Una vez en la ciudad, demoraron alrededor de dos horas en llegar al Centro Pokémon. Habían tomado el bus que los dejaba más cerca, pero se encontraron con una gran congestión vehicular, agravada por algún semáforo en rojo. Para llegar a su destino, atravesaron una muralla que rodeaba por completo el centro de la metrópoli, la que marcaba el antiguo tamaño de la urbe y por alguna razón no había sido derrumbado. El edificio era mucho más grande que sus pares en las demás ciudades, puesto que debía abastecer a todos los entrenadores de la gigantesca Azafrán. Entraron para encontrarse con más de una enfermera dispuesta a atender.

Luego de revisar a sus pokémon y disfrutar de un fortificante almuerzo, se dirigieron a la plaza más grande de la zona. Dicho lugar tenía una gran cantidad de áreas verdes, uno de los pocos en la ciudad, gozaba de una amplia variedad de árboles que proyectaban sombras para descansar sobre el pasto, muchas bancas para disfrutar del día, varias rodeadas de muchos Pidgey, y una enorme pileta de piedra que lanzaba agua hacia la piscina en la que yacía. El mejor lugar para descansar después de un ajetreado día de trabajo.

Una vez arribaron a la plaza, soltaron a sus compañeros para que se divirtiesen. Squirtle se lanzó inmediatamente a la pileta, para jugar alrededor del chorro que de ella salía. Los chicos se sentaron en una banca cercana, comenzando a relajarse mientras los Nidoran corrían juntos de un lado a otro.

Al mismo tiempo que ellos disfrutaban de un momento de descanso, un sujeto vestido de guardia caminaba por los áridos pasillos del edificio de la importante corporación. Se detuvo frente a una habitación, con cautela miró hacia todos lados para prevenir que nadie viniese. Sacó unas llaves de su bolsillo derecho, abrió la puerta frente a él y entró. El cuarto estaba repleto de archivos, muchos en papeles dentro de gordas carpetas, con varios computadores prendidos, no había ninguna persona. Se acercó a uno de los ordenadores y comenzó a indagar en él.

—Es una suerte que los archivos del sistema de seguridad también estén aquí —comentó en voz baja para sí mismo cuando vio la carpeta en la pantalla—. Así será más fácil vulnerarlos —abrió una que decía mapa del recinto—. Ahí está, justo la habitación que quiero —sonrió escuetamente—. El sistema de seguridad de aquel lugar está protegido con un código y...necesito ir a la habitación para obtenerlo —dijo resignado al percatarse de la situación. Suspiró—. Demonios, el sistema de seguridad del Museo de la Ciencia era menos engorroso.

El hombre se metió a la otra computadora para investigar nuevamente, abrió una carpeta con el nombre de pokéballs, comenzó a leer. Era un reporte sobre las cantidades de pokéballs que habían creado, los pedidos, ventas, etc. Una vez que llegó al final, se detuvo para leer detenidamente lo que decía.

Jack EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora