20 de diciembre de 1990

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Como ya he dicho, la creación de un asesino es como la de una persona normal. Una mujer que da a luz a su bebé en un hospital y sonríe al ver a su bebé recién nacido mientras su padre respira aliviado al ver que las dos personas mas importantes de su vida están bien…

Pero eso haría que la conversión en asesino fuese muy lenta, tal vez comenzaría en la adolescencia, o tal vez siquiera llegue a ser un delincuente de barrio y se quede en un pobre niño asustado y maltratado.

Pongámoslo más interesante… y olvidémonos por unos momentos de que este asesino es una creación mía, olvidémonos de que es mi experimento personal… centrémonos en él, en su vida y en sus pensamientos… No volveré a interferir como creadora si la situación no lo requiere...

Primero B de un bloque tres rojizo, en un barrio donde el dinero no abunda y la policía no se atreve a pasar, una joven soltera de apenas veinte años daba a luz en la cama de su cochambroso cuarto, sin ganas de seguir viviendo y segura de que lo que tenía en sus entrañas no era un niño, si no un demonio. 

El padre del niño, bajo el pseudónimo de Marcus Parker, había contratado sus servicios de alta calidad. Una noche entera, con cena a modo de pareja y después un revolcón sin el uso de condón, a cambio de que él pagase tanto la cena como la pastilla del día después.

Le dio lo que ella creyó era la pastilla del día después, pero resultó ser un placebo que no sirvió de nada, siquiera la hizo sangrar. Y ahora ella pagaba las consecuencias, sin dinero para el hospital, sin dinero para cuidar del ser que iba a salir de ella, sin valor para volver a buscar a aquel hombre y sin nadie a quien recurrir.

Cuando la cabeza del bebé empezó a asomar de su interior los gritos se volvieron desgarradores, no sentía ya ganas de seguir con su vida, solo quería acabar con lo que ya estaba empezado y terminar con la vida del monstruo que estaba trayendo al mundo.

Sintió cómo su cuerpo se abría poco a poco. La sangre brotaba de su interior de forma descontrolada, jamás había asistido a un parto y sentía que ese era el último al que iba a asistir.

Recordó la cantidad de sangre del día en que fue a abortar a una clínica clandestina y empezó a ver borroso. Recordar aquella carnicería en la que le arrancaron los ovarios en vez del feto la había hecho marearse aún más que la propia perdida de sangre.

Por fin notó como la cabeza del ser que salía de su interior quedaba totalmente fuera, ya solo quedaba el resto del cuerpo. Las contracciones eran cada vez mayores, el dolor insoportable y sus gritos no cesaban.

No le extrañó que nadie fuese a mirar. Nadie se preocupaba por nadie en aquel barrio, y mucho menos por una puta barata que se había dejado embarazar a cambio de un par de pelas más.

Los segundos se le antojaban horas mientras sentía cómo su cuerpo expulsaba el cuerpo que había estado gestando durante nueve meses hasta que por fin dejó de sentir la presión de la fuerza contraria.

Se incorporó un poco como pudo, sacando fuerzas de flaqueza para ver al monstruo recién nacido. Era el bebé más perfecto que podría haber nacido. No tenía una sola arruga, peca, lunar o marca. Parecía hecho de porcelana. Fue mirarlo a los ojos y la joven cubierta de sangre estuvo aún más segura de que había traído al mundo a un monstruo.

Alargó la mano hacia unas tijeras que tenía en la mesilla de noche, dispuesta a acabar con quien haría temblar la paz del frágil mundo en el que vivían. El bebé no lloraba y eso le resultaba aún más tenebroso. Un bebé que no estaba asustado del mundo real, que no pedía ayuda a su madre, solo podía tratarse del demonio encarnado.

Las manos temblorosas de la joven no ayudaban con el filicidio que estaba a punto de suceder. El miedo que sentía pasó a ser pena cuando el recién nacido emitió un adorable sonido, haciendo que la muchacha se echase a llorar. No podía hacerlo, no era esa clase de persona… Tal vez una buena educación salvase al niño de ser el demonio… tal vez solo fuese a ser satanás si ella lo criaba con sus recursos inexistentes…

Abrazó a su bebé como pudo, dándole el primer y último hola, diciéndole adiós con el corazón y las entrañas.

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Los llantos ensordecedores hicieron que las hermanas de la parroquia que funcionaba a su vez como orfanato salieran a ver que sucedía en la puerta trasera. Unos ojos verdes que asomaban de entre unas mantas fue lo primero que vieron, seguido de unos gatos que rodeaban la canastilla y tuvieron que ahuyentar.

La hermana más joven no tardó en cogerlo, era la única que había estudiado medicina de todas las presentes, por ende fue la más asustada al ver la pequeñez del bebé. Mientras que unas pocas pensaron que estaba desnutrido y otras pensaban que simplemente era pequeño incluso para ser un bebé, la novata supo de inmediato que tenía entre sus brazos un bebé con poco más de unas pocas horas de vida.

Cuando llamaron al pediatra y dejaron al niño con él, la madre superiora pudo centrarse, ya más calmada. Entre los pliegues de la manta que envolvía al recién nacido había una carta que aún no habían tenido tiempo de leer.

La sorpresa se reflejó en los ojos de la monja cuando abrió el sobre y se encontró un papel blanco con un nombre y una inicial escritos en sangre, seguramente de la madre, ya que el niño no tenía ningún rasguño.

Marcus P.

Todas en el orfanato supusieron que era el nombre que la madre le había puesto al niño, ninguna pensó que la intención de la madre era dejar el nombre del hombre que, biológicamente hablando, era el padre del bebé.

El niño, bautizado ahora como Marcus, nunca volvería a ver a su madre, nunca conocería a su padre y, como mínimo, sus primeros momentos de vida serían en un orfanato católico, criado por las hermanas que le habían salvado la vida, bajo las estrictas normas de la madre superiora.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora