20 de noviembre de 2017

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Eva llevaba ya seis meses encerrada en aquel sótano. Estaba a punto de salir de cuentas, pero ya no podía más. Marcus le había dado única y exclusivamente la comida necesaria, no le había dejado caminar ni salir a tomar el aire, no había ido al ginecólogo siquiera, todo se había hecho en ese sótano mugroso.

Había visto entrar a un par de "amigos" del que era su marido, uno le había examinado en términos del embarazo, el otro la había examinado en temas de alimentación, pero ninguno de los dos la había ayudado de verdad. Le examinaban hasta que Marcus les decía de parar y, en ese momento, cerraban el maletín, se alejaban y la abandonaban ahí atada, sin haberse podido lavar en casi medio año, sin haberse alimentado adecuadamente, estando totalmente encerrada e incomunicada.

Marcus era el único que cuidaba de Seth en ese tiempo, así que era usual que el niño tuviera cortes o magulladuras, cada vez hablaba menos y tenía la mirada mas perdida. Había empezado el colegio ese año, pero aún no había hecho amigos, y no parecía que los fuese a hacer. El niño se cerraba en banda a cualquier otro niño por miedo a que le hicieran daño y se alejaba de las niñas por miedo a encariñarse y que le abandonaran. Ese niño había empezado a crear un mundo interior para defenderse de los maltratos de su padre, y hacía que se aislase de las realidades exteriores. Se relacionaba con los perros y gatos callejeros que se acercaban al patio del colegio en busca de comida, pero con nadie que fuera humano.

Por las tardes Marcus y Seth pasaban horas juntos, o algo por el estilo. Marcus actuaba mientras Seth se quedaba entre bastidores o le servía de ayudante en trucos que lo aterraban por temer salir herido. Tras el último pase Marcus aupaba a su hijo con cariño para que se le acercase alguna mujer confiada o algún hombre a vacilarle, y esa era su víctima para esa noche.

Llevaba a Seth a cada uno de sus delitos, daba igual si iba a matar a alguien, a torturarle durante toda la noche o a traficar con algo. Un niño de cinco años en aquellos escenarios desentonaba al principio, llorando hasta que se le amordazaba, gritando hasta que se le daba una bofetada, pero pronto se acostumbró. Ahora se quedaba callado en el fondo, como un guardaespaldas en miniatura, esperando el momento de irse y temiendo que un día su padre le dijera "ven y ayúdame", por suerte eso último no pasaba.

Ese día llegaron a casa cerca de las cuatro, Marcus llevaba a su hijo en brazos, medio adormilado, pero despierto aun. Tarareando una nana para hacer sentir al pequeño seguro, empezó a bajar las escaleras hacia el sótano. Ese crujido alteró de mala manera a Eva, quién a estas alturas tenía el sueño tan ligero que apenas dormía.

Dejó al chiquillo en el suelo mientras miraba a su mujer con una tétrica sonrisa, acercándose lentamente mientras esta se intentaba proteger con sus propios brazos.

—Hoy sales de cuentas, ¿Verdad, zorra? —Eva negó rápidamente, pero tampoco podía estar segura de ello, no sabía qué día era, no sabía nada.

Marcus acercó lentamente la mano hasta el vientre hinchado de la mujer, acariciándolo con cariño, pero con una mirada demoníaca. Sintió como su futura hija daba una patada y los ojos se le iluminaron, estaba lista para salir, y eso iba a hacer.

—Setan, cariño... Traele a tu padre unas tijeras afiladas de la cocina.

El niño corrió escaleras arriba, desde el sótano se podía escuchar cómo abría cajones y trasteaba entre cubiertos y resto de útiles de cocina, para luego volver a correr escaleras abajo y darle las tijeras a su padre, quien se encontraba desatando a la madrastra del pequeño.

Cuando Marcus empuñó las tijeras Eva salió corriendo como pudo, pero no llegó a las escaleras antes de que las fuerzas la abandonaran.El embarazo la había debilitado, la falta de alimentación aún más, y el no haber hecho nada más que estar sentada durante tanto tiempo había hecho que perdiese la poca masa muscular que antes tenía.

Tirada en las escaleras se giró para defenderse de aquel monstruo usando solo sus brazos desnudos, sabiendo que eso simplemente alargar su agonía, pero con suerte retrasaría su muerte lo suficiente como para que el hombre se cansara y decidiera dejarla vivir un poco más.

Marcus se acercaba lentamente, con una serenidad poco propia de él, demostrando únicamente en el brillo de sus ojos la psicopatía que guardaba bajo la piel. Rasgó sin cuidado alguno la poca ropa que le quedaba a Eva para, contradiciendo su primera actitud, dejarla a los lados como si fuesen la mayor reliquia de la historia. Acarició el vientre de nuevo, esta vez en contacto piel con piel y se giró a mirar al curioso de cinco años que tenía a sus espaldas.

—Se llamará Lucy, ¿Te parece bien? Va a ser una buena diablesa, y necesita un nombre a la altura... Llamarla Lucy es lo mejor que podré hacer.

Mantenía un monólogo consigo mismo, no esperaba una respuesta a esa frase, y todos en la estancia lo sabían, así que así fue. El silencio que se posó sobre la habitación era demasiado tenso, se hacía hasta pesado, dificultaba la ya agitada respiración de la embarazada y hacía que el niño intentase no hacer ruido en sus inspiraciones y exhalaciones.

Marcus acercó lentamente las tijeras abiertas al vientre de la mujer, quería a su hija, y la quería ya. Nunca había hecho nada parecido, nunca había practicado una cesárea, pero le daba igual, el mayor peligro era la vida de la madre, y esa no le interesaba desde hacía tiempo.

Hundió las tijeras, arrancándole un grito de dolor a esa mujer que en su momento intentó utilizar como un reemplazo de Irene, y la empezó a abrir despacio. Las tijeras se le resistían, no estaban hechas para cortar así, y mucho menos para tener cuidado de no dañar al bebé del interior. La sangre goteaba mientras La brecha se abría, la carne desgarrada provocaba en Marcus un placer que no llegaría a entender jamás, el tiempo en el que no tenía sentimiento alguno había quedado tan atrás que ni lo recordaba.

La sangre se le aceleraba por el cuerpo, los latidos de su corazón eran cada vez más fuertes, tan fuertes que sobrepasaban el sonido de los gritos, pero por alguna razón no la del goteo de sangre, ni la del desgarro de la piel. Su pulso era firme aún con todo, y cuando empezó a ver la bolsa en la que se encontraba no pudo reprimir un grito por la ilusión de ver un cuerpo totalmente formado aún cubierto por todo lo que le había ayudado a formarse.

El niño que miraba desde atrás empezó a temblar, no sabía cómo nacían normalmente los niños, pero estaba bastante seguro de que no así. Algo de sangre le salpicó en la cara y se petrificó, acababa de tener un deja-vú, y no precisamente uno bueno. Los recuerdos del día en que su madre murió volvieron a él. Era algo que jamás olvidaría y seguramente también sería su primer recuerdo, pero lo había enterrado bien hondo para intentar olvidarlo, volviendo a su memoria solo porque su madre volvía a ser asesinada.

Se hizo una bola en el suelo, tapándose los oídos con las manos, abriendo los ojos como platos, esos recuerdos eran los que le daban pesadillas de forma subjetiva, y ahora tendría imágenes nítidas para esas pesadillas.

El llanto de la recién nacida inundó la habitación en el mismo momento en que los gritos de la madre cesaron por su muerte. La risa del padre se unió a ese llanto, no podía creerse que por fin tenía una hija, nadie más que él la educaría y saldría una asesina perfecta, un soldado entrenado para matar sin piedad.

Se giró lentamente para ver a su otro hijo y, cuando estuvo seguro de que no lloraba, se acercó para ponerle a la niña en los brazos. Seth no pudo hacer otra cosa que gritar al ver a su hermana aún llena de sangre, pero las palabras de Marcus le rompieron por dentro aún más de lo que le podía haber roto ver un bebé ensangrentado.

—Saluda a Lucy, tu hermana, mi hija favorita.

Dejando la escena tal cual estaba, Marcus subió las escaleras y se dirigió al teléfono fijo para marcar el número del mismo médico que había estado atendiendo a su mujer durante el embarazo, y que ahora tendría que separar a su niña de aquel cadáver asqueroso.

Mientras tanto, en el sótano de los horrores, Seth tarareaba la nana que su padre le había tarareado antes de comenzar con la matanza, cerrando el círculo, y prometiéndose que jamás sería como su padre, sin saber realmente si podría llegar a cumplir esa promesa.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora