23 de septiembre de 2008

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Aquella noche Marcus fue incapaz de dormir. Llevaba más de un mes pensando en que regalarle a Irene por su cumpleaños y aún no se le había ocurrido nada. Daba vueltas en la cama mientras las horas pasaban, el sol comenzaba a salir, bañando la ciudad con sus tímidos rayos dorados.

Puso los pies en el suelo y levantó la mirada hacia el techo, aún queriendo compartir la vida con ella no sabía apenas nada de sus gustos, lo cual le impediría cumplir ese deseo de envejecer a su lado.

Fue a su armario y cogió su mejor ropa, una camisa blanca y unos vaqueros negros. Unas pocas monedas sueltas que le quedaban de su última actuación eran suficientes para darse una buena ducha, no quería tocar los billetes que ahorraba para poder comprarse una casa cuanto antes y poder así darle un mejor hogar a Irene, tal vez incluso a su madre. Se asomó a la habitación de las antes mencionadas y sonrió al ver que la chica de sus sueños seguía siendo una perezosa que se tapaba con la manta hasta las cejas para poder dormir un rato más y bajó rápidamente hasta las duchas públicas acompañado de los maullidos de las calles.

Le gustaba esa hora, no había nadie, era demasiado tarde para los que entraban a trabajar y demasiado pronto para los que no trabajaban. Dejó la ropa limpia en la taquilla correspondiente y cogió las toallas mientras se desnudaba para dejar en ese mismo lugar la ropa que usaba de pijama.

Arrastró los pies hasta la zona de duchas, cansado por haber dormido tan poco esa misma noche, dándole vueltas aún a qué podría regalarle a ese ángel que le trajo la salvación emocional.

Mientras el agua le recorría el cuerpo desnudo cerró los ojos. Últimamente notaba que la relación entre ellos se tensaba, como si uno intentara conseguir por parte del otro algo que no le daba. Mientras se enjabonaba esos momentos cruzaban fugazmente por su mente, cuando se colaron en el autocine ella había estado todo el tiempo buscando que sus manos se tocaran en el cubo de palomitas, la noche que de paseo les sorprendió la lluvia él había buscado por todos los medios posibles usar su chaqueta a modo de paraguas para ambos, la tarde de tormenta en la que Irene lo acogió entre sus brazos mientras él buscaba la protección que de niño nunca había tenido...

Todas esas imágenes se disiparon de su mente en cuanto abrió el grifo para aclararse, el agua fría le trajo algo que los creyentes llamaban iluminación, aunque para él no era nada más que el habersele aclarado las ideas, ambos buscaban en el otro lo mismo: un amor de pareja.

Se secó y salió de las duchas ilusionado con la idea de que eso fuese verdad, vistiéndose mientras la segunda oleada del día entraba en el lugar y saliendo con una sonrisa de oreja a oreja, buscando entre sus bolsillos alguna otra moneda para comprar unas flores a Irene. Compró un pequeño ramo al hombre que se dedicaba a ello antes de que pudiera empujar su carrito lleno de vida fuera de ese barrio de mala muerte y corrió de nuevo hasta el edificio. Se colocó bien la camisa y entró en el edificio, subiendo las escaleras destartaladas como tantas otras veces, pero con el corazón latiéndole tan fuerte que sentía que se le saldría del pecho.

Cuando llegó a la habitación correspondiente empujó la puerta, sabía que la madre de Irene ya no estaría ahí. Se acercó lentamente al pequeño bulto que se escondía bajo las sábanas y pasó su temblorosa mano por donde sabía que estaba la mejilla de la cumpleañera.

—Cumpleaños feliz... —Su voz no era más que un susurro intentando entonar las notas de esa canción que tan pocas veces había escuchado en los últimos años —, cumpleaños feliz —Un gruñido fue lo único que recibió como respuesta mientras aquel bulto se removía buscando destaparse para ver a quién cantaba —, te deseamos todos, cumpleaños feliz. —Marcus no pudo evitar sonreír al verla despeinada y recién levantada, le parecía la más guapa del mundo aún cuando no se preparaba para salir.

—Marc, son preciosas. —Cogió las flores con la sonrisa más bonita que le había visto jamás mientras se incorporaba, Marcus se sentó a su lado y le rozó la mano, nervioso.

—Sé que tu regalo era mucho mejor que estas flores, pero aún tengo algo más... Aunque puedes rechazarlo si no lo quieres.

Ante la cara de confusión de Irene Marcus decidió acercarse lentamente y cerrar los ojos, deseando notar que sus labios se unían a los de la chica que tenía delante, sabiendo que era mucho más probable recibir una bofetada. Pero no fue así, sintió esos labios que tanto había deseado juntarse con los suyos, y una paz inexplicable se apoderó de todo su cuerpo.

El mundo dejó de existir, sus problemas, su pasado, su trabajo de mago, su trabajo ilegal. Nada de eso existía.

Sintió la lengua de Irene rozar sus labios, pidiendo pasar a algo más íntimo, pero Marcus se alejó con eso, dejando a Irene confusa.

—¿Pasa algo? ¿No te ha gustado?

—No es eso, es solo que si seguimos con esto... suelo perder el control. —Marcus bajó la mirada, acababa de decirle que no era la primera chica en su vida, cosa que no le parecía rara, pero le había dicho que sabía que perdería el control si se daban algo más que un tímido beso.

Sintió la mano cálida de Irene rozando su mejilla y estirando para volver a juntarse su labios. Antes de que pudiera hacer nada en su contra sintió como movía lentamente la mano hasta su nuca, impidiendo que se alejara cuando empezó a profundizar el beso. Marcus se sorprendió, pero no por el acto de quien lo aprisionaba, si no por no tener la sensación de pérdida de control que había tenido con el resto de chicas.

—No me parece que hayas perdido el control. —susurró Irene en cuanto se separó de quién había aprisionado con su mano. Este solo fue capaz de sonreírle como nunca recordaba haberlo hecho.

Pasaron lo que a ellos les pareció unos segundos entre besos y risas, decidiendo que ninguno iría hoy a lo que consideraban su trabajo, nadie lo notaría.

Para Irene era estar en el séptimo cielo, igual que para Marcus, pero mientras que ella disfrutaba del momento, pensando solo que el instante siguiente al que vivía iba a ser mejor, él no podía dejar de pensar en que la perfección de ese momento solo podía acabar mal, que antes o después haría alguna estupidez y toda la magia del momento se estropearía.

Y así fue, cuando Marcus creía que todo iba perfecto y podría pasar a hacer más cosas además de besarla y abrazarla todo se torció. Acarició con sus manos todo su costado hasta llegar al borde del pantalón de Irene, intentando bajárselos con más cuidado del que había puesto jamás, pero en ese momento Irene se tensó e intentó empujarlo, sintiendo terror por algo que jamás había pasado pero que siempre le había atemorizado.

—I-Irene, ¿Qué te pasa? —No había sentido la excitación desesperada de otras veces, así que pudo pararse sin problemas, pero la preocupación lo inundó al ver como se encontraba aquel ángel que adoraba.

Poco a poco esta se fue calmando, mientras las manos temblorosas de Marcus acariciaba lentamente sus mejillas y frente esperando a que ella pudiera hablar y encontrarse bien.

—Nunca te he hablado de mi padre, y espero no tener que hacerlo, pero... me metió en el cuerpo el miedo a todo.

Marcus asintió y la abrazó, esperaría pacientemente por ella, haría única y exclusivamente lo que ella pudiera soportar sin tener miedo o ponerse nerviosa, hasta que ella estuviera preparada.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora