28 de agosto de 2016

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Tumbado en la cama más grande que jamás había soñado Marcus miraba el techo de aquel hotel. Llevaban unos días fuera por la luna de miel, mientras Seth se quedaba con la madre de Eva por primera y última vez.

Se levantó de la cama, buscando alrededor de la habitación algo con lo que destrozar de nuevo a su reciente esposa. Se acercó despacio a la maleta, buscando entre su ropa un cinturón de cuero que metió única y exclusivamente con la intención de usarlo como arma.

Se acercó al baño, donde Eva se estaba intentando calmar del ataque de ansiedad que había sufrido hacía una hora. Abrió la puerta despacio, sin hacer ruido para no alterarla más. Se la encontró metida en la bañera, con los ojos cerrados y la cara marcada de tanto llorar. Miró las cosas que había en el baño y se acercó despacio hasta el lavamanos, alertando a Eva, que ya se había percatado de su presencia.

Cogió un blister que había junto al grifo del lavamanos y se giró enfadado hacia su esposa, quien se intentaba hundir en el agua para desaparecer.

—Ni se te ocurra, so zorra. ¿¡Me explicas qué es esto!? —Le puso el envase de las pastillas frente a los ojos, había pastillas de dos colores, veintiún pastillas rosas y siete blancas.

No hubo respuesta, sólo un balbuceo atemorado que hizo aumentar el enfado de Marcus. Le tiró el blister a la cara mientras agarraba el cinturón con más fuerza, mientras sentía como le desgarraban por dentro de nuevo aquella ira que lo inundaba cuando se le desobedecía.

Un grito de Eva retumbó en las paredes del baño, una marca roja le cruzaba la cara de un lado a otro, mientras Marcus mantenía el brazo tenso después de dar el golpe con el cinturón.

—¿Tan horrible sería tener un hijo mio? ¿Cuánto tiempo llevas tomándotelas? ¿¡De donde coño las sacas si no puedes salir de casa!? —Cada pregunta iba precedida por un nuevo golpe con el cinturón, al principio con el cuero doblado, pero al terminar de preguntar y no obtener respuesta alguna, abrió levemente la mano para asustar a su víctima aún más con el tintineo de la hebilla.

Eva lo miraba sin ver. Tenía la cara hinchada de los golpes y eso hacía que le costase mantener los ojos abiertos. Estos le quemaban por las ganas de llorar, pero ya no le quedaban lágrimas para ello. Tiró de la cadena del tapón, sabiendo que el gesto de Marcus era una orden silenciosa para verla desnuda una vez más. Su cuerpo estaba destrozado también, moratones allá donde la ropa cubría, arañazos que pasarían por rozaduras de gatos por la espalda, cortes profundos cerca del pecho...

Otro grito desgarró la garganta de Eva, acababa de recibir un golpe con la hebilla en el cuello. Fue entonces cuando Marcus entró en la bañera con ella, pasándole el cinturón por el cuello para empezar a asfixiarla mientras fantaseaba de nuevo con la imagen de Irene.

El mismo proceso de siempre, tortura para ella y placer para él. Pasión y deseo en la mente de él. Golpes y sufrimiento en la realidad de ella. Cuando Marcus explotó de placer empezó a besar cariñosamente el cuello de Eva, a quién empezaba a dejar de ver cómo su amada Irene para verla como la copia barata que se había buscado.

—Ahora te vas a joder —Mordió con fuerza el cuello ya maltratado de su mujer, quién temió más por las palabras que por el mordisco —. Si no querías un hijo mío ahora no vamos a parar hasta que te quedes embarazada. Pero ahora vístete, nos vamos a cenar como los recién casados que somos. —Le dio dos bofetadas suaves en la mejilla para que se pusiera en marcha y se levantó de la bañera para vestirse como una persona civilizada y normal, esperando que Eva hiciera lo mismo.

Al girarse a mirar la puerta del baño vio a su cita con un vestido rojo hasta las rodillas, ajustado hasta la cintura para después caer libremente, con un escote en pico adornado con botones color madera, tapándose los hombros con un volante a cada lado perteneciente al vestido.

—Estás preciosa, mi vida.

—¿Podemos cenar en un lugar íntimo? —La voz de Eva era un susurro, tenía miedo de que un lugar íntimo le trajera una paliza, pero le daba aún más miedo que la machacara psicológicamente delante de mucha gente.

—Será tan privado que nadie oirá tus gritos de dolor.

Marcus le pasó el brazo por la cintura, pegándola a su cuerpo, recalcando una vez más que él mandaba en esa relación en la que ella no tenía ningún poder.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora