18 de febrero de 2012

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Marcus miraba a Irene preocupado. Esta había entrado en casa diciendo que tenía algo que contarle para, acto seguido, sentarse en el sofá a su lado y no decir nada.

Llevaban tres meses en la casa de quién había sido su mentor, la investigación policial no fue concluyente y el caso quedó abierto hasta que prescribiera en unos veinte años, pero sin sospechosos reales: Marcus había conseguido que, en un crimen en el que podía ser directamente sospechoso por la relación que tenían, la policía no sospechase ni un poco de él.

Miraba a Irene despacio, llevaba el mismo estilo que el día en que la conoció, solo que menos andrajoso y sin ser recogido de la basura o alguna iglesia en la que diesen ropa a la beneficencia. Tenía el pelo corto desde hacía dos días y, aunque Marcus la prefería con el pelo largo, le seguía pareciendo la chica más guapa del mundo.

—Bueno, ¿Me dices eso tan importante? Me estoy preocupando ya. —La voz de Marcus demostraba que así era, estaba nervioso, y mucho.

—Creo que en unos meses ya no serás la persona que más quiera en el mundo... —susurró Irene, nada más oír eso una ira empezó a crecer dentro de Marcus, quemándole y desgarrándole internamente, ¿Lo iba a reemplazar? Él no era nadie y era fácil reemplazarlo, pero no iba a soltar a Irene por las buenas, y menos si le avisaba con tiempo —, porque estoy embarazada.

La ira se calmó, el fuego se apagó y los desgarros se detuvieron, pero se mantuvo latente y presente. Un hijo podría desestabilizar toda su vida, sería una carga que podría hacer que sus homicidios fuesen peores por tener menos tiempo para prepararlos, podría dejar algún rastro, podría desestabilizarlo y hacer que perdiera el control delante de Irene.

Se levantó para ir a la cocina, dejando a su pareja sola en el salón, haciéndola sentir abandonada, pero cuando volvió a donde ella tenía un par de tazas llenas de chocolate caliente con un par de nubes de azúcar con formas de animales encima, un gato para él y una tortuga para ella.

—Será mejor que estos lujos te los sigas dando ahora, todavía no te han prohibido nada.

Irene no pudo evitar llorar de felicidad, creía que le iba a pedir que abortase o que directamente la iba a abandonar, pero solo había ido a por una manera de hacerle sonreír. Mientras Marcus veía como la chica de sus sueños se tomaba el chocolate y hablaba ilusionada de que pronto los dos tendrían una razón para no dormir que los hiciera felices en vez de darles dolores de cabeza, él se debatía internamente sobre como seria todo cuando ese niño existiera: no podía permitirse dejar el trabajo de mago porque era su tapadera, pero no podía dejar de asesinar por ser su manera de desahogarse y no hacer daño a Irene.

¿Cómo crear un asesino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora