Marcus vivía en una nube desde hacía dos meses. No podía decir que Irene le había dado su primera vez en el placentero mundo que él le había mostrado hacía un tiempo, pero podía decir algo aún mejor: Irene fue la primera con la que hizo el amor.
La relación había mejorado desde entonces, no por el hecho de que se acostasen, si no porque Marcus ya no necesitaba controlarse y se mostraba vulnerable cada vez que eso sucedía. No había deseado a ninguna otra mujer desde que había empezado a salir con Irene, pero desde que se acostaron siquiera veía el sexo de la misma manera. Ya no era un método para conseguir placer, no era una simple acción, era otra manera de conocerse entre los dos.
Cada vez que se daban al placer del otro Marcus veía como las inseguridades y los miedos de Irene se desvanecían, mientras que ella veía como las preocupaciones y los problemas de Marcus pasaban a un plano sin importancia. Ella conseguía una valentía que en la vida le faltaba y él se permitía una vulnerabilidad que en el mundo exterior lo machacaría. Justo después de que ambos hubieran llegado al placer que buscaban, se tumbaban junto al otro, con los cuerpos todavía desnudos, listos para desnudar la mente del otro una vez más y hablar de cuanto se les ocurriera.
Todo esto se notaba en el trabajo de Marcus. Tanto en el que ya rozaba la legalidad como en el que nunca en su vida sería legal.
Sus robos, hurtos y asesinatos seguían siendo, técnicamente hablando, impecables para su edad y experiencia, mejorando con cada golpe y teniendo cada vez más equipo propio. Pero su relación con Irene había empezado a afectar en el modus apparendi. En los robos y hurtos era simplemente que empezaba a apropiarse de cosas que podría obsequiarle a Irene, pero no demasiado caras para que no sospechase.
Sus asesinatos, en cambio, cambiaban bastante. Era incapaz de hacer daño a las chicas que se parecieran a Irene, tanto en el presente como las que pudieran parecer una versión mayor o más joven de ella. Era totalmente sanguinario con los chicos que pensaba podrían parecerle atractivos a la chica que amaba, pensando que así quitaba de en medio a cualquiera que pudiera alejarla de él. Cuando debía asesinar lentamente disfrutaba contando lo feliz que era con su pareja a sus víctimas, haciendo la situación peor para ellos, ya que su torturador no solo disfrutaba de verles sufrir, si no que les restregaba una vida de ensueño que ellos jamás podrían vivir. Por último estaban los niños, nunca le habían pedido que hiciera nada a ninguno, pero mientras que antes solo pensaba en ellos como personas pequeñas, ahora los veía como un reflejo del futuro que podría tener junto a Irene y a los que no quería dañar.
En su trabajo casi legal esa nueva felicidad solo le traía más clientes y dinero, la gente se paraba a ver a ese chico sonriente que hacía que la piruleta roja del niño que pasaba por ahí desapareciera para aparecer poco después en algún otro color que el niño hubiera elegido, volviendo a su color original después de que el niño la saborease de nuevo. O que hiciera aparecer el gato que se había escondido tras un coche en el bolso de alguna mujer que pasaba por ahí.
Y toda esa gente que se paraba llamó la atención de cierto propietario de la zona que estaba a punto de arruinarse. Se acercaba casi a diario y observaba en silencio, recordando cuando él era joven e inexperto en el tema de la magia, captando los pobres trucos del joven y sorprendiéndose cuando utilizaba algún truco de su propia cosecha. Un día, tras recibir la notificación del banco de que si no pagaba tendría que darles el local, decidió acercarse al mago callejero cuando recogía sus cosas.
—Tienes un buen juego de manos —La voz áspera del hombre sobresaltó a Marcus, se le acercaban muchos desconocidos con mala fama por el barrio para contratarlo y que él hiciera el trabajo sucio, pero nunca en su puesto de mago, siempre era cuando volvía hacia los suburbios en los que vivía—. ¿Qué tal si hacemos un trato?
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¿Cómo crear un asesino?
General FictionNaces. Creces. Trabajas. Mueres. Un ciclo sencillo que dura de media 80 años, pero ¿Y si alguien acelera el proceso? Naces. Creces. Trabajas. Te matan. Esta es la historia para saber cómo crear a esas personas que aceleran el proceso. ...