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64 días para el fin del verano


No debería estar aquí.

No quiero estar aquí.

Pero tampoco sé a dónde podría ir, ya ningún lugar es seguro para mí y todos lo saben, por eso todos me retienen y controlan a cada segundo, cada movimiento o incluso mis pensamientos, si es que eso es siquiera posible, sé que lo hacen. Y él ya no está para protegerme.

Ya no logro distinguir entre la noche y el día, entre las horas y los segundos. Siento que ya no soy dueña de mí, que soy un simple títere que mueven a su antojo y exprimen el cerebro dejándome a su completa merced.

Tengo frío, pero no logro hacer que mis brazos obedezcan para hacer algo al respecto, igual que no me dejan hacer nada contra la persistente comezón que los vendajes producen en mi pecho. Quisiera rascarme las costras que la cicatrización a causado sobre mi piel con desesperación y ni siquiera eso puedo hacer. Escucho ruido a mi alrededor y siento que hay alguien aquí, movilizándose de un lado a otro en la habitación, o tal vez son varias personas, no tengo idea. Escucho sus voces muy cerca, pero mi cerebro es incapaz de darle lógica a las pocas palabras sueltas que logra comprender. Creo que discuten.

No entenderlos, que actúen como si yo no estuviera en la misma habitación como un vegetal, me desespera y me enfurece en igual medida.

Mi respiración comienza a alterarse y siento un dolor intenso en mi pecho, en las heridas que hace solo unos segundos me picaban con incomodidad ahora me queman como brazas encendidas en mi piel. Escucho un pitido incesante y molesto cada vez más fuerte anteponiéndose ante cualquier otro sonido y acallando las voces. Tengo miedo y no puedo hacer nada para pararlo. Pero temo más por lo que sé que pasará ahora.

Quiero gritarles que no lo hagan y que dejen que el dolor se calme por sí solo, o que simplemente me dejen seguir sufriendo. Quiero gritarles que no me llenen de nuevo de esas drogas que eliminan mi dolor pero que devuelve esa aterradora oscuridad que me hace volver a vivir esa noche una y otra vez.

–¿Por qué dejas que te traten así?

Su voz logra elevarse por encima del ruido hasta que este se ensordece y queda como un ruido estático al fondo de mi mente. La habitación es más brillante, como si de un momento a otro hubiesen encendido un centenar de luces en la pequeña habitación. Mi vista sigue clavada en el blanco techo, pero siento su cálida presencia junto a mí –el peso de su mirada sobre mi–. Mi vista se nubla con lágrimas que resbalan de ellos hasta entrar en mis orejas porque tengo miedo de enfrentarlo, de ver la decepción en sus ojos o incluso algo mucho peor.

–No... no puedo... no... –balbuceo, sintiendo como las palabras se cortan en mi garganta.

–Te quedas ahí sin hacer nada en lugar de mandar a todos al diablo para que te dejen tranquila. ¿No fue eso lo que tú me hiciste hacer? –el reclamo y la indignación en su tono me hace contraerme cuanto puedo queriendo desaparecer.

WHITE QUEEN  | RiverdaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora