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Jimin y él hablaban todo el día por mensajes. Por alguna extraña razón Jimin le adoraba. Y YoonGi era feliz cuando los veía juntos abrazados. Alguna vez se arrepintió de haber conocido a YoonGi por el malentendido que causó, pero dejó esa idea de lado. Se sentía de lo más feliz de haberlos conocido, porque los sentía como sus padres adoptivos.

Sabía que YoonGi le podía prestar dinero, pero no sabía cómo iba a pagarlos, si no tenía cómo. Así que no le pidió nada. Era más que feliz cuando salían a cenar o comer, incluso a desayunar. No tenía que pagar, pues YoonGi se lo impedía. Y más que otra cosa, esas salidas eran una ruta de escape de su realidad.

Era viernes, el fin de semana lo tenía apartado para el jugador de americano. Por alguna extraña razón, que agradecía, habían pospuesto a ese fin su encuentro, así no debía pedir el día en el bar porque justo ese fin no debía trabajar.

Así que disfrutaba de un viernes como ninguno. Solo tuvo una clase temprano y el resto del día era para él. A menos que le llegará algún mensaje.

Después de desayunar algo sencillo en la cafetería; y por sencillo se refería a un capuchino, fue a la biblioteca. Aquel chico, Choi Soobin, no estaba y lo agradecía. Así podía estar solo leyendo lo que más le gustaba. Literatura clásica.

Tomó libros nuevos y algunos de sus favoritos. Pasó toda la mañana recostado en un sillón con un libro en mano y su mente libre de cualquier pensamiento.

Hasta aquel mensaje. Le pedían que estuviera en el pasillo del campo en media hora.

Cerró los ojos y suspiró. Trabajo era trabajo. Debía pagar la cuenta de la luz de la casa y aún no lograba juntar el dinero.

Estaba recargado en la pared cuando el chico llegó. Era alguien alto de buena figura, seguro del equipo de básquetbol. Estaba un poco sudado por lo que supuso venía de entrenamiento.

Puso su cara más linda y le preguntó qué servicio podía ofrecerle. Sexo rápido. Asintió avergonzado como siempre lo hacía para lucirse adorable, y antes que nada le pidió el pago. Vio la hora en el reloj de mano que siempre llevaba y así le permitió continuar.

El chico le acorraló en la pared. No esperó y le bajó el pantalón y su bóxer. Mordió su labio para darle lo que quería, en un instante sintió que le cargaba y rudamente lo penetraba.

Dolía, pero debía fingir que le era placentero. Así que gimió dulce como siempre y le pidió más. Sabía que si lo hacía aquellos chicos llegaban más rápido al orgasmo y él sufría menos.

Desvió la mirada al campo, al inicio del pasillo, por donde habían entrado ambos y ahí le vio pasar.

Choi Soobin. Pasaba por ahí. Usaba una banda blanca con negro en la cabeza y sudaba. Era atractivo, mucho. Llevaba una botella de agua vacía en las manos. Iba a los bebederos, lo sabía.

La mirada pesada le hizo sentir un escalofrío. Soobin lo veía. Veía como alguien lo penetraba sin control, como ese alguien llegaba a su orgasmo, como simplemente lo dejaba ahí de pie con la ropa aún sin acomodar y se iba sin siquiera darle las gracias.

No perdió contacto visual ni cuando el chico con el que había tenido sexo se acercó a Soobin y le saludó como si fueran muy buenos amigos. Entonces comprendió que Soobin venía del entrenamiento de básquetbol.

No quiso verlo más. En su cara notaba el asco que le causaba. Acomodó su ropa y caminó como la diva que le creían hasta ambos chicos.

—Luego nos vemos, sabe que estoy para cuando quiera—

Se despidió con la mano y notó dos cosas, la sonrisa de satisfacción del chico y la cara de asco de Soobin. Solo quiso desaparecer cuando aquel chico contaba lo increíble que era el sexo con él.

Mi preciosa bola de arroz >>> soojun  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora