Capitulo XLV

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"Conozco el modo amistoso y encantador que adopta la Fortuna con todo aquel a quien se propone engañar, para luego proporcionarle un sufrimiento intolerable y abandonarlo en el momento menos esperado... ¿Intentas detener la fuerza de su rueda que gira? ¡Ah! Iluso mortal, si la Fortuna se detiene, ella deja de ser la Fortuna."

Boecio.


Terry Graham era su nombre verdadero.

No se podia decir que se lo había cambiado porque solo había suprimido el real apellido Grandchester, desde que tenia memoria llevarle con el le aseguraba un trato de deferencia sin haber hecho nada para ganarlo, solo nacer en el seno de una familia aristócrata.

Y no era una familia para envidiar, claro que no, desde que era aun muy pequeño, la duquesa de Grandchester se había encargado de aclararle que no era mas que el producto de un escarceo amoroso de su padre.

Su padre...

Ultimamente piensa mucho en el, de todos los problemas que se hubiera ahorrado de haber cumplido con sus responsabilidades como hijo de la nobleza, sabia que su esposa le odiaba, no podia evitar soltar su veneno en su presencia.

Terry representaba el fruto de aquel amor vulgar, de esa aventura fogosa y pasional, plagada de recuerdos agridulces que al duque por poco y le cuesta su propio estatus social.

Richard Grandchester nunca hubiese permitido que Terry fuera actor, mas que una deshonra, para su padre era como abrir una puerta al pasado, una puerta a la que el mismo había puesto cerrojo hace muchos ayeres.

Había sido en un teatro donde le vio por primera vez, lo que pretendía ser solo una tarde de distracción mezclándose entre las clases menos afortunadas, en su aventura por conocer America; lo había llevado hacia ella.

Seria ridiculo decir que lo que había hecho que Richard Grandchester cayera prendado de la señorita Baker había sido por su gran corazón, no, lo de Richard había sido una atracción física muy poderosa hacia una joven de una gran belleza innegable, lo que ellos habían tenido era algo casi primitivo, ya después terminaría cautivado por la extensa lista de sueños de Eleanor Baker, con sus ganas por conquistar el mundo y ese carácter caprichoso de conseguirlo todo a su manera.

Entre la pareja habían existido peleas muy calurosas, desacuerdos que no tenían final y mentiras desde el primer momento.

Pero en un principio cuando los amantes estaban juntos habían sido los mejores, los mas tontos, si, pero no había nada que se comparara con lo que habían tenido, promesas que después se llevaría el viento, aunque después se volvieran dos extraños con recuerdos en común, había alguien que les recordaría todo lo que soñaron cuando Richard era un hombre que renegaba de la nobleza o cuando la joven Eleanor creía haber encontrado ese amor que la llevaría lejos muy lejos, ese hombre que había prometido poner todo a sus pies, que le juraba amarla con locura.

Y la locura era una palabra que no existía en el vocabulario de un Grandchester, en un futuro miembro de la cámara de lores y el sobrino de su majestad.

Pero en America... En America el joven Richard Grandchester de casi treinta años era libre, o al menos era lo que había pensado.

Después que naciera Terry y la pareja se aventurara a vivir en secreto como casi un matrimonio, Eleanor se metió en un corset lo bastante ajustado para regresar a sus formas pasadas y volver a Broadway, mientras Richard recibió una carta que destruyo todos sus castillos en el aire.

Supo que no podia delegar sus responsabilidades por siempre mientras su padre estaba enfermo postrado en una cama, no tenia hermanos varones y la familia perdería el titulo si el no volvía, había sido muy egoísta al pensar solo en su placer y esa felicidad de pequeños momentos de la que disfrutaba muy a menudo.

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora