Capitulo XXXll

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Los periódicos anunciaban la guerra. Candy tenía la mirada fija en las palabras que lo afirmaban pues los detalles ya los había leído, ahora solo tenía el ceño fruncido haciéndolo parecer casi permanente. Era una ignorante en cuanto a muchos temas, incluido ese, no sabía cuánto podría durar una guerra, pero esperaba que culminara aun antes de empezar. Un motivo más para no poder conciliar el sueño.

Había conocido gente buena en Inglaterra y sus amigos estaban ahí, solo esperaba que se encontraran a salvo, incluso incluía a la hermana Grey en sus plegarias. Con disimulo volteo a mirar a Terry que leía su libreto sin mucha atención, pero tan pronto se dio cuenta que ella le observaba, él le devolvió la mirada. Terry había leído el periódico por la mañana, pero no le había dicho nada, hoy donde casualmente ambos descansaban, no era normal que coincidieran en su día de descanso, pero no se quejaban.

Por un momento se preguntó cómo serían las cosas de no estar aquí, juntos en el mismo piso, de no haberse marchado del San Pablo, Candy no dudaba que Terry hubiese contemplado unirse al ejercito solo para molestar a su padre.

El antiguo Terry. El Terry de ahora parecía desinteresado, la pasión en sus ojos por una justicia ajena se había desvanecido.

Le gustaría preguntarle que pensaba, ¿estaría preocupado? Su padre y sus hermanos estaban ahí...

— ¿Estás pensando en tus amigos?

Candy asintió, no sabia como había leído su mente, pero ocurría con frecuencia, Terry dejo el libreto a un lado y observo la frente fruncida de Candy, la problemática de la muchacha lo puso a pensar.

Candy, que últimamente no hacía más que vivir angustiada noche y día, había perdido su personalidad relajada, su espíritu alegre estaba en alguna parte. Podía culparse a sí mismo, podía tratar de hacerla entrar en razón e intentar hacerla volver con los Ardlay, pero al parecer Candy ya había decidido su camino. Si él fuera ella no tardaría ni cinco minutos en empacar sus cosas y esfumarse.

Ahora después de leer el diario se le veía mortificada, no comprendía muy bien lo que podía pasar, pero Candy no era de esas chicas superficiales que había conocido, no señor, Candy tenía un corazón y ya fuera para bien o para mal, pensaba en los demás.

Seguro pensaba en sus amigos. Pero en la mente de Terry no había porque preocuparse.

El elegante y el inventor estarían bien, después de todo eran protegidos por la vieja matriarca que le gruñía a Candy y además eran parte de una familia muy rica.

La gordita y la tímida también tenían familias acomodadas que velaban por el bienestar de sus hijas. Esas personas nunca se exponían. No tenían necesidad, al final si es que las cosas se tornaban feas, a los únicos que esto afectaría seria a las clases más humildes. Era la misma historia repitiéndose todo el tiempo.

Candy no debía preocuparse por los estudiantes del San Pablo, ellos no eran ningunos huérfanos olvidados o hijos que causaran vergüenza a sus padres, hijos bastardos de aventuras que ni ellos mismos querían recordar. Más que preocuparse por ellos, Candy debería hacerlo por sí misma. La guerra estaba muy lejos de ambos, él no se preocupaba por su familia.

Si es que tenía una.

Al menos eso seguía igual en él, y no es que no quisiera a su padre, pues sabía que si las cosas se ponían mal, el duque simplemente saldría del país y se llevaría a la duquesa y sus hijos. No, él no se preocupaba.

No había dejado nada ni a nadie importante en Inglaterra, había traído a Candy consigo.

¿No era así?

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora