Capitulo XVl

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Sumergido bajo el agua de la pequeña bañera el muchacho mantenía los ojos cerrados, todo lo que quería era salir de su cuerpo y no volver a tener conciencia de sí mismo, el agua estaba fría, sí, y sus extremidades entumecidas. Cuando se sentó, su cabello mojado se pegaba a su cuello y parte de su espalda, las yemas de sus dedos lucían arrugadas y sus muslos estaban doloridos y con rasguños.

Le daba asco mirar el hematoma que se había formado cerca de su ingle.

Junto a la bañera había una pequeña mesita donde tenían un poco de loción y jabón; también descansaba un cuchillo de cocina, el único que tenían.

A momentos jugaba con la idea de terminar con todo, consigo mismo, pero el mero pensamiento le daba demasiados problemas y no solo a él, también a Candy, ¿Cómo podría lidiar ella con un suicidio?

¿Qué tal si la culpaban de homicidio cuando el ya no estuviera?

Sería una verdadera cadena de eventos desafortunados.

Culparle a ella mientras el desaparecía en la nada.

Su cuerpo yacería sin vida y su alma, si es que tenía una, volvería errante sin rumbo, probablemente como un fantasma más a uno de los castillos del duque. Cuando era niño podía jurar haber oído voces en los pasadizos secretos del castillo en Escocia. En los cuadros de sus ancestros todos portaban rostros tristes y de lamento, tal vez colgarían su retrato en algún lugar lúgubre y con telarañas donde pasaría al olvido.

Deambularía día y noche pero al menos no tendría que recordar.

Más Terry no creía en fantasmas, así que opto por hacer solo unos leves cortes a su piel magullada. No sabía si reír o llorar por lo que le estaba pasando, porque sentía que estaba a un segundo de la locura, su mente ya no era la misma y cada vez que se miraba al espejo no dejaba de preguntarse ¿Por qué el?

Sus muslos, su cuello, sus muñecas... había pruebas en todo su cuerpo de algo que ni el mismo quería aceptar,  Terry no era capaz de hablar de esto con nadie y como había terminado. Ni siquiera a Candy.

Ni hablar de los cientos de veces que el jabón tallo aquellos lugares donde había sentido su boca, aquellos labios repugnantes que le había tocado cuando más torpe su cuerpo se volvía, el beso que casi le ahogaba, las manos que le recorrían y le tomaban con fuerza para que no pudiera zafarse.

Entonces recordaba el dolor insoportable, su vista haciéndose borrosa por el miedo y el carruaje que le llevaba al fin a casa.

Con  Candy.

El muchacho apretó sus parpados.

Era una pesadilla, tenía que serlo.

Odiaba observar su reflejo, ya no podía verse a sí mismo, a la persona que él creía ser sin sentirse indefenso y estúpido.

Tomo el filo del cuchillo en sus manos, sin poder evitar aplanarlo contra sus dedos, pequeñas gotas de sangre cayeron en el agua, el agua que lo haría sentir más limpio, el agua que al principio le había borrado el mas mínimo rastro de aquel extraño en disfraz de cordero.

Se había lavado tantas veces que ya había perdido la cuenta, desafortunadamente algunas huellas no se iban. 

Lagrimas frescas comenzaron a correr por sus mejillas, sollozos silenciosos, por más que se esforzara jamás podría volver a ser el mismo, sentía un extraño rencor sin fundamento hacia el mundo, vergüenza, enojo consigo mismo, y sabía que todo había sido su culpa.

Si tan solo hubiera corrido más rápido y jamás le hubiera escuchado llamar, si tan solo hubiese tenido más sentido común, si por lo menos hubiese declinado su invitación después de tomar el dinero.

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora