Capitulo XLIX

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Querida Candy,

No soy el Terry que quisieras conocer estos días y a decir verdad no tengo ni la más mínima idea de porque me seguiste hasta América, sin duda debí sonar muy convincente en ese entonces.

A veces creo que solo soy una de esas cosas malas que le pasan a la gente...

El muchacho no extraña personas, no, en estos últimos días lo único que Terry extraña es la bebida. Le encanta cómo le hace sentir y sobre todo le encanta cómo le hace sentir acerca de las cosas, le gusta tomar una copa cuando esta con Karen mientras danzan con la canción de Alexander's Ragtime Band y mueven un poco las piernas, a veces también Charlie los acompaña a algún club y los tres se van de juerga, pero sabe que necesita mucho más que eso. Es muy difícil para él estar realmente feliz. Algunas noches cuando está solo en su piso le dan ganas de saltar por la ventana o entrar en la bañera, sumergirse y...

Pero no lo hace.

Y cuando eso no sucede se deprime, después se fuma un cigarro y se promete no volver a pensar de esa manera, pero cada noche es lo mismo.

Cada día está más intranquilo, Peter Tilby le ha sugerido otro tipo de sustancias, algo más fuertes y de uso médico, pero Terry ya tiene demasiados problemas como para querer más.

Sin rendirse, Tilby, le cuenta también de esos lugares: de los fumaderos de opio en Chinatown donde gente de todos los estratos socio económicos acude sin poder resistirse porque al igual que él, sus problemas les abruman tanto que ya nada les ayuda a evadir más su realidad que dicho narcótico.

Terry frunce el entrecejo y declina la propuesta, si buscara arruinarse lentamente esa sería una buena forma, pero Terry ya ha estado arruinándose involuntariamente desde hace ya bastante tiempo y sabe que no va a ser por el opio.

Cuando cae la tarde el muchacho va directamente a su departamento, su muy humilde piso es apenas lo que había soñado cuando llegara a América, en esta época del año la humedad es lo peor, aunque después de pensar en todo lo ocurrido no puede más que mofarse de sí mismo, cuando se es joven se es muy iluso, sus condiciones precarias palidecen contra todo lo que le ha acontecido en los últimos tiempos, al final un viejo zorro tiene todas las de ganar contra un muchacho altanero. El debería saberlo mejor que nadie.

Automáticamente mete sus manos en los bolsillos de su abrigo, el viento ha comenzado a arreciar, justo comienza a acercarse a su edificio y ve una silueta femenina en la lejanía, el viento ondea la falda de su vestido y si no se cuida le volara también el sombrero, la silueta algo difusa es alta, rubia y esta parada junto a la puerta principal del edificio donde él vive. Y la única manera de entrar es por dicha puerta.

Es eso o rodear la parte de atrás y subir por la escalera contra incendios.

Terry quiere volver sobre sus pasos para no tener que verle nunca, Eleanor es la última persona a la que desearía ver, no, corrección, a la última persona que desearía ver ya la ve todos los días, y desde entonces Terry ha tratado de hacerse crecer una piel más gruesa y un alma más fuerte, una memoria olvidadiza y se ha guardado todos los gestos y gesticulaciones para su trabajo: en el teatro.

Pero cuando se para frente a Eleanor, su madre le mira avergonzada y Terry no tiene la saña de exigirle que se marche. Se dice así mismo que si puede con Oliver también puede con Eleanor. No puede decir que verle es una sorpresa por que ya muy pocas cosas le sorprenden. Por otro lado, ya le ha visto más que suficiente, bueno, solo le ha escuchado gemir aquella noche afuera de la oficina de Robert, pero si eso no es demasiado entonces Terry no sabe que lo es.

No necesita más Eleanor Baker en su vida.

Lo más sano para ambos seria olvidarse de su mutua existencia, porqué una relación como la que comparten está destinada a mucha desdicha, Terry es conciente que aún es un crío y que en sus circunstancias actuales solo tiene palabras hirientes para su progenitora mientras le bulle la sangre, lo más sensato sería ignorarle...

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora