Capitulo XXlX

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De camino a casa Terry se detuvo a comprar flores para Candy, rosas blancas, muy parecidas a las dulces Candy que ella le describió alguna vez, no es que quiera competir contra Anthony, un muerto, solo piensa que tal vez esa flor es su favorita y él no sabe mucho de plantas más de lo que sabe sobre vestidos.

Después de todo, son los detalles los que han terminado por separarlos más, le entristece ver lo que ha hecho de ella y de su propia persona... Pero la compañía Stratford le ha dado una oportunidad que a este paso ya no creía poder tener, después de las cosas por las que ha pasado y llegar al borde de querer terminar con su vida,  lo única razón que lo ha detenido es Candy.

Por otro lado, la vergüenza le ha hecho cerrarse aún más, eso y el miedo a que Candy le rechace y lo mire con asco, que le desprecie como cualquier otra gente lo haría al enterarse de que es como la mercancía dañada. Que le sucedió algo la noche que casi no vuelve a casa y que el cambio es irreversible.

Se siente tan culpable, un chico como el, tan despierto en su entorno, cual sea que este fuera, se había dejado engañar de la forma más tonta y vil, había ignorado la mirada turbia en sus ojos dejándose llevar por una amabilidad falsa. El joven que estudiaba el comportamiento del resto de cuando en cuando en los bailes de la nobleza y las callejuelas de Londres, siempre había sido un chico arriesgado e impulsivo, pero jamás un tonto, debió haberlo previsto.

Todos buscan algo de los demás...

No había ayuda desinteresada en el mundo, todos esperaban algo a cambio. La vida afuera del castillo del duque no era tan fácil como pensaría en un principio, había menospreciado lo que se le había dado, no solo lo material sino la protección que se le daba, ser hijo de un duque te hacia alguien importante aunque sin mérito alguno, era una vida cómoda y sin preocupaciones con la que muchos solo soñaban, tal vez la nobleza se rigiera con un protocolo estricto que lo exasperaba, pero era todo lo que conocía.

Por el momento tenía que tener algún sentido lo que había hecho, no era un cobarde y no se dejaría amedrentar más. Si no lo hacía por el al menos si por Candy, su Candy, la primera vez que la vio no le había parecido más que una chiquilla inoportuna e irritante con un rostro bonito.

Las siguientes veces que se cruzó en su camino, por coincidencia o llámese destino le fue prácticamente imposible ignorarla. Algo tenía Candy Ardlay en el carácter que lo volvía adicto, su entereza ante las dificultades y su naturaleza amigable le conmovían, su toque le reconfortaba, era una chica muy especial.

Y no está bien pero si algún día ella decidiera marcharse como teme que lo haga, la vida dejaría de tener sentido.

Ahora bien, los sueños que lo perturban siguen ahí cada noche, a veces son tan reales que despierta con temor a que ese individuo este en la habitación mirándolo, temor a escuchar su voz en su oído de cuanto le adora sin siquiera conocerle, de sentir las yemas de sus dedos recorrer su quijada y el inmóvil.

Es un estúpido.

Quisiera contarle a Candy y echarse a llorar como un niño, pero es un hombre ahora, así que solo le queda seguir con su vida y reprimir lo que le atormenta, ha enterrado ese recuerdo en lo más profundo de su ser pero su mente es como el agua de una piscina donde nada se hunde sino que flota.

Aunque el joven no es tonto y sabe que la está perdiendo y no hay manera de impedir esto, cada día que pasa es más evidente que el anterior, lo puede notar en sus gestos, en su forma de hablar, ya no le mira como antes.

Cuando abre la puerta le encuentra picando verduras usando un delantal que ha hecho con un vestido viejo.

— ¡Terry! — le llamo la chica quitando el flequillo de su rostro y con precaución en su tono se anima a preguntar. — ¿Cómo te ha ido?

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora