Capitulo lV

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Cuando llegaron al puerto Terry compro dos boletos hacia América, el hombre de la taquilla miro curioso a los jóvenes, ambos con círculos negros alrededor de sus ojos y tanto el joven como la chica distaban mucho de parecerse físicamente para asumir algún parentesco. Probablemente se habían escapado de sus familias alentados por las hormonas de la juventud pero eso a él le importaba un comino, era tan temprano que solo deseaba estar acostado.

-Aqui están sus boletos.- dijo extendiendo los billetes mientras el chico los tomaba.

-Gracias, amable caballero- el joven esbozo una encantadora sonrisa y se retiró mientras ponía un brazo alrededor de los hombros de la muchacha- ¿Viste que fácil fue?¿no te lo dije?

-No lo sé Terry- comento Candy sintiéndose nerviosa de su cercanía y de la situación en general-¿Qué tal si nos descubren? ¿Qué tal si hay algún conocido a bordo y nos reconocen?- la rubia volteo hacia el vendedor asegurándose de que no los estuviera mirando con sospecha y efectivamente no lo hacía.

La gente que pasaba a su lado parecía tener sus propias vidas, junto con sus propios problemas.

-No tientes a la suerte Candy, además, dudo mucho que algún conocido haya comprado billetes en la tercera clase.-se mofo el chico guardando los boletos en su abrigo donde no pudieran caérsele.

Lo cierto es que ambos morían de cansancio, no se habían detenido por temor a que ya estuvieran siendo buscados como dos fugitivos de la prisión, sus ojos se cerraban a momentos y en cuanto ese barco partiera de Southampton solo en ese entonces podrían descansar todo lo que quisieran, por suerte habían podido cambiarse antes el uniforme y ahora se mezclaban entre los civiles sin sospechas, esperando solo la llamada para subir al barco, nadie nunca sospecharía que eran dos alumnos del Real Colegio San Pablo donde solo entraban los hijos de la sociedad más selecta, o que el hijo de un duque se estaba por escapar con una chica de orígenes dudosos.

-Y aquí se terminan mis oportunidades para ser una dama..- chillo la muchacha un poco triste sin darse cuenta que lo había dicho en voz alta.

-Candy. Tú nunca podrías ser una dama.- afirmo el joven bastante atento a ella.

La rubia enarco una ceja y le miro herida- ¿y por qué no? ¿Por qué soy una chica del hogar de poni?, ahora todos creerán que Elisa tenía razón.

-No. "una dama" es una mujer muy aburrida y tú eres todo lo contrario.- el joven le sonrió y Candy creyó que bien y el pasar tantas horas con Terry Grandchester lo volvía más encantador.- Y no creo que a nadie le importe mucho lo que Elisa piense, solo es una chica tonta que quiere llamar la atención.

Corría el riesgo de volverse adicta a él.

-En ese caso creo que no quiero ser una dama- dijo ella inocentemente.- No me gustaría ser aburrida...

-Así se habla. - Después el tomo su pequeña mano entre las suyas y esperaron, ninguno de los dos lo admitiría pero dentro de cada uno había una emoción escondida que se debía a la compañía del otro.

Cuando subieron al barco Terry cargo las valijas y Candy lo tomo del brazo, había tanta gente subiendo también que no quería perderse, después él le hablo al oído- apuesto a que siempre quisiste hacer eso...

Ella le miro confundida por un momento mientras caminaban a su humilde camarote- ¿hacer qué?

El sonrío aún más- no te preocupes Candy, este brazo siempre será para ti.

La pequeña rubia enrojeció furiosamente y le soltó como si quemara mientras el soltaba una carcajada.

Después Candy lo miro con media sonrisa mientras el aún seguía riendo divertido, aún tenía miedo de lo que estaban haciendo, Candy no había mentido cuando había dicho que le hubiese gustado ser una dama, ahora que no solo había quemado todas sus oportunidades además de nunca conocer al tío abuelo William.

Tal vez había algo más para ella, cuando el dejo de reír se preguntó si también tenía miedo.

Probablemente sí.

Ambos se recargaron un momento sobre la barandilla y miraron a tierra firme, mucha gente se había quedado en el puerto y decían adiós a sus seres queridos en el barco, mientras ellos no tenían de quien despedirse, no es que importara.

La brisa saco algunos de los risos rubios de la pañoleta purpura que Candy llevaba muy cuidadosamente, Terry se acercó para ayudarla sin decir nada y después cada quien sonrío para si mismo.

Ahí estaban los dos jóvenes que para esa mañana estaban ya en la boca de todos los alumnos, padres de familia y religiosas.

La pareja de alumnos más escandalosa e inmoral que el Real Colegio San Pablo había tenido.

Si fuéramos mayoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora