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Esta noche, Arwen no podía dormir. Lo reconocía: temía mucho a las tormentas y cada vez que estallaba un trueno o un relámpago, escondía su cabeza bajo las sábanas y encogía el cuerpo para sentirse protegida. Esa noche deseaba que el diluvio parara. Escuchó un ruido de dentro de la habitación. Levantó la sábana con discreción al darse cuenta de que un rincón del colchón de su cama estaba hundido. Esperaba que no fuera un espíritu.
—¿De qué tienes miedo, pitya elen? —mencionó Galadriel de forma dulce, sentada al borde de su lecho.
—De la tormenta... —respondió, descubriéndose la cabeza para contemplarla mejor.
—La tempestad se halla fuera de este cuarto. No puede hacerte daño, Arwen.
—Nana dice que las tormentas resuenan cuando sucede algo malo. ¿Me va a pasar algo, abuela?
—No —contestó con calidez mientras acariciaba las pálidas mejillas de su nieta.
—¿Cómo lo sabes...?
Galadriel acomodó a Arwen en su regazo y se entretuvo con su melena oscura.
—Porque unos nacen con estrella y otros nacen estrellados.
—¿Y eso qué quiere decir? —cuestionó, relajada por los mimos de la susodicha.
—Significa que eres una niña muy afortunada a la que no le ocurrirá nada malo.
—¿Y por qué soy afortunada?
—Porque la suerte afloró contigo, pequeña. Y mientras mi luz esté contigo, estarás a salvo de todo mal que intente dañarte.
—¿Cómo lo sabes, abuela? —preguntó de nuevo, volteándose hacia la Dama Blanca.
—Porque yo lo sé todo —Le depositó un último beso en la frente y acostó su nieta de nuevo. La cubrió con la sábana y abandonó el cuarto con sigilo—. Oltho vae, Arwen.
Cuando la niña volvió a dormirse, la elfa se retiró de los aposentos y cerró la puerta con cuidado. Se lamentó en silencio, mohína por los acontecimientos que aún estaban por llegar. Era cierto. Arwen iba a ser una mujer muy suertuda con una vida maravillosa, pero, su madre, Celebrían, no iba a detentar el mismo destino. Hay quiénes vienen al mundo para ser cazadores y otros para ser cazados y mientras que Arwen iba a resplandecer y a dejar huella, Celebrían se convertiría en el festín de las fieras más temibles de Endor. Galadriel lo vio antes de que su hija llegara al mundo y lo peor del asunto es que por mucho que tuviera la oportunidad de cambiar el rumbo de su desdichado final, la Dama Blanca estaba dispuesta a permitir que en unos años, su hija emprendiera este viaje que la conduciría a una situación violenta y traumática con tal de no alterar el hado de Endor. Una vida arruinada a cambio de otras que aún podían salvarse.
—Naneth, ¿qué ocurre? —preguntó Celebrían cuando encontró a su madre frente al cuarto de su hija, paralizada.
La Hechicera del Bosque de Oro levantó la mirada y le dedicó una expresión disfrazada de afabilidad y reposo.
—Nada, mi niña. Es Arwen, que le asustan las tormentas.
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𝐂𝐀𝐍𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐃𝐄 𝐋𝐋𝐀𝐍𝐓𝐎𝐒 𝐑𝐎𝐉𝐎𝐒 ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
VIII ARWEN, LA NIÑA A LA QUE LE ASUSTABAN LAS PREDICCIONES
Dulces sueños, pequeña estrella Dame la mano, siente mi fulgor Abre los ojos, princesa La tormenta no mata, solo es tu pavor
Duerme, pequeña estrella Eres buena y vivirás un largo tiempo Procura abrazar la bondad y escuchar atentamente el silencio
Si supieras la verdad, pequeña estrella, quisieras que dejara de llover Solo recuéstate, princesa, lo que está por venir aún debe suceder
Naciste para brillar, pequeña estrella El futuro nos inquieta, lo sé, pero mientras el pasado aún dure no olvides a la mujer que te ama
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▔▔▔ VIII ARWEN, JENTA SOM FRYKTET SPÅDOMMER
Søte drømmer, liten stjerne Gi meg hånden din, føl gløden min Åpne øynene prinsesse Stormen dreper ikke, det er bare frykten din
Sov, liten stjerne Du er god, og du vil leve lenge Prøv å omfavne godhet og lytt nøye til stillheten
Hvis du visste sannheten, liten stjerne du skulle ønske det ville slutte å regne Bare legg deg tilbake, prinsesse, det som kommer skal ennå ikke skje
Du ble født for å skinne, liten stjerne Fremtiden bekymrer oss, vet jeg men mens fortiden fortsatt varer ikke glem kvinnen som elsker deg
