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—¿Cuántos orcos hemos aniquilado hoy? —cuestionó la nieta del Rey Bajo la Montaña mientras limpiaba la sangre de su hacha con un trapo sucio.
—Trece en el Río Rápido y veintidós en la entrada de la Ciudad del Valle, thanu men —respondió un soldado enano.
—Treinta y cinco, nada mal —presumió la enana con un tono seco—. Cada día es más fácil matarlos. Esos cabrones ya no osan venir tanto por nuestras tierras. ¡Y más les vale; nadie se escapa de mi baruk!
Justo cuando los soldados de Dís se dispusieron a regresar a la Montaña Solitaria, la mujer se detuvo al escuchar unos gañidos que provenían desde lejos. Con un oído más agudo que el de un perro, siguió el sonido a paso rápido hasta hallar esos mugidos que la estaban violentando. Por su propia sorpresa, de entre todos los cadáveres que dejó por el camino, había un niño arrodillado que hipaba. Un crío de la raza de los orcos.
El pequeño orco plañía por sus padres, que lo trajeron a conquistar estas tierras a la fuerza y ahora estaban muertos. Tenía mucho miedo y solo deseaba regresar a casa. Al ver a la mujer enana y los demás acercarse, el orco bramó con rabia y se apartó de ellos para protegerse, con temor a que lo dañaran. Para él, el enemigo era esa enana, y no su familia, que solo vino a cumplir las órdenes de un desconocido. Dís estiró la mano para indicarle paz y depositó lentamente el hacha contra el suelo mientras se agachaba.
Sin decir nada, se mantuvo dónde estaba. Tiró todas sus armas lejos de ella para que el tembloroso niño le tuviera confianza. El orco, al verla desprotegida y en son de paz, se tranquilizó. La enana sonrió con calidez, dispuesta a consolarlo. Poco a poco, el niño gateó entre los cuerpos hasta llegar a sus brazos en busca de protección. La abrazó. Dís correspondió al abrazo y cuando el orco se sintió más tranquilo, sacó una daga de su bota y se le clavó en la nuca. Lo rajó del cuello hasta el cráneo y trazó un profundo corte que llegó hasta su frente. El orco, que milagrosamente aún se movía desangrado, fue apuñalado repetidas veces por ella hasta que el asesinato tuvo éxito.
—Ahora son treinta y seis —corrigió Dís, recogiendo sus armas una vez su labor fue terminada.
Empapada de sangre y sucia de barro, sin remordimiento alguno por haber ejecutado a un niño a sangre fría, llegó al palacio con los demás y esbozó una larga sonrisa. Tras haber acabado con estos pérfidos seres, le entraron unas ganas tremendas de celebrarlo, como hacía cada día. Llegó al salón del trono y arrojó la sanguinolenta armadura por el suelo, agarró una jarra de cerveza y dio dos atronadoras palmadas contra la mesa. Una vez captó la atención de todos los enanos, arrancó una carcajada y gritó con orgullo y entusiasmo:
—¡Goraz!
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La hiena de Erebor es tan vil como un criminal Lucha por su pueblo para combatir cualquier mal Su barba es larga gracias a sus victorias, pero algunos dicen que debería estar cortada
La hiena de Erebor es justa e imparcial Le gusta ver la sangre de incluso aquellos que no quisieron pelear Feliz celebra su triunfo sin arrepentirse de no haber tenido piedad
...
▔▔▔ XXIV "¡GORAZ!", ROPTE DÍS
Erebor's hyena er like sjofel som en kriminell Kjemp for at folket hennes skal bekjempe ondskap Skjegget hans er langt takket være seirene, men noen sier at det skal kuttes
Erebor-hyenen er rettferdig og upartisk Hun liker å se blodet til og med de som ikke ønsket å kjempe Happy feirer triumfen uten å angre på at du ikke hadde hatt nåde
