Capítulo 22

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NADIA: Bueno, sea cual sea el régimen que sigues, quiero que mi Gary lo empiece cuanto antes.

ANAJU: No estoy a régimen, Nadia.

NADIA: Pero pareces enferma o que andes mal de salud; así es como quiero ver a mi Gary. Poco atractivo, flaco como un palillo, agotado.

ANAJU: Gracias.

NADIA: Sólo quiero ayudar, Anaju. Dime qué está pasando.

ANAJU: No puedes hacer nada para ayudar; Alfred y yo tenemos que resolver esto solos. Bueno, Alfred, yo y Ursula, la maravillosa consejera matrimonial. Nos hemos convertido en un equipo tan fantástico que se me saltan las lágrimas.

NADIA: Cuánto me alegro por los tres. ¿Cómo es la maravillosa y eficacísima Ursula?

ANAJU: Maravillosa y eficacísima. Ayer me dijo que tengo problemas para expresar mis sentimientos.

NADIA: ¿Y?

ANAJU: Y le dije que estaba enfadada y que se fuera a la mierda.

NADIA: Bien expresado. ¿Qué dijo Alfred sobre eso?

ANAJU: No te lo pierdas. Fue de premio. Mi marido, con su asombrosa intuición, piensa que tengo «problemas para comunicarme con Ursula y para comprenderla».

NADIA: No me digas.

ANAJU: Lo que oyes, así que propuse que Ursula y yo fuésemos a ver a un consejero para mejorar nuestras dotes de comunicación mientras Alfred y yo sigamos yendo a su consulta.

NADIA: ¿Y qué dijo entonces Alfred?

ANAJU: Bueno, el portazo que di al salir del coche no me dejó oírlo muy bien. Aunque no creo que fuera muy positivo. Se desgañitaba y abría las ventanas de la nariz. También estoy pensando en comprar una cama más grande para hacerle un sitio a Ursula. Aunque puede que ya lo sepa absolutamente todo sobre nosotros. A lo mejor podría contar cuántos pedos me tiro durante la noche o algo por el estilo.

NADIA: ¿Tan chungo es realmente?

ANAJU: Es que no veo que esas sesiones nos sirvan de nada. Ursula nos obliga a comentar todas las pequeñas cosas que nos molestan del otro y con eso sólo consigue que discutamos más. El día que observa que nos llevamos algo bien, prácticamente la veo sufrir por el alquiler del mes que viene. La semana pasada discutimos durante una hora entera sobre lo mucho que me molesta que Alfred se deje esa marca de leche en forma de bigote a propósito para hacerme reír y que, cuando no me río, me siga por toda la casa dándome golpecitos en el hombro para que me fije en el asqueroso resto de leche, y que no pare hasta que me río.

Ayer discutimos sobre cuánto me molesta que tuerza los labios cuando digo algo mal. Si digo que el cielo es amarillo, su labio superior empieza a torcerse de aquella manera tan rara, como lo torcía Elvis. Me saca de quicio que no pueda dejar de hacerlo. Necesita demostrarme de una forma u otra que he captado mal alguna información «vital». ¡No, no, la hierba no es rosa! ¡Vaya! ¡Cuánto cambia nuestra vida una frase como ésa!

Love, AnajusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora