Capítulo 40

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Hola, mamá:

Invierno otra vez. Da miedo que los meses pasen tan deprisa. Se convierten en años sin que ni siquiera me dé cuenta. Emma es como mi calendario: la veo crecer y cambiar. Se está haciendo mayor tan deprisa, aprendiendo a tener opiniones propias, aprendiendo que no tengo respuesta para todo. Y en cuanto tus hijos comienzan a entender eso, sabes que tienes un problema.

Sigo en mi viaje, mamá, sigo atrapada en ese estadio intermedio de la vida en el que acabo de llegar de alguna parte que he dejado bien atrás y me abro camino hacia algo nuevo. Supongo que lo que intento decir es que aún no tengo las ideas en orden. Todavía. Quiero decir que tú y papá no habéis hecho más que viajar durante el año pasado, no habéis estado en un mismo país más de unas semanas, pero aun así ambos sabéis mejor que yo dónde estáis, y eso que yo no me he movido en todo el año. Los dos sabéis dónde queréis estar. Me figuro que es porque os tenéis el uno al otro y allí donde esté papá tú te sientes en casa.

He aprendido que el hogar no es un sitio, es un sentimiento. Puedo hacer que el piso se vea tan lindo como pueda, embellecer los alféizares de las ventanas con tantas jardineras como quiera, colocar un felpudo de bienvenida delante de la puerta, colgar un cartel de «Hogar, dulce hogar» encima de la chimenea e incluso ponerme el delantal y hornear galletas, pero lo cierto es que no quiero quedarme aquí para siempre.

Tengo que organizarme la vida para cuando Emma se vaya. Necesito hacerlo porque no creo que ningún Príncipe Azul venga a rescatarme. Los cuentos de hadas son historietas maléficas para los niños pequeños. Cada vez que estoy hecha un lío espero que un hombre de pelo largo y finos modales llegue trotando a mi vida (a caballo, por supuesto, no trotando él literalmente). Luego me doy cuenta de que no quiero que un hombre llegue trotando a mi vida porque, para empezar, los hombres son quienes me han metido en este puñetero lío.

Ahora soy como el entrenador de Emma y debo prepararla para el gran combate que es la vida adulta. Ella casi nunca piensa en su vida sin mí. Por descontado, sigue soñando con viajar por el mundo haciendo de DJ para ganarse la vida sin mí, pero aún no ha captado el significado de ese «sin mí». Y así debe ser, sólo tiene catorce años. Sea como fuere, todavía no tiene edad de tomar según qué decisiones y yo me he opuesto en redondo a la idea de que abandone sus estudios.

Aunque últimamente gracias a John, su flamante novio, no he tenido que obligarla a levantarse de la cama por la mañana. Se han vuelto inseparables. Todos los viernes van a las fiestas que monta el club de la GAA que hay cerca de su casa. John es un verdadero entusiasta de la GAA y juega a hurling en el equipo junior del Barcelona. De hecho, este domingo vamos a ir todos juntos al Barcelona contra el Tipperary, ¡qué emoción! Total, que para mí resulta un poco peliagudo porque como no conduzco, a veces recurro a Nadia para que haga de chofer. Ella lo llama Driving Ms. Lazy. La madre de John es una señora muy agradable y algunas semanas tiene la amabilidad de recoger a Emma y acompañarla a casa.

Apenas he tenido noticias de Javier últimamente, pero vi a su madre en la escuela cuando acompañaba a su hijo pequeño y me dijo que se comportaba más o menos como Emma con su nueva novia, Mónica.

Yo nunca tuve una cita a los catorce años. La juventud actual está creciendo muy aprisa... (¡Qué vieja me siento diciendo esto!) Vale, vale, mamá, te oigo bufar desde aquí. Es verdad que me quedé embarazada a los dieciocho sin tener trabajo, formación, ni hombre, y por poco te provoco una crisis nerviosa, pero en algunos países del mundo a esa edad se es mayor, así que deberías dar gracias a tu buena estrella de que no empezara incluso antes.

En cuanto a mi palacio en el North Strand, ya puestos podríamos prescindir de los cristales de las ventanas con el viento que dejan pasar. Esta noche hace mucho frío y viento, y la lluvia acribilla las ventanas. La farola de enfrente da de lleno en el piso. Si pudiéramos correrla un poquito a la derecha molestaría a Rupert y no a nosotras. Aunque así ahorro dinero en electricidad. Estoy por asomarme a ver si Gene Kelly está bailando con el paraguas. ¿Por qué será que las películas hacen que todo, hasta la lluvia, parezca divertido?

Love, AnajusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora