Capítulo 42

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Querido Hugo:

Los ataúdes no pueden tener más de 76 cm. de anchura; pueden estar hechos de aglomerado con enchapados y plásticos homologados para cremación. ¿Lo sabías? Sólo se autoriza el uso de un número limitado de tornillos ferrosos y por eso se refuerzan con abrazaderas de madera, que sólo pueden colocarse en el interior del ataúd.

El ataúd tiene que llevar el nombre completo del fallecido en la tapa. Supongo que la idea es evitar confusiones. Lo que realmente hubiese preferido seguir ignorando es que el ataúd debe forrarse con una sustancia llamada «Cremfilm», o usar tela absorbente o relleno de algodón porque según parece los cadáveres a veces pierden fluidos.

No sabía nada de esto.

Y luego los formularios. Montones de formularios. Los formularios A, B, C, F y todos los formularios médicos. Nadie mencionó los formularios D y E. No sabía que se necesitaran tantas pruebas para demostrar que estás muerto. Pensaba que el hecho de dejar de vivir y respirar era prueba suficiente. Pero según parece no es así.

Supongo que es como irse a vivir a otro país. Papá tuvo que arreglar sus papeles, vestirse de punta en blanco, contratar los medios de transporte para irse a su destino final, dondequiera que esté. Ay, cuánto le habría gustado a mamá hacer este viaje con él, pero sabe que no puede.

En el funeral no paraba de decir a todo el mundo: «Simplemente no se despertó. Le llamé una y otra vez pero no se despertó». No ha dejado de temblar desde que ocurrió y parece que haya envejecido veinte años de golpe. Sin embargo, se la ve más joven. Como una niña perdida que mira a su alrededor sin saber adónde ir, como si de repente estuviera en un sitio nuevo y no supiera hacia dónde tirar.

Supongo que lo está. Supongo que todos lo estamos.

Es la primera vez que estoy aquí. Tengo treinta y cinco años y hasta ahora nunca había perdido a nadie próximo a mí. He asistido a diez funerales en mi vida, pero todos eran de parientes lejanos, amigos de amigos y parientes de amigos cuya desaparición no ha afectado para nada a mi vida.

Pero ¿que se vaya papá? Dios, eso sí que me afecta.

Sólo tenía sesenta y cinco años. No era ni mucho menos viejo. Y gozaba de buena salud. ¿Qué hace que un hombre saludable de sesenta y cinco años se duerma y no vuelva a despertar? Sólo logro consolarme pensando que vio algo tan hermoso que no tuvo más remedio que marcharse. Es la clase de cosa que haría mi padre.

Hay algo tremendamente desconcertante en lo de ver a tus padres disgustados. Supongo que es porque se supone que ellos tienen que ser los fuertes, pero no es sólo eso. Las personas, cuando son niños, usan a sus padres como una especie de rasero para saber lo grave que es una situación determinada. Cuando te caes al suelo, te das un buen golpe y no sabes si te duele o no, miras a tus padres. Si los ves preocupados y corren hacia ti, lloras. Si ríen y patean el suelo diciendo: «suelo malo», te pones de pie enseguida como si tal cosa.

Cuando descubres que estás embarazada y estás tan aturdida que no sabes lo que sientes, observas sus reacciones. Cuando tanto tu padre como tu madre te abrazan y te dicen que todo irá bien y que cuentas con su apoyo, sabes que no es el fin del mundo. Pero según con qué padres, podría haber faltado muy poco para que lo fuera.

Los padres son los barómetros de las emociones para los niños y eso tiene un efecto dominó. No había visto llorar tanto a mi madre en toda mi vida, cosa que me asustó y me hizo llorar, lo cual asustó a Emma y la hizo llorar. Lloramos las tres juntas.

En cuanto a papá, se suponía que iba a vivir para siempre. Era quien podía abrir la tapa de todos los tarros, quien arreglaba todo lo que se había roto, se suponía que lo haría para siempre. El hombre que dejaba que me subiera a sus hombros, que me encaramara a su espalda, que me perseguía haciendo ruidos de monstruo, que me lanzaba al aire y me recogía al vuelo, que me hacía girar hasta que me mareaba y acababa en el suelo muerta de risa.

Love, AnajusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora