Capítulo 26

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Querido Hugo:

No sabes lo contenta que me puse cuando por fin conseguí dar carpetazo al horripilante día de ayer. «Sólo es un trabajo», dijo Alfred. Bueno, pues si un trabajo es tan poco importante, ¿por qué se niega tan categóricamente a dejar el suyo? Pero es que no es sólo un trabajo. Me han propuesto un ascenso, y al hacerlo me han dado confianza y un poco de fe en mí misma. Fe para creer que mis esfuerzos se veían recompensados y que me consideraban competente y espabilada.

Pero esta vez ni siquiera tuve ocasión de fastidiarla yo misma. Esa decisión la tomaron por mí. Emma no está dispuesta a separarse de Javier y no acabo de odiar a Alfred lo suficiente como para largarme sola a Cádiz hecha una furia. Aunque me falta el canto de un duro. ¡Dios, ese hombre hace que me hierva la sangre! Para él todo es siempre blanco o negro.

Según su opinión, él aquí tiene un trabajo fantástico con un buen sueldo y yo tengo un buen trabajo con un sueldo correcto. ¿Por qué diablos iba a querer mudarse a una ciudad donde su mujer tendrá un trabajo de fábula y ganará un montón de dinero? Ay, claro, se me olvidaba, en Cádiz no hay ni un banco, de modo que es imposible que encuentre trabajo o le trasladen. Allí todo el mundo guarda el dinero en cajas de zapatos debajo de la cama.

Además, todo (bueno, muchas cosas, como las casas para empezar) es más barato allí que aquí. Emma podría comenzar el primer curso de la secundaria en un colegio tan bueno como cualquiera, o sea que tampoco tendría que cambiar de centro en pleno curso. Todo saldría redondo.

Por otra parte, debo reconocer que su amistad con Javier probablemente es lo más importante para ella. Javier es uno de sus principales apoyos, la hace feliz y le conserva la inocencia en la mirada. Los niños necesitan amigos íntimos que los ayuden a crecer, a descubrir cosas sobre sí mismos y sobre la vida. También necesitan amigos íntimos para conservar la cordura y, tras la intentona de huida que ha protagonizado Emma, ahora comprendo que sin Javier, al menos en esta etapa de la vida, se volvería loca de remate.

¿Te das cuenta de que realmente habían reservado billetes por internet con la tarjeta de crédito de Alfred para ir a verte? ¡Estaban en la cola de facturación cuando los agentes de policía los encontraron en el aeropuerto! Una pareja de luna de miel en miniatura. Algún día lo recordaré y me echaré a reír. Cuando me haya recobrado del susto, el horror, la amargura y el resentimiento. Probablemente en mi próxima vida.

O sea que no puedo aceptar el trabajo de mis sueños porque mi familia no está dispuesta a mudarse conmigo. Claro, es que no hago lo imposible por ellos. Ni me organizo la vida como si ellos fueran el centro del mundo. Ni llego a casa cansada de trabajar y les pongo la cena en la mesa, ni desempeño a las mil maravillas las tareas conyugales como si no hubiera un millón de cosas que preferiría hacer. Ni defiendo sin tregua a mi hija en el colegio discutiendo con los maestros cada dos por tres para convencerlos de que no es la hija del demonio. Ni aguanto que la madre de Alfred venga a comer cada domingo y escucho sus quejas sobre lo mal que cocino, sobre mi pelo, sobre mi forma de vestir y sobre la manera en que he decidido educar a Emma para luego pasarnos horas sentadas delante de la tele viendo reposiciones de sus seriales favoritos. Ni me toca siempre a mí tomarme el día libre en el trabajo cuando Emma está enferma o renunciar a los planes que tenga para echar una mano a quien convenga.

Claro, es que no hago ninguna de estas cosas.

Aunque, ¿qué más da? Recibo una tostada quemada y un té con demasiada leche una vez al año el día de la Madre en señal de agradecimiento. Y con eso debería bastarme, ¿no? Alfred siempre me dice que voy persiguiendo un arco iris. Tal vez haya llegado la hora de dejar de hacerlo.

Besos,

Anajus

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