Distorsión y adicción

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Todo comienza con sueños borrosos de esos que surgen tras una siesta más larga de lo normal, en el que los minutos sobrantes se convirtieron en imágenes y al abrir los ojos y lo ves todo difuminado.

La primera vez sientes que es algo normal, sólo un sueño "raro", y la segunda, y la tercera, pero entonces llegas al punto en el que esos sueños cada día son más realistas, al abrir los ojos lo ves todo con claridad, el sueño se hace realidad, o eso crees, pero ¿lo es?, ya no lo tienes claro.

La ligera línea que separan los sueños de la vida se ha distorsionado, ya no sabes que es real y que no, todas las imágenes se ven en el mismo color.

¿Son recuerdos?¿Sólo sueños?

En este nuevo mundo los sueños les comen espacio a los recuerdos, cosas tan simples como que comiste ayer se te olvidan, se te olvida con quién estuviste e incluso conversaciones enteras, en ese vació mental que aumenta por minutos lo único que reina es el silencio. Cada vez que intentas forzarte a recordar te encuentras un muro frente a ti, y luchas con uñas y dientes contra él, intentas escalarlo, intentas destruirlo, pero tus esfuerzos son inútiles, al final el muro siempre gana y parece que se ríe de ti, que terminas en el suelo, llorando, sangrando, acurrucándote contra la dura piedra intentando sentirte parte de ella, intentando desaparecer.

¿Y qué haces cuando todo tu mundo se rompe? ¿Qué haces cuando no sabes ni quién eres? 

Te aferras. 

A personas.

A sensaciones.

Al presente.

Y lo haces porque es tu única opción, porque necesitas huir del vacío que vive en ti, huyes hasta tus piernas dejan de funcionar y que mejor forma de huir del silencio y del ruido a la vez que sumergirte en un mundo que no es el tuyo. 

Te vuelves una cazadora de nuevas experiencias, sabes que mirar atrás es como ver el monstruo a los ojos. 

El comienzo del curso es tu mejor regalo, te alejas de las personas que quieres, ya no tienes que disimular frente a nadie, por fin puedes hacer lo que te da la gana, y cuando digo esto, me refiero a que por fin puedes autodestruirte sin que a nadie le importe, sin que te escuchen llorar, sin ver tus ojos negros vacíos. 

Llegas a Coruña y lo primero que haces es abrir el primer botellín de cerveza, el primero de muchos más, uno tras otro, durante dos semanas sabes que has estado más días borracha que los que no lo has estado, la palabra "cerveza" está siempre en la punta de tu lengua, preparada para salir, o cualquier otra que te lleve a ese punto de ebriedad en el que no te importa nada. 

Pero no todo son risas, las resacas significan dolor de cabeza, cansancio y los nervios y sentimientos a flor de piel, parece que todo lo que intentas hacer desaparecer vuelven de pronto de golpe y arrasan contigo, entonces recurres a otras adicciones. 

Meses, eso fueron los que pasaron desde la última vez que tu piel quedó expuesta, palpitante, caliente, frente a ti, ahora se resume en días, y aunque una parte de tu cerebro dice que ha sido un error, la más fuerte te recuerda el sentimiento de tranquilidad que sólo te da la cerveza y el quemazón, el dolor. 

Sólo en esos momentos te sientes tranquila, sólo con una cerveza salen las sonrisas de verdad, sólo con rozar tu piel aparece ese sentimiento de confianza, de control, control sobre algo, control sobre ti misma.

Es irónico que ese momento de total caos te produzca ese sentimiento, pero en realidad tiene cierta lógica. Todo aquello que vive entre una oreja y otra es un mundo lleno de misterios y hasta de dolor, pero es algo que escapa de tu conocimientos, no sabes que hacer, no sabes como pararlo, en cambio, cuando tus uñas acarician tu piel como si fuera seda, puedes controlar la fuerza, la velocidad de tus actos, y a partir de ahí sólo desconectas y tu cuerpo lo hace solo, tu te limitas a observar.

Tu piel comienza a enrojecerse, a calentarse.

Esta deja de ser suave y ahora es pringosa.

Una nueva marca recorre tu piel y la admiras como una obra de arte.


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⏰ Última actualización: Sep 29, 2020 ⏰

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