Capítulo 2 🌹 Estrellas en el Fango

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Estrellas en el Fango


Fue entonces cuando decidí retomar la historia que había comenzado a subir a mi blog y que no había podido terminar porque el trabajo en el Coffee House y la universidad consumían casi todo mi tiempo.

Llevaba una tercera parte de la novela cuando la dejé y hacía más de un año que no escribía, así que tuve que volver a releerla. Borré y modifiqué muchas cosas porque mi perspectiva de la vida había cambiado y por ende, también la forma en que escribía.

La idea que tenía de novela versaba sobre un grupo de chicos que habían crecido en un barrio marginal donde la comida, la salud y la calidad de vida digna escaseaban, pero ellos, de algún modo, fortalecidos por su amistad y por el deseo de salir adelante luchaban día a día. Todos tenían situaciones familiares difíciles y dos de ellos habían perdido a sus hermanos mayores cuando eran abatidos por la policía o por pandillas enemigas. Uno de los chicos moría al final.

La sinopsis era buena y ya tenía definido el carácter de cada uno de los personajes centrales, así como los sucesos y dificultades que tenían que enfrentar. No obstante, aún me faltaba darle profundidad a sus vidas, a su forma de ver el mundo y a todo lo que sentían ellos siendo testigos constantes de la violencia indiscriminada.

Antes del accidente, yo nunca había visto la violencia cara a cara ni conocía en primera persona los terribles alcances que podía llegar a tener. Creía lo que todo el mundo, que si yo era buena, recta y honesta, ese tipo de tragedias no tenían por qué ocurrirme. Pero me equivocaba.

Muchas veces, uno no sólo carga con las consecuencias o la sombra de los propios actos, sino también con las de familiares, amigos y de todos aquellos de quienes se está rodeado.

Cuando no tenía pesadillas en las que veía a Camilo en peligro, las escenas del accidente y en especial, la del ataque al Coffee House, me aguardaban casi todas las noches y era incapaz de volver a quedarme dormida. Pensé que tal vez estaba enloqueciendo y que necesitaba buscar ayuda psicológica. Sin embargo, ya me había sido dado, aun sin yo quererlo, el material que me hacía falta para darle a mi escritura la contundencia que necesitaba, lo único que tenía que hacer era vaciar todos esos traumas y experiencias en el papel.

Y así lo hice.

Fue algo sumamente doloroso. De principio a fin. Desenredar la madeja caótica que tenía adentro y convertirla en arte a través del proceso creativo fue un camino escabroso y a la vez revelador en el que noté, con mucho asombro, que yo no me conocía a mí misma en absoluto. Mi comportamiento, mis inseguridades, mis palabras y la forma en que me relacionaba con lo demás, iban guiados por patrones internos muy marcados que yo desconocía y que por tanto, era incapaz de controlar. Como un autómata al que le han dado instrucciones ajenas y que se conduce de una manera inconsciente, impulsado por la cuerda que le dan y obedeciendo unos comandos que no son los suyos, pero con la falsa y engañosa idea de que todos sus movimientos son voluntarios.

Poco a poco fui despojándome de la ira, del dolor, del rol de víctima y de la indignación que sentía hacia mis padres por haberme ocultado tantas cosas, ya que si bien, yo jamás podría odiarlos más de lo que lo que los quería, el sentimiento de traición era muy intenso. Sentía que toda mi vida había sido una farsa, un embuste bien montado por mis padres para crear la falsa ilusión de familia perfecta cuando la verdad era otra. Mi padre había sido tanto o peor ser humano que Ismael Cifuentes y Ezequiel Belalcázar, y llegar a esa conclusión, aceptarlo en mi corazón aunque ya lo había aceptado en mi mente, fue muy doloroso. Sin embargo, lo perdoné, en lo más profundo de mi alma, por haber hecho cometido todos esos errores. La revelación de la verdad, sin filtros, debe ir acompañada del perdón, de lo contrario, envenena y corroe como el peor de los ácidos.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora