Capítulo 25 🌹 Límites

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Límites


-¿Estás segura de que no necesitas que te traiga algo?

Yo niego con la cabeza y me las arreglo para dedicarle una expresión de agradecimiento a Via.

Ella se sienta a mi lado.

-Tengo que regresar a San José – añade -. Quisiera poder quedarme contigo, al menos hasta que sepas que tu madre va a estar bien. Me gustaría poder acompañarte. Pero Pedro sólo me dio dos días y no puedo permitirme perder ese trabajo.

-No te preocupes – digo -. Yo lo entiendo.

Ella asiente.

-Debo confesar que al principio no entendía por qué te habías ido de este pueblo, por qué habías abandonado a tu familia y a ese bombón de policía – continúa -. Sin embargo, con todo lo que he visto y lo que me has contado, no comprendo cómo pudiste aguantar tanto tiempo. Yo me habría largado luego de que me acusaran injustamente de incendiar una fábrica.

Llevábamos como dos horas en el hospital, aguardando a que nos dieran noticias sobre el estado de mamá. En ese tiempo, le conté a Olivia sobre algunos de los episodios que más han marcado mi vida. Me atreví a decirle también, sobre que mi papá era un abogado corrupto que había obtenido dinero gracias a todo lo que les había quitado a otras personas. Antonio seguía siendo un secreto que no compartía con nadie, ni siquiera con Mateo. Yo no podía olvidar que él y Camilo trabajaban juntos, y no quería arriesgarme a que le contara algo al respecto. Confiaba en Mateo, pero él era policía antes que cualquier otra cosa.

-No es tan sencillo, Via. Yo no puedo dejar este sitio del todo mientras mi familia siga aquí.

Tomás se remueve en mi regazo y suspira, aun dormido.

Quise dejarlo con doña Yolanda o alguna de las compañeras de mamá, pero él se aferró a mis piernas y comenzó a sollozar de una forma desgarradora, como no había hecho antes. No tuve más opción que traerlo conmigo cuando Camilo se ofreció a llevarnos hasta el hospital, siguiendo la ambulancia en que iba mamá.

Según él, lo que le había pasado a mamá no era grave en apariencia. Ambas habíamos sido despedidas por la ola expansiva de los explosivos de corto alcance que habían sido instalados en el carro. Yo tenía algunos cortes superficiales en el rostro y los brazos, además de un horrible golpe que me había dado en la parte baja de la espalda, pero que no pasaba de una hinchazón muscular.

Mamá, por otro lado, estaba mucho más cerca. Tenía más cortes y heridas que yo, debido a las latas y trozos que habían salido expulsados por la explosión. Ninguno de ellos era demasiado profundo, según explicó el médico. No obstante, había sufrido una lesión en el cuello y un golpe en la cabeza cuando cayó.

-Pero no puedes seguir aquí más tiempo, Fernanda – replica Olivia en tono angustiado, volviéndose hacia mí -. Si te quedas en este pueblo, vas a...

Ella no se atreve a terminar la frase, pero yo ya sé lo que quería decir.

Curiosamente, no me asusta tanto el hecho de que incluso ella vea el peligro tan inminente que tengo encima. Lo que me causa más asombro es mi frialdad al pensar en mi propia muerte con tanta tranquilidad. He pasado por tantas cosas y he experimentado las tragedias por las que la mayoría de la gente jamás pasaría en toda su vida.

Y no tengo miedo. Todo el que quedaba se me acabó. Me ha pasado todo y mucho más de lo que temía, y eso ha terminado por convencerme de que soy más dura y más fuerte de lo que creía. Nadie sabe lo que es capaz de aguantar hasta que se enfrenta a ello.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora