Capítulo 3 🌹 El lanzamiento

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El lanzamiento


Pese a que va a sonar como una contradicción tremenda, todo salió terriblemente mal y maravillosamente bien ese día.

Como yo sabía que iba a estar nerviosa y que iba a necesitar toda la mañana para prepararme, le pedí a Sebastián, el administrador de Sonata, que me diera el día completo. Supongo que algo debí haber hecho bien en estos tres meses porque lo he visto negarles permisos a meseros que llevan mucho más tiempo que yo trabajando ahí.

Ni para qué describo la cara que puso cuando le solté, sin preámbulos, que también necesitaba dos o tres días de la semana siguiente. Endureció y contrajo el rostro de una manera tan brusca que cuando abrió la boca, estaba más que segura de que iba a despedirme en el acto. En su lugar, me preguntó cuál era la razón de mi ausencia y como notó mi reticencia a ser sincera, me dijo sin ambages que si yo no le decía la verdad, respetaba mi privacidad, pero también él estaba en su derecho de correrme.

No me quedó más remedio. El dinero que me había prometido la editorial me bastaría por unos buenos meses, pero aun así, ¿qué pasaría después si mi libro no se vendía? No, definitivamente no podía arriesgarme a perder el empleo en Sonata que era estable y bien pago.

Así que le conté de dónde provenía yo, la horrible experiencia de la masacre, los términos en los que había quedado con mi madre y lo mucho que extrañaba a Tomás. Omití todo lo referente a los secretos de mi familia, mi relación con Camilo y todo lo que había tras el ataque al Coffee House. Su habitual expresión de seriedad se vino abajo lentamente y pude notar que me observaba con algo de respeto. Le había contado mucho más de lo que me había atrevido a decirle a Olivia, así que le supliqué que fuera prudente y no hablara de ello con nadie. Al final accedió a darme esos días. Debía trabajar tres domingos seguidos para reponerlos, ya que mi horario normal iba de miércoles a sábado, que eran los días con más afluencia en Sonata.

Como tenía toda la mañana disponible, estuve repasando mentalmente todo lo que la asesora editorial me aconsejó y también busqué algunos videos sobre presentaciones de escritores para guiarme un poco. Ensayé gestos, posturas y tonos frente al espejo del baño, pero aunque incorporé una posición más recta y expresiones más serenas, tampoco quise exagerar mucho porque nunca era bueno pretender ser alguien diferente a uno mismo. Las demás personas podían percibir de manera infalible cuando eso ocurría.

El atuendo era otra cuestión que me preocupaba en un principio, en especial luego de ver la formalidad y elegancia con que vestía todo el mundo en la editorial. Sin embargo, me dije que una de las enormes ventajas de no trabajar en una oficina era la posibilidad de usar lo que yo quisiera. Lo valioso que yo tenía estaba dentro de mí, en mi mente, y si mis libros eran buenos, poco le importaría a la gente mi ropa. Decidí ponerme mis mejores jeans, compré una blusa blanca con lunares púrpuras y unas bailarinas del mismo color para que combinaran.

En cuanto terminé de vestirme, de inmediato me puse encima una chaqueta porque sé que suelo mancharme con facilidad y quería proteger la blusa. Salí del departamento de Olivia con mi billetera y los apuntes de colores donde había anotado palabras clave de todo lo que iba a decir. Miré el reloj de papá en mi muñeca y bajé las escaleras con tranquilidad; apenas era la una de la tarde y el trayecto hasta la biblioteca no tardaría más de treinta minutos en transporte público.

Pero no tomé el autobús, como de costumbre, me subí a un taxi creyendo que iba a llegar cinco o diez minutos antes. No fue así. El taxista no aparentaba más de veinte años y cuando le indiqué la dirección, vi la confusión en su cara. Aun así, me aseguró que si bien no conocía la biblioteca, sí sabía dar con la calle.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora