Capítulo 12 🌹 Pintura

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Pintura


La Toyota de Mateo se detiene a unos treinta pasos de la casa, en la calle de enfrente.

Veo a un hombre sentado en un Sedán negro que está estacionado delante. Lleva unos lentes oscuros a pesar de que es de noche. Hace una inclinación de cabeza hacia Mateo en cuanto él baja de la camioneta. Él me explica en voz baja que es uno de los policías que Camilo ha puesto para garantizar la seguridad de mamá y de Tomás.

Cuando veo la fachada de la casa en la que fui tan feliz durante más de diez años, comprendo la razón de aquella precaución. Se nota que las paredes han sido pintadas recientemente porque hay salpicaduras en el andén y en los zócalos. Pero eso no basta para cubrir por completo las líneas gruesas y negras de algo que parece aerosol. Son palabras soeces, muy desagradables. Hay algunas nuevas que fueron escritas encima de la pintura fresca.

"Ruiz Asesino", dice una de las frases en aerosol rojo. "Abogado corrupto". "La muerte no perdona a nadie".

No hay suficiente pintura en el mundo para borrar un pasado espantoso.

Un escalofrío me recorre de sólo pensar que mi mamá y en especial Tomás, ven esas frases todos los días al salir de la casa. Al menos ella es adulta, fuerte y puede encontrar la forma de blindarse; Tomás es un niño.

-Cuídate, Fernanda – se despide Mateo -. Cuídate mucho.

Lo miro durante un instante. No son palabras formales ni corteses; son insistentes y están cargadas de advertencia.

Asiento y me doy la vuelta.

-Te avisaré en cuanto descubra la localización exacta que sugieren las coordenadas – dice antes de subir a la camioneta.

Acaricio el reloj entre mis dedos con una sensación amarga ya conocida. Siempre quise ver el lado luminoso y claro de mi mundo, creyendo que éramos la familia ideal e ignorando por completo el telón oscuro de fondo. Por eso vi en ese objeto un regalo y no el rastro que en realidad era. Un rastro que mi padre había dejado tras de sí.

Suspiré. Si pensaba que podría continuar con mi vida simplemente porque me había largado del pueblo, el peso del pasado estaba ahí para recordarme que así no eran las cosas. La certeza de que el infierno apenas estaba por comenzar, se arraigó en mi ser como una serpiente insidiosa, un presagio ineludible.

Mi mano se detuvo por unos segundos a escasos centímetros de la puerta.

Desde donde estaba, vi el resplandor de las luces encendidas a través de las cortinas.

Me decidí a tocar finalmente, diciéndome que no había viajado desde San José para ver a mi familia, luego dar la vuelta en el último momento y salir corriendo.

La puerta se abrió luego del tercer golpe.

Es mamá.

Se ve igual de segura, altiva y hermosa que siempre, incluso usando una bata de seda. Son casi las diez de la noche y ya tiene el moño que se ajusta en la base de la nuca antes de dormir, ese que hace que el cabello se le rice de forma tan bonita en la mañana.

-Hola, mamá – digo en tono vacilante.

Ella me contempla con una expresión indescifrable por un momento. Sus hombros descienden un poco y la bata se le resbala de un lado.

-Mamá... - carraspeo – sé que es muy tarde y no quiero incomodar. Yo sólo...

Ella se echa sobre mí de forma intempestiva.

Mi Ave Fénix Libre, Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora